Una reflexión al calor del desalojo con represión en Guenica. ¿Qué quedó de aquel peronismo de la nacionalización de la banca extranjera, la Junta Nacional de Carnes y la Junta Nacional de Granos? ¿De aquel que construía viviendas y consideraba que el trabajo era un derecho y que debía tener salarios dignos?
El 29 de octubre de 2020, con el paso del tiempo, debería ser recordado como el “Día de los desalojos”, aunque no alcanzaría con semejante nombre porque no reflejaría la realidad en su total extensión ya que los únicos desalojados fueron los de siempre, los pobres, los sin tierra, los desposeídos de todo bien.
El partido peronista, aunque siempre fue policlasista, tenía en el pasado una serie de premisas que fueron las que sostuvieron a las masas aferradas a esa organización: la justicia social y a los trabajadores considerados como su “columna vertebral”.
Desde que comenzó el gobierno de Menem, esas dos premisas se fueron diluyendo en una zaga que jamás se detuvo. Las privatizaciones de las empresas del estado dejaron miles de trabajadores desocupados, el cierre de los ferrocarriles y puertos, otros tantos miles, el cierre de miles de fábricas y pequeñas empresas, a otros miles más. La política llevada a cabo no sólo fue la de la exclusión, sino la de creación de una generación de hombres y mujeres que quedaron por fuera del sistema y que dieron origen a un sinfín de desocupados estructurales que se fueron reproduciendo con el paso del tiempo. También, el ajuste sobre los más pobres y el endeudamiento del estado contribuyeron a que grandes masas del campo popular quedaran afuera de cualquier reparto. Así comenzaba a quebrarse no sólo la “columna vertebral”, sino el leiv motiv con el que se llenaban la boca sus dirigentes: la justicia social.
Desde entonces, el peronismo dejó de reivindicar, en los hechos, esos parámetros de otrora, por más que hasta prometiera la “revolución productiva”. No es justicia social mantener millones de personas atadas como rehenes a planes sociales, algo que implementó con maestría el nefasto peronista Eduardo Duhalde. No es justicia social mantener una casta de burócratas también peronistas acordando salarios de hambre para la “columna vertebral”. Hace décadas que los trabajadores han dejado de ser considerados el supuesto eje de la política de los sucesivos gobiernos peronistas para dar paso a la preponderancia desenmascarada de la clase dominante que, si bien siempre estuvo, desde Menem para adelante, dejó de ocultarse y de disimular que es la verdadera dueña del poder como ha sido siempre. No ha habido justicia social cuando hoy existen millones de seres humanos sin trabajo, sin casa y por debajo del nivel de pobreza. No es digno para nadie ser rehén de un bolsón y un plan gerenteado por los que consideran que así le “arrancan” algo al estado burgués pero con cuya acción sostienen el status quo.
Fue obra de Perón la nacionalización de la banca y el comercio exterior, la creación de la Junta Nacional de Granos y la Junta Nacional de Carnes. Fue obra de Perón la construcción de miles de viviendas dignas, hospitales y escuelas. Y no por ello era un revolucionario. Sin embargo, nadie puede negar que fueron años bastante dorados para la “columna vertebral” y que el discurso de la justicia social tenía su correlato en los hechos.
Desde entonces comenzó la decadencia. Para no entrar en todos los detalles que conocemos por padecerlos, sólo agregaré que la desocupación, tan finamente orquestada, jamás se revirtió; que los planes sociales pasaron de ser una respuesta en la emergencia a ser una constante que nadie desactivó; que la carencia de vivienda y tierra se reprodujo en todo el país diseminando por doquier a millones de condenados; que la apropiación de tierras por parte de la clase dominante se convirtió en otra constante que llega hasta el día de hoy. En el sur y en el norte, al este y al oeste, los ricos y poderosos nacionales y extranjeros se han ocupado de EXPULSAR a los más pobres para dar paso a portentosas estancias, sembrados de soja transgénica y explotación minera contaminante. En los conurbanos de las grandes ciudades, esos mismos poderosos se apropiaron de la tierra suburbana para construir sus barrios privados y fortificados, sus vidas alejadas de la chusma que tanto desprecian y odian y también para mantener distancia de los sectores populares de donde se nutren de explotados para sus empresas asociadas con el gran capital internacional.
