Hoy El Pejerrey Empedernido te cuenta de fiambres y en especial del viteltoné, como lo llama, pero dedica esta columna a Mendoza y su lucha contra la megaminería, para que no tengamos que tomar el Malbec con corte de cianuro.

O la verdad está en el vino. O como escribía el protocolega de mi amigo Ducrot, Gayo Plinio Segundo, más conocido como Plinio el Viejo, allá por el año 50, veritas vino est. O el vino es la verdad. Para este 20 del dos mil, una esperanza entonces, una proclama: salvemos al Malbec del cianuro, y talibanes de la palabra abstenerse, que esa es la corriente marina elegí en tanto Pejerrey Empedernido; es decir no me vengan con cómo es eso que dejo arofue tantos otros asuntos a salvar y me arropo entre vides, damajuanas y botellas. Tened paciencia que con este textillo no me propongo ser tan pelotudo como para pontificar urbe et orbi sobre el capitalismo todo, ni sobre la justicia social toda, ni sobre la independencia económica toda, ni sobre la soberanía política toda. ¡No, para nada! Apenas si se me ocurre desearle la peor de las suertes y el mayor de los sufrimientos a quienes proponen y practican megaminería, en tanto cuestión que anida en el corazón mismo de ese pudridero que es el proyecto recolonizador del extractivisimocorporativofinanciero. Y como la bronca justa estalló en Mendoza no hay otra alternativa que estar con los mendocinos, que quieren salvar el agua y la verdad, es decir, según el viejo Plinio, el vino; y entiendan por dónde van mis tiros talibancillos del escribir y del decir, porque mis cuartillas que caigan sobre las testas del que fuere, sin distinción de ropaje o versología, pues me importa un rábano picante como el que sazona al bueno del Gefilte Fish; y si no me entienden, jódanse. Tenga mano don Pejerrey, me espetó entonces Ducrot, acreedor en horas navideñas de chanzas ecuménicas, puesto que, apresurado el coso, mandó fotos de sus mesas festivas del 24 y 25 por guasá, con el anuncio de que las comidas no se cancelaban ni por lluvia ni por canícula, pero con tal mal tino que le chingó al grupo y en vez de llevar las señales de humo algorítmicas al hijerío y consecuente nietaje, ellas arribaron a las pantallas celulares de otro, integrado por queridos amigos que prestos estuvieron para acudir al convite de chiripa; no se imaginan como volaron los dedos de mi amiguete sobre el tecladillo, para enmendar tal desaguisado. Tenga mano, escribía, me espetó, que usté apenas si ensaya, y con fortuna cambiante, sobre yantares y libares y me había prometido una suerte de homenaje a ciertos seres queridos. Es cierto, y los Pejerreyes somos pescados de honor y palabra: cuando los tomates rojos y maduros, partidos al medio y sin semillas vienen marchando, como los santos pecadores, rellenos ellos con pescado, sabia mayonesa y aceitunas de las verdes. Lenguas sin el donaire de la parla pues de la vaca fueron, que ahora sancochadas con cebollas y laureles, para luego en rodajas y previo paso por la cuchilleta despellejadora a la vinagreta quedan, entre romances de vinagres de blanco y tinto, sal, pimienta y un verde de perejiles y ajillos con ají molido. El que sigue, con la historia que afané y les chamuyo: originario de Piamonte, ya cumplió más de setecientos abriles aunque por aquellos tiempos no contemplaba las diabluras del atún; los especialistas afirman que proviene de Alba y Garessio, las tierras de las trufas blancas; a saber, un peceto cocinado en agua que te hierve la sesera, con hierbas y pimienta en granos. Tajeado el fulano en filetes que le dicen y cubiertos con unturas rechifladas de crema espesa, mayonesa bate que te bate y susurros de auténtica mostaza al estilo de Dijon, la ciudad en la que los cocineros de Catalina de Medici fundaron la cocina francesa, anchoas trituradas, aceite de oliva, alcaparras y picaduras de huevos pasadas ellas por un algo de vino blanco; ¿no les dije acaso que del viteltoné se trata? Y qué añadir sobre matambres con rusa, como mi prima Ludmila, la mojarra del Báltico, del lechón al horno y del melon yellow así en inglés mismito, con jamón crudo; y de la ensalada de frutas, y del pan dulce, con todo sí, lleno de frutas secas y brillantes como la diamantina de mis desvelos. En fin podríamos seguirla hasta casi el cielo infinito de los manjares, pero me agarró un ataque de fiaca, así que me despido, y no hasta la semana que viene sino hasta los primeros días del enero que llega, pues me puse de novio con una corvina y acepté el convite del fulano que ustedes saben y su escritora preferida, para irnos de retozo a la orilla del mar Atlántico, al Sur. Eso sí camaradas y compañeras, a recibir el nuevo año de la mejor forma posible…Otra vez muera la minería que mata, vivan el agua y el vino… Y ¡salud para todos…! Bueno, para todos no…ya saben.

(Aviso al amable lector: el próximo sábado El Pejerrey Empedernido va a estar rajado por vacaciones, de modo que mezquinará a Socompa su columna, pero dice que volverá y será millones).

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