De pizzas y de pizzerías porteñas trata hoy la columna de El Pejerrey empedernido y, aunque rescata a algunas, se queja de que cada día bajan más la calidad y suben más aun los precios.
Cuán difícil es esta vida de Peje y sudacón pero altanero y empinado, ¡qué joder!, casi siempre uno a tiro de cualquier pelanas y empollón, que se da dique como si la manyase; pero ¡bueeee! es que son los mandamás, la componen y peroran en inglés, tienen casi todo el parné o los cuartos, verdes que les dicen, y los ñocas y petardos más dañosos, con gran desprecio por el mundo… Pero lo que más bronca me da no es haber sido tan gil si no que los meros meros, al decir de mis primos los huachinangos, por tanos que sí la junan a la hora de la pizza, los de la revista Gambero Rosso los celebren, seguro que por sobones de mercados y negocios: a unos gringuitos del orto que en tres tomos – Modernist pizza (2021) es el título del libro – también traducidos al italiano, ¿ustedes pueden creerlo?, se postulan como los enciclopeditas del hacer de tan sublime manjar, que, dicho sea de paso, es la vida misma, con un vaso de Moscato refrescado. Una ofensa al maestro Carlo Mangoni, el profesor de la Segunda Universidad de Nápoles que a mediados de los pasados ’90 publicó un verdadero tratado de pizzología y pizzas, acerca de su historia, difusión planetaria, recetas, componentes y modalidades básica; y el mamotreto intitulado Modernist pizza – de los tales Nathan Myhrvold, matemático e inventor nacido en Seattle, y Francisco Migoya, cocinero mexicano -, será gordo y palabrero, pero comparado con el trabajo de Mangoni y otros textos que también iluminan hornos y bibliotecas, apenas si sabe a uno de esos engendros choriceros de la cadena Sbarro, autoproclamada como la pizza y la pizzería del New York style… Alto aquí por una rato; ya volveré sobre mis teclas para continuar acerca de lo que acaban de leer, pero antes algunos afanos que dicen de mi enfado… Todo el mundo está en la estufa, triste, amargao y sin garufa, neurasténico y cortao… Se acabaron los robustos, si hasta yo, que daba gusto, ¡cuatro kilos he bajao! Hoy no hay guita ni de asalto y el puchero está tan alto que hay que usar el trampolín. Si habrá crisis, bronca y hambre, que el que compra diez de fiambre hoy se morfa hasta el piolín. Hoy se vive de prepo y se duerme apurao. Y la chiva hasta a Cristo se la han afeitao… Hoy se lleva a empeñar al amigo más fiel, nadie invita a morfar… todo el mundo en el riel. Al mundo le falta un tornillo, que venga un mecánico… ¿Pa’ qué, che viejo? Pa’ ver si lo puede arreglar. ¿Qué sucede?… ¡mama mía! Se cayó la estantería o San Pedro abrió el portón. La creación anda a las piñas y de pura arrebatiña apoliya sin colchón. El ladrón es hoy decente a la fuerza se ha hecho gente, va no encuentra a quién robar. Y el honrao se ha vuelto chorro porque en su fiebre de ahorro él se “afana” por guardar. Al mundo le falta un tornillo, que venga un mecánico. pa’ ver si lo puede arreglar… Sí. Al mundo le falta un tornillo…Atención mis queridas ellas y ellos pejerreyebundos en el Saturno de los filomorfantes y morfólogos apasionados, y escribo Saturno porque si la mano sigue de barajas en el sentido que nos hace tanto fulmina, el manduque como la justicia manda, para alimento pero también por goce y refocilo, el echarse al coleto, les batía, y con cuchara y tenedor, nada de aparatejos ni cacharros al enchufe, cada trecho breve de vida, que viene a ser un día, peor se yanta y escabaia, cuando se yanta y escabia… Tal cual me acontece con demasiada frecuencia, por la borda de la escritura salté, dejándolos en bolas o en tetas al aires y sobre cubierta… Entonces, les decía: Atención mis pejerreyebundos lectores y lectoras – si los hubiese, claro- a uno se le hace cuento que a Enrique Cadícamo se le haya ocurrido escribir hace muy mucho lo que acaban de leer, tanto que parece borroneado sí, para Gardel, pero hoy mismito y hasta anunciado entre algoritmos… Ya volveremos a lo del titulejo y los del mamotreto pretensioso pero la marimorena en la mía testa de Peje es tanta por el embronque, que me tomo otro atrevimiento: Me yamo Dante A. Linyera… Pero no es ese mi nombre, ¿Pa´ qué batirlo?, Si es fulo como una mina sin tren, y en el fichero ´e la vida ´toy prontuariao como hombre. Como hombre que la ha yirado, de un cotén a otro cotén. Soy d´este país del bizcocho, la quiniela y la macana. Nací en un convento grande como panza de burgués. En una noche fulera sobre una almohada italiana (…). Yo soy el cantinerito del