Y el país explota de injusticia, de pobreza, de carencia de respuestas, de políticas empobrecedoras sostenidas, de hambre y desocupación y, como si fuera poco, de falta de vivienda y tierra aunque sea para plantar un rancho humilde con cuatro chapas y un manojo de cartones. Ni eso. Deambulan los pobres de la ciudad y el campo, perseguidos por patrones y mercenarios a su servicio en las zonas rurales o poblando las calles, las salas de espera de los hospitales públicos y los refugios precarios para pasar la noche y también perseguidos por las fuerzas de seguridad que no escatiman en brutales represiones. Familias enteras han quedado acorraladas por la intemperie y el olvido.
Ése y no otro es el país en el que vivimos, donde transcurre una pandemia, en el que hoy se hicieron dos desalojos a balazo limpio, a palazos o a fuerza bruta.
Y eso desnuda, desenmascara, denuncia por sí dejando que hablen los hechos y no las palabras con las que no se puede sostener absolutamente NADA.
Se prometió que sacarían la exacción a los salarios (impuesto a las “ganancias” que no son tales) pero no existe ni un mínimo gesto en ese camino, no sólo jamás concretó, sino que no se concretará; se aseguró que mejorarían la vida de los jubilados pero, apenas asumidos, suspendieron la ley vigente para bajarles los haberes, igualando para abajo, algo que mantienen hasta ahora empobreciendo aún más a un sector que no tiene herramientas de presión ni defensa; se dio la palabra de que se les aplicaría un impuesto a los ricos pero son los mismos que hacen dormir la propuesta en alguna oficina perdida del congreso y bajan las retenciones a los dueños de la tierra y la explotación agropecuaria; se propuso que les recordáramos cuando cometieran “errores” para rectificarlos, pero son sordos, ciegos y mentirosos; se jugó la palabra de que estaríamos mejor que con Macri, pero no pueden disimular su decisión política de no denunciar a los ladrones que los antecedieron, no expropiarles todo lo que robaron, no enfrentarlos ni siquiera con su parcial justicia. Nada de eso ha sucedido. Todo lo contrario: salarios con aumentos irrisorios; haberes jubilatorios achatados por decreto y aprobación de diputados y senadores; represión para sostener la cuarentena con especial ferocidad hacia los más pobres y decenas de lindezas más conforman hoy, junto con los desalojos brutales, el accionar de un gobierno que se ofreció como gran alternativa popular y al que se le ha caído la ropa para dejar al desnudo que es uno más de los que tuvimos siempre. De todas aquellas cosas que caracterizaron el discurso del partido peronista no queda nada. Absolutamente nada. Apenas un barniz maltrecho y mal habido de palabras de lo que tanta gente necesita oír para mantener la esperanza.
No alcanza una imagen de maestrito bueno o de jovencito idealista para tapar la decisión política de proteger la propiedad de los poderosos, de sacar a la luz toda la parafernalia represiva del estado a su servicio y de poner en actos la verdadera elección entre los condenados de la tierra y los terratenientes.
Imágenes dantescas de ranchos precarios incendiados o aplastados por topadoras, exceso de efectivos policiales intimidando y reprimiendo a balazo limpio, pobres seres humanos huyendo con un par de bolsas de plástico en la mano como única pertenencia fueron sólo algunas de las muestras de la desnudez.
Se acabaron los cantos de sirena. Un carapintada ejecuta las órdenes de quienes ya tomaron decisiones políticas de con quién se quedan y han hecho su elección. Con los pobres no, es evidente. Con la columna vertebral, tampoco, está a la vista. Con la justicia social, mucho menos. Los desalojos de hoy muestran, precisamente, una insensibilidad social imposible de cubrir con palabras sobre el “derecho” de todos. Mienten, mienten, mienten. Los únicos que tienen derechos siguen siendo los poderosos de siempre: los propietarios de la tierra, de las fábricas, de los countrys, de los grandes negocios, de nuestras vidas…
Me pregunto si alguien se pregunta adónde dormirán esta noche esas familias… qué será de ellos mañana, pasado… qué será del odio que debe haber parido su impotencia… qué será de nosotros tan calmados y mirando todo por la tele y diciendo que esto no va más, pero olvidando a los cinco minutos que, a esta hora, exactamente, hay un niño en la calle, familias enteras en la calle… Acá, en el sur, en el norte, al este y al oeste, donde ya ningún jacarandá florece en nombre nuestro porque no somos dueños de nada.
Como aquel cuadro de Picasso, nuestra Guernica se erige con el rostro del espanto.
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