Plato generoso si lo hay, las croquetas valen por sí mismas o como guarnición. Para que no te exprimas precisamente la croqueta para hacerlas, El Pejerrey Empedernido te cuenta cómo hacerlas diferentes pero tan nobles como siempre.

Cómo la croqueta, si es una, por lo de “la”, digo, no sólo tendrá usted un problema de dimensiones, para que nadie se quede con hambre, sino de género, ya que entonces tendremos que hablar de él y no de la, me entiende…estaríamos ante un croquetón? Y me quedé mirándolo de un palmo, sin saber si interrogarlo acerca de su humoroide, digámosle, y medio obvio por cierto, o si todavía se encontraba bajo los turbios efectos de una digestión pesada, por no decir de un prolongado guayabo, que le dicen a la resaca por otros lares. Pero no, sólo giré sobre mis aletas, me acomodé el barbijo bordado con símbolos subversivos y toda la gracia provocadora, ¡ay qué suerte la mía!, de mi Pejerreina, y le espeté un simple y cariñoso dejesé de joder Ducrot, que hoy el horno no está para bollos, ni para nada, porque celebramos la santa jornada del aceite que pela hasta los huesos en una de mis sartenes de fierro, las preferidas, de esas que cuando fríen pareciera que nos están mandando besos con carmín encarnado. Pero el coso la siguió, como la parrala, y gira que te gira como noria de las buenas acometió, oiga don Peje, no me va a decir que usted nunca se hace la croqueta. Volví a dirigirle la mirada, esta vez sorprendida y le oí confesar porque yo sí, felizmente, tanto que el día que renunciemos a ello será porque estamos del otro lado ya. Ajá fue mi palabra única, y él remató: lo observo a usted curioso, allá voy, pero con algunas y de las más públicas o púdicas, porque sobre las otras, la secretas, ni mamado que habrá ni un sí, ni uno, ni siquiera un tal vez: en aquellas mañanas con la señorita Marta, de quinto grado, ni que le digo de ese perfume a violetas y después; con la de zoología del tercero del Nacional, benditos los escritorios antiguos, de madera y sin tapaderas por el frente; y con…no la nombraré, no sea cosa que de cuento se entere, mi desvelo siempre con ella en los últimos bancos, en el quinto, el último, antes del portazo al colegio. Y entonces se hizo el silencio, y madrugué en el decir: ¿terminó Ducrot? Sí, dijo y calló. Pues entonces ahora preste atención o mejor dicho acomode sus sentidos porque para esta noche yo y ella, ni idea usted, nos deslizaremos entre regocijos de manteles, si es que mis croquetas al final resultan ser como las soñé, algunas de arroz, otras de papas, ciertas algunas de espinacas, porque sabrá mi estimado que si un pariente lejano del relájate y manduca tranquilo de nuestros días es ésta, la especialidad del día, sobre la cual la historia oficial, siempre tan azarosa y de gambeta rápida, sostiene que vio vida en Francia, gracias a la gracias del comer de un tal Louis de Bechamel, el jefe en las cocinas de Luis XIV, que le dio apellido a la salsa que, cosillas más, cosillas menos, es la nuestra blanca, y desde aquellos tiempo suele o se prescribe como infaltable en toda croqueta con pretensiones de abolengo. Sin embargo, como usted mismo cuenta en ese libro al cual intituló “Los sabores de la historia”, seguro que todo ello fue posible gracias a que, allá por las primeros amaneceres anuales del siglo XVI, Catalina de Médici se casó con Enrique de la Borgoña y llevó sus cocinero florentinos para que se pongan a laburar entre los fuegos del palacio de Dijon y de paso…aquí los galos se ponen que trinan y truenan por furos…inventar la cocina francesa. Porque si hay tradición de ley en el mundo croquetero es ésa, y sin bechameles, la fundada por los cuochi italianos, variados de Norte Sur, entre lo que me quedo con los sicilianos, que suelen ser sicilianas, las hacedoras de arancini que le dicen: preparen un simple arroz azafranado y cuando esté a punto dejen que su majestad se enfríe, porque si no se van a quemar los dedos, los suyos, no los de la reina de todas las croquetas. Luego con él le dan cuerpo y alma a una suerte de pequeños amasijos en forma de peras y rellenos ya sea con el picadillo de un estofado de vaca, como el que se imaginan para acompañar los ravioles del domingo, por ejemplo, o con mozzarella, queso duro desmadejado y una algo del jamón cocido, si es que lo hay, y por qué no, unas verónicas de triturado perejil fresco. Las pasáis entonces por huevo batido y pan rallado, y a la sartén con frufrúes de frituras, que son como un ¡Ay vida mía, mirá que ni te cuento cómo me hago la croqueta! Vino tinto, o por qué no un rosado sí que antes de visita por el frío, si es que gustáis…Y por si o por no: ¡Salud!

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