Relegada muchas veces a ser una simple acompañante de la pizza – de muzza o de cualquier otra – de la mano de El Pejerrey Empedernido emprende la lucha por su propia independencia.
Dicen que ella, o mejor dicho ellas y con todos los nombres que disfrutan, porque palabras varias las designan a lo largo y a lo ancho de sus geografías de origen y reinados, preparan desde hace mucho el ataque justo del que pronto seremos testigos, a golpes de cuchillas de trinchar chanchos y teas para azuzar fuegos, pero también de espadas, picas y caballerías. Dicen que, viva como un ramillete de albahaca fresca, la memoria de Pentesilea, la amazona que se batió a duelo con Aquiles, y de Hipólita, su hija, quien combatió de igual a igual contra Hércules, son sus escudos, sus auras sagradas de advocación y amparo. Saben que la lid y el lance en madrugada, no ofrecerá treguas ni armisticios, porque la baraja es a cara o cruz, a matar o morir; tanto que enfrente tendrán a las mismísimas Pizzas, tan bravas como aquellas combatientes a pelo en sus corceles, las mismas que reconoció Herodoto en Sarmacia. Entre unas y otras no habrá tiempo ni espacios para la piedad porque Fainá dijo basta a esa condición de servidumbre a la que fue sometida por Pizza y con la complicidad de los habitantes de marrón rio del Plata, que alguna vez fuera el Mar Dulce: ¡A las armas, se acabó aquello de dos de muzza con una de fainá… seamos libres, lo demás no importa nada!… ¿Quién influyó sobre Fainá y sus seguidoras para la rebelión justo en este tiempo y no antes ni después? ¿Quién les dijo la ocasión es esta, las condiciones objetivas y subjetivas son desfavorables para las Pizzas? Parece que fueron voces amigas del etíope Memon, el que a través de sus sacerdotes lanzaba aullidos de temor a la hora del sol, con la nada inocente intención de provocar temor y respeto; de Al-Jazarí, el sabio que vivió en tiempos del gran Saladino y escribió El libro del conocimiento de dispositivos mecánicos ingeniosos; de El Papamoscas, que desde el XVI a cada hora en punto le da al badajo de la campana en la catedral de Burgos; de Jean Eugène Robert-Houdin, el mago francés del XIX, creador de El Pastelero del Palais Royal, proveedor obediente de platillos y licores… Es que se trata de voces provenientes de aquellos artilugios que los reales académicos definieron en el diccionario como máquinas que imitan la figura y los movimientos de un ser animado, es decir las tatarabuelas de nuestros actuales robots, bicharracos que marchan a golpes de computadoras y de bots y que, por ejemplo, el otro día, me contó una amiga de Ducrot: barren y limpian los pisos del bulín, pero como el mismísimo tujes, y también parece que han tenido el tupé de ofrecerse para amasar, mandar al horno y después darle al corte de pizzas varias, según ya se observa en París, en una pizzería donde un robot se hace cargo de la cocina, sin intervención de humano ni Peje alguno. El local se llama Pazzi y tal vez anticipa algo del futuro, más allá por supuesto de todo lo que nos advirtiera el gran Carlos de Londres en ¡ay qué nuestros sus Tiempos Modernos!… Fue entonces por aquí y no en otras comarcas del planeta, donde luce en soledad galana y a veces crujiente, que Fainá fue injustamente relegada apenas si casi como compañera de las dos de muzza; tanto que decidió acometer con la pasión de su legado y asumió el momento de gloria que el destino o las imprevisiones de la Historia le tenían reservado: batirse contra Pizza por su propia independencia definitiva y a la vez hacerse cargo de la ejecución y sepultura eterna para aquellos robots que se atrevan a enfrentar al sagrado aliento de las cocinas, los fuegos y el manduque entre humanos, y Pejes, tal cual como siempre me veo obligado a recordarles; y claro está que gozan del legítimo derecho a semejante acometida… La historia oficial cuenta que nació (Fainá) en los alrededores del puerto de Génova, tiempo ha, tal vez en el XIV; aunque la judería sefaradí del África la conoció como calentita, plato que en el XVII adoptaron los gibraltareños del Peñón y que los franceses de las costas provenzales llaman socca y los de la isla de Cerdeña fainé o fainó… La misma Fainá o similar que por esos asuntos de la perseverancia inmigratoria tuvo por esta playas permiso de residencia y nacionalidad definitiva, lástima que en esa de condición de sometimiento o de dama de compañía contra la cual ha llegado el tiempo de sublevarse, de la misma forma que sabrán hacerlos, reitero, ante la obscenidad de la robótica en la cocina; sublevación con la cual este Peje se solidariza y no tan solo mediante una mera palabra de aliento sino con el donaire para ustedes de la receta que a continuación os brindo: en un cuenco sin encajes ni melindres, la mejor harina de garbanzos que encuentres en el mercado, la feria, el “chino” o el tenderete del barrio al que sueles concurrir, pero recordá que nunca en un super que son todos malignos hijos del Averno; agua clara y fresca; aceite de oliva; sal y pimienta a vuestro gusto, que espero no sea el de los timoratos ni el de las refunfuñas con miriñaques; batid con amor y sin castidad alguna hasta que vuestros ojos y dedos den cuenta de una pasta untuosa, no chirle ni melindrosa por sequedades; al frio entonces por varias horas y luego en asadera redonda de esas que llaman pizzeras, al horno intenso hasta el punto del dorado como los doblones ricos de los mercaderes de la Génova para ultramar. Servirla caliente, al corte desparejo, con un beso tímido al final de aceite de oliva y pimienta negra recién molida…Y nada de moscato ni mucho menos pizzas en cercanía, que hoy se trata de una Fainá guerrera como amazona, libertaria contra las máquinas e independiente de la muzza… Destapad un Torrontés casi helado y ¡Salud!
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