El Pejerrey Empedernido se puso a leer a Flaubert y vaya uno a saber por qué, se le despertó el apetito. Así que puso manos a la obra y se preparó un pollo con azufaifas, que si las consiguen está para chuparse los dedos.
O un diccionario muy particular, del morfar y del beber, sí, ampliado porque la letra misma aunque impresa vive. Y un remate acerca del retozar en las terrazas. Es que les seré sinceros, la primera versión de este texto tiene ya añazos aunque no diré dónde fue estampado por primera vez porque me trae recuerdos de garcas que se tomaron el olivo, afanándole millones a los gobiernos kirchneristas y dejando en banda, sin trombón ni clarinete, ni yerba de ayer secándose al sol, a cuanto laburante quedó atrapado entre su garras. Y a veces, como Pejerrey que ve bajo el agua turbia, distingo a tantos cómplices que fueron del turro en cuestión haciéndose los nacionales y populares, que me canto bajito lo que más bronca me da, es haber sido tan gil. Gracias Enrique Santos Discépolo. Pero no crean que voy a hacer la que me esgunfia cuando me la juegan debute los pibes y las pibas de la Facultad, eso del copio y pego. ¡No jamás! Aquí va una versión ampliada y gozosa porque esta vez es para los atorras amigos y sufrientes como uno de la Socompa. La culpa la tuvo Descartes, para quien el sentido común viene a ser algo así como la mayor de todas las insensateces. O lo arrebata el humor a la hora de tomarle el pelo a la burguesía (de todos los tiempos). Gustave Flaubert se ríe de tanta estulticia. Con ustedes en el recuerdo, el Diccionario de Lugares Comunes (Leviatán, Buenos Aires, 1991), del autor de Madame Bovary e inventor de la novela moderna. Agarrate la primera que va de boleo. Ajo: mata las lombrices intestinales y predispone a las luchas amorosas; y en año de entreveros en retozos sin horas ni esperas, todo por vos, hasta que sí los tiros del final nos van a salir, como si fuéramos libres. Y ahora una que viene de lejos, mis románticos y románticas amados todos. Ajenjo: Los periodistas lo beben mientras escriben sus artículos. Mató más soldados que los beduinos. ¿La cazaron? Glosaría El Pejerrey, mató más combatientes por la justicia que las hordas fachas de cualquier tiempo. Alimento: Siempre sano y abundante en los colegios. Claro, Flaubert no podía imaginarse la epidemia de maldad llamada Mauricio. Almuerzo (de solteros, y medios boludones añado): Requiere ostras, vino blanco y cuentos verdes. Y sigue che, sigue. Café: Aguza el ingenio. En una cena de gala se debe tomar de pie. Degustarlo sin azúcar, muy elegante, produce la impresión de que se ha vivido en Oriente. Y ojo con la que viene. Cangrejo: Camina hacia atrás. A los reaccionarios siempre hay que llamarlos cangrejos. Y Carniceros: Son terribles en tiempos de revolución (y señalo, añorados en eras mauricias). Cerveza: No hay que beberla porque acatarra. ¡Eso mismo, escabien vino que es la bebida de los pueblos fuertes!, como se decía en la tele hace mucho, cuando era tan mierda (la tele) como ahora, pero dolía menos. Cólera (el): El melón provoca el cólera. Uno se cura tomando mucho té con ron (El Pejerrey vocifera, y del cubano, sin dudas; me acuerdo del Paticruzado, de Santiago, de Oriente, y me mamo bien mamao, pero para volver a sus tonos ocres y de amores bravos). Damascos: No los tendremos tampoco este año. ¡Mierda! Y con lo que me gusta hacer su mermelada, de frutas partidas con piel y todo, azúcar, canela, agua y al fuego lento que te quiero rojo. Restaurante: Uno debe pedir siempre las comidas que habitualmente no se prueban en casa. Cuando no se sabe que elegir, basta con pedir los platos que se sirven a los vecinos (los de la mesa de al lado). Y podríamos seguir, pero para muestra sobra un flan (en Francia lo comen sin dulce de leche. ¡Increíble pero verdad!). Flaubert comenzó a escribir su diccionario en 1847, cuando hacía rato que la francesa había dejado de ser Revolución; y toda coincidencia de capacidad burlona con el presente de estas tierras no es obra de la casualidad. Pues entonces, la azufaifa en un fruto carnoso y de color rojizo (también las hay negras), originario de Asia y de la Europa mediterránea. Es dulce y ácido. Logra confituras de curioso sabor. Los chinos preparan el pollo con una salsa que las incluye: cocinarlo en una olla, con agua, azufaifas de los dos colores (si las encuentra, claro), jengibre, pimienta y un chorro de vino blanco (pero déjense con eso de los tardíos o dulzones, con todo respeto). Mientras espera a sus invitados lea unas páginas de Madame Bovary: “los regalos fueron únicamente productos de su establecimiento, a saber: seis botes de azufaifas, un bocal entero de sémola árabe, tres colodras de melcocha, y, además, seis barras de azúcar cande que había encontrado en una alacena. La noche de la ceremonia hubo una gran cena; allí estaba el cura (…). El señor León cantó una barcarola, y la abuela, que era la madrina, una romanza del tiempo del Imperio; por fin el abuelo exigió que trajesen a la niña, y se puso a bautizarla con una copa de champán sobre la cabeza (…)”. Si los invitados se demoran, respire profundo y goce: “Emma se parecía a las amantes; y el encanto de la novedad, cayendo poco a poco como un vestido, dejaba al desnudo la eterna monotonía de la pasión que tiene siempre las mismas formas y el mismo lenguaje (…). Porque labios libertinos o venales le habían murmurado frases semejantes, no creía sino débilmente en el candor de las mismas; había que rebajar, pensaba él, los discursos exagerados que ocultan afectos mediocres (…). Para el final, porque sí, y de un diccionario que no existe. Terraza: Cuando ella, la escritora, no está, todas las mañanas tengo que regar las plantas. Para comer unas carnitas de anchoas grandes del Atlántico al Sur, más azules que la azueles modernidades nicas, y con ensaladas de hinojos, siéntome; que ella ya llegará y el vino hará lo que es: vida. Salud.
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