Que la pasta es tana no es ningún secreto, pero sí la preparación de los gnocchi burro e salvia, los mismos que se le daba por morfar por lo menos una vez por semana al gran Federico Fellini. El Pejerrey Empedernido te cuenta cómo prepararlos.

Escuchando estaba las fanfarrias, la banda como sonaba en las plazoletas antiguas, tal cual los sueños hablan en duermevelas, porque son imágenes. Escuchando estaba a Nino Rota en “Otto e mezzo (8 1/2)”, y aproveché mi cuarentena por casa de Ducrot, que, no jodamos, nada tiene de voluntaria en el sentido estricto de la palabra, para husmear entre los anaqueles de su alacena, donde el tipo, tan loco está, guarda ciertos apuntes secretos, casi siempre afanados: 8 y Medio no existe o no es tangible. Es de naturaleza volátil. Es un sueño vertido desde el insomnio. Y es un adulto que cohabita en un niño. A veces falta la respiración, otras se excede en ella. Guido Anselmi sólo es corpóreo en tanto que sueña. Y sólo se acerca a su yo cuando, protagonista de su sueño, accede a su sensibilidad. La angustia del suelo, en una autopista cerrada de coches, como una cueva mecánica, le hace levitar por el aire. Escapismo a los cielos. Y una cuerda anudada a su pie lo enlaza con la tierra; es un barco que surca el cielo anclado a la tierra. Fin del afano de mi amigo a un texto de Jordi Torras Pous, publicado en Cinema Esencial, en julio de hace cinco años; y por supuesto que este humilde Pejerrey ni puta idea tiene acerca de si al tal Guido Anselmi le gustaban o no los ñoquis, o gnocchi en italiano, una platillo que se dice a sí mismo desde su historia, que ya se morfaba en tiempos de grecos y de romanos; por mucho tiempo amasados tan sólo con harina de trigo, agua y sal, hasta que por la enorme generosidad de los Andes y la bestial infamia de los conquistadores, la Solanum Tuberosum, sí la papa, cruzó el Atlántico hasta los fogones europeos, toda un saga apasionante que algún día les contaré, como así también sobre un texto con recetas, muy poco conocido, que Evita dispuso editar y repartir de a millones, pero que esta semana tan sólo ubicaré como almas inspiradoras del plato que hoy se me antojó acercarles, porque sí nomás, quizás porque me leerán, si es que leen, no antes del día 30 y si son de ritos cumplir tal vez hayan tenido la buena idea de apoltronarlo entre vuestros manteles, humeante y entomatado con ajos sofritos por ejemplo, con un guiño seductor y bien intencionado al botellón panzudo de vino tinto. Y sigo un poco más, antes de chamullarles lo que desde el principio aguanto, por aquello de hacerme el misterioso: la costumbre de lastrarlos los días 29 podría tener origen en una tradición, dicen, de los inmigrantes italianos por estas tierras, que los 29, pero de junio, se reunían a la mesa para comer ñoquis en los fastos populares de  San Pedro y San Pablo. Otros baten debute que no, que nada de eso, que el responsable habría sido don Pantaleón, santo el hombre, y turco diríamos hoy, pues nació en Nicomedia en el siglo III y anduvo haciendo milagros entre quienes ni para sopa tenían, cuentan aunque se duda, entre los fangales de Venecia, y un día, claro un 29, se sentó de yante por ahí con algo parecido a los benditos ñoquis; en fin ¡qué sería de la Historia sin las historias!, y ahora sí a lo que les tenía preparado, aunque no me sucedió a mí sino a mi anfitrión por estos días, a quien ustedes tan bien conocen al menos por mis mentas aquí. El coso me contó un día que de andurrias y mandurrias por laburos de escriba, de flâneur por donde en homenaje a Júpiter se realizaban encuentros de músicos y atletas en el Certamen Capitolinum, en el Circus Agonalis, es decir en Piazza Navona, en la mágica Roma, es que llego muerto de hambre cierta noche a la Antica Carbonara di Renato, un fondín de pocas mesas y menú breve pero para dioses, y allí mismito dejó caer su maltrecho cuerpo de goloso deseante y a la hermosa hija de patrón sí le dijo, como en ofrenda de Coemptio, para estar a tono con las tradiciones, al ofrecimiento del plato de la casa y para la jornada, aquella de luna justiniana: gnocci de patate, burro e salvia, es decir ñoquis con manteca y salvia; y en sus oídos sonoran por si acaso aquello de “non essere geloso se con gli altri ballo il twist, non essere furioso se con gli altri ballo il rock…Con te, con te, con te che sei la mia passione Io ballo il ballo del mattone”. Gozando estaba el quía su plato de pasta, y se supone que pensando en Rita, porque si no a qué viene lo de la cancioncita de recién, cuando como ánima de jolgorio para su alma vio a entrar a un pequeño grupo de comensales nuevos, y en el centro a un inconfundible, aunque por los sobresaltos que siempre provocan incertidumbres, antes prefirió preguntarle al mismísimo Renato, el mismo que ya había observado con cierta malicia el mirar de quien saben a su hija…Sí es él, es vecino y me agasaja con su presencia en forma muy frecuente, dijo el cantinero, porque el que acababa de sentarse a su mesa y ordenar también gnocchi burro e salvia no era otro que ese genio conocido como Federico Fellini. Y aquí me llamo a silencio respecto de cómo siguió la velada, si quieren saberlo sean ustedes mismos los que le pregunten a mi amigo qué aconteció, que apenas yo ahora me despediré hasta dentro de unos días con la receta de mis propios haceres: una masa de cintura enamorada, con las proporciones que la humedad sobre vuestras manos les cante o delate, con papas hechas puré y la consabida harina de Castilla, prefiero la de los tres ceros, digan lo que digan, cortada en no demasiados ostentoso cilindros  blancos, para que el cuchillo troce pequeñeces listas al paso a dedos por tendedor y chau, sobre la mesada y a la espera del agua hirviente con sal… porque ya lo saben; colados luego con amor y a la sartén para que se dejen abrazar casi en forma promiscua por la salsa de tomates frescos sin piel ni semillas, en cocción de horas lentas entre las unturas de ajos salteados en aceite de oliva, sales y pimientas. Siempre con una lluvia fina del queso que se imaginan, por lo de la garúa, y hasta la próxima semana, con de mí para ustedes, siempre, ¡salud!

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