El Pejerrey Empedernido se tomó unas vacaciones largas sin siquiera avisar a los editores de Socompa. Pero acá vuelve, molesto y desafiante como siempre.

Siempre supe que eso de volver mejor o mejores escondía un vahejo de trápalas inconfesas, y ahora que regreso tras semanas de clandestinidad entre las mares del Sur, que resplandores saben provocar en nuestros espíritus que se dicen anfibios; ahora, entonces, vuelvo a comprobarlo en cuerpo y ánima, en ser y aliento. Porque imposible no retornar más cruel que antes ante la crueldad, sin relegaciones ni indulgencias… Es que nunca se detuvieron, mejor dicho fueron en aumento cada uno de los desaguisados políticos de toda laya: qué deudas y acuerdos, agachadas ante el Fondo y esquizoides proclamas anti USA; inflaciones, precios y dineros postergados para los de abajo. Provenientes semejantes desmanes de todos los campamentos, desde aquellos en los que habitan a quienes sabemos bellacos, pero también desde los otros, donde se entronan quienes la juegan de virtuosos… Creo que por eso mi amigo Ducrot se lanzó los otros días desde las Redes (e indulgencia solicito por la referencia semejantes tugurios simbólicos): política y políticos profesionales, de uno y otro lado, son silueta y modo de un mundo en el que nada de lo que es parece, ni nada de lo que parece es, mientras que en el otro mundo, en el inapelable, millones son los pobres y los desheredados de toda esperanza; pero el espectáculo de los impúdicos continúa… En nuestro país post dictadura y matanzas, la política quedó en manos de timadores sin miramientos ni culpa alguna; de una y otra tribu, que lidian sí pero por negocios, cajas y privilegios, y por eso todo se inclina a la derecha, aunque algunos se hagan los Nac&Pop y progresistas, mientras cada día son más los pobres de todo sufrimiento… Y supongo que la va a seguir, pues saben ustedes que es profe en la Universidad Pública sobre comunicación y delitos y debe estar espantado por el tanto doblez y fariseísmo rampante entre policías, fiscales, jueces, dirigentes políticos, funcionarios de gobierno y periodistas que la parlan hasta el aburrimiento a partir del estrago asesino que provocó la venta de cocaína “envenenada” en el Conurbano bonaerense… Les escribía lo que leyeron cuando el fulano apareció en el teléfono y me dijo: oiga don Peje, déjese de joder y escriba sobre la esencia de lo suyo, sobra la razón de su existencia, que es el morfi; y déjeme con lo mío, que podría ser recordarle a usted y a sus lectores acerca de las cuántas y variadas constataciones que existen sobre un hecho irrefutable: el crimen organizado en torno a la producción y distribución narco sólo es posible por acción y omisión de la trama siniestra que componen los mismos que se rasgan las vestiduras y recorren los medios a la hora de las evidencias y las tragedias, y con un solo objetivo: encubrir lo que acontece y continuar con el negocio; en eso andan aquellos gobernantes, políticos, jueces, fiscales, policías y periodistas que nos rodean… Bien, bien y muy bien. Para nada me conviene entrar en pendencias y marimorenas con el tal Ducrot, no sólo por el afecto que nos une sino porque no vaya a ser cosa que, por enfado ante mi ausencia de prolongadas semanas, aproveche la oportunidad para convencer a sus amigos de Socompa de que tanta falta no hacen mis textos en semejante e ilustre publicación… Por eso y entonces, a mi cocina. Y nada mejor se me ocurre para la ocasión que cargarle la romana a una de las variadas sandeces que ilustran el territorio semántico de nuestros tan prometedores haceres y decires culinarios, y para ello el recuerdo que se avecina de lo que por ahí estampé no hace muchas jornadas atrás – es que también me escondo en las Redes -: la gilería globalizada ahora habla de street food y trucks food y cree que inventó la compota, pero allá por los años ’60 de la centuria que pasó, “los carritos” de la Costanera porteña hacían furor, para yantarla de a pie y el paso, con elegancia y donaire… Y me quedé pensando en otra orla, costado u orilla para el mismo asuntejo, a saber: el comer callejero suena a paquetería, a moda tan boba como casi todas las modas, salvo para quienes recaudan sus dinares a propósito de ella, pero por estas tierras ofrece un cierto eco de vileza, por decir algo, ya que tantos e incontables creo que son los que morfan en la calle, cuando morfan, y no porque sean chicas y chicos cool vestidos con marcas al santo y seña del tenderete bacán, sino porque forman parte de ese más del cincuenta por ciento real de la población argenta que está en la reputísima vía porque los señores del poder, de la camándula badulaque, se cagan en todos, en cada uno de nosotros, humanos y pobres Pejes del Tuyú para más datos; en fin… Sepan disculpar que hoy no esté para recetas, se las debo y con ellas cumpliré prontito…Eso sí, como siempre: ¡Salud!

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