viejo barrio ´e Solís. Desde chico me tiraron los potros de la atorrancia. Y desde pibe, en el fango, yo fui a meter la nariz (…). Fui al colegio y un buen día, campaniando el estofao de la vida mishia y triste, sentí bronca, protesté…La abacanada maroma que recorre el asfaltao me dio bronca y por las cayes del anarquismo dentré (…). La inspiración, como Pedro por su casa se me vino. ¡Y empecé a escribir puemas, enchastrados de gotán! (…). Y aquí estoy (…). Cantor de la mishiadura (…). ¿Quién será? Baten los rantes que catan mi caradura. Y yo mismo, compañeros, ¡No sé siquiera quién soy! Y aunque soy arrabalero, más que el farol de Pompeya, ni soy guapo, ni lancero, ni me tuerzo pa´ un gotán. No uso daga en la culata, ni tengo Rubia Mireya, ni soy aquel amorcito que se yamaba Julián…No uso lengue en el pescuezo y a nadie le di la biaba (…). ¿Y quién soy al fin y al cabo? Psh… Un mamerto cualquiera, prontuariao como un salame que ha manyao la gran cuestión… (Autobiografía rasposa. Poema lunfardo (1933), de Dante A. Linyera)… Ahora sí. Entre todos los atrevimientos – y algunos aciertos, lo justo justo es -, el Nathan Myhrvold y el Francisco Migoya, con los el como hablarían de ellos los mendocinos, mis amados por sus vinos, los más falaces y contrahechos son aquellos que dicen: La pizza ya casi es más gringa que italiana y que son las ciudades de Estados Unidos – si apenas algunos rincones más en nuestra América – los territorios desde los cuales se puede hablar y gozar ese mundo de maravillas de origen napolitano… Cuando se notició acerca del mamotreto que nos ocupa, mi amigo Ducrot deambuló como un poseso por las calles de su barrio al grito de ¡colgad a los fariseos!, ¡guillotina a los falsarios! y otras divinuras similares. No se olviden que fue él quien, para la época en que Carlo Mangoni investigaba en Italia, por estas tierras se aplicó en la escritura de ciertos librejos como Los sabores de la patria y Los sabores del tango, en los que desarrolla sus ideas acerca de la naturaleza cocoliche como modo propio de mestizaje en los yantares urbanos argentinos, entre los cuales por La Boca del Riachuelo ingresó la pizza y se hizo aquí distinta, pero tributaria de las barriadas de San Gennaro, donde al final de su vida habitó el maestro Caravaggio… Lo dejé a mi amigo al socaire de su pasión y nada le dije sobre lo que ya casi en la despedida me apresto a reproducir, parte de un texto que sobre temas similares y en esta tan digna y magnánima revista con nombre de volcán, que también es ardor y vehemencia, yo mismito publiqué, y ahora plagio: Tan clásica y amada entre quienes adoran la tradición pizzera de la Santa María de los Buenos Aires, territorio que junto con Nueva York y toda Italia, aunque sobre todo a la maravillosa Nápoles, componen el mapa perfecto para los amantes de la Margarita o cuales fueren… Tampoco se trata de imponer un canon, dios y los del Averno me protejan de semejante impudicia pelafustana, ya que, cómo en el caso de los vinos, la mejor pizza y todos los platillos del orbe lastrador es la que a cada uno de vosotros más os gusta… No voy a hacer nombres, ni de las malas, muy malas, buenas y muy buenas pizzerías, que las hay entre las que habitan por los lares citadinos al Oeste del Plata… Para qué; sí tan sólo me animaría a mencionar mis dos o tres preferidas, pero lo cierto es que, hace mucho que las pizzas porteñas, que tienen su fanáticos aunque a veces chorreen aceites mozzarélicos que da pavor, cierto es que vienen en picada de calidad y alza desmesurada en los precios… A mí, en persona personalmente, tal cual le diría el agente Catarella a Montalbano, personajes del maestro siciliano Andrea Camilieri, las que más indescriptible placer me provocan son aquellas napolitanas… Por supuesto también me entusiasman hasta el desvelo las vernáculas – ¡Ay Angelín en Villa Crespo y Pirilo en San Telmo!… Y recuerdo con entusiasmo de goloso algunas de antaño, las jamoneras con taconeos y quebradas de la desaparecida Génova, en Belgrano, y las de Banchero, la veterana y primigenia que persiste … En fin, tal cual todos sabemos, el tema pizza y pizzerías, mis amigas y amigos, es inagotable y, como se zarparía Ducrot, de profundidades ontológicas, éticas y estéticas poco frecuentes…En fin…Ya me voy, antes que un tal Cecchini me putee por lo prolongado de mi discurrir, no sin antes rendirle homenaje a un compañero de travesías pizzeras; a mi fiel amigo, ya lo mencioné antes, don Moscato. ¡Salud!
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