Las armas para combatir al capitalismo – con el disfraz de bueno y serio o con el descaro de asumir su vocación de despojo – podrán variar en algunas batallas, pero a la que un pueblo jamás debe renunciar es a su identidad, que sin ella no hay nada. Por eso, el Pejerrey Empedernidos propone que frente a delíveris explotadores de ciclistas y menjunjes con nombres raros, enarbolemos el sánguche de milanesa, que nunca traiciona.

Es mi nuevo superhéroe, rebosante, casi blasfemo y lascivo, políticamente incorrecto contra dietas y flojeras del buche; contra melindrosas y melindrosos del comer, ni qué les cuento contra veganoides, bajas calorías variopintos y aquellos de cualquier género, con culos apretados y veleidades de atletas a la virulí… Ahí lo verán a nuestro neocaballero andante Chegusán de Milanga, abrazando a su Dulcinea de nalga o de peceto, siempre de vaca mugidora, entre los gloriosos cortinados del pan de fonda – los franceses que les dicen -, de almas migosas y rostros crujientes, embelesados con mayonesas o mostazas, hojas verdes de la verde lechuga y ruedas rojas del rojo tomate, que por supuesto y por lo indoblegable de su ser, le esquivó al destino de lata que algún hijo de puta quería darle, con la intención de enviarlo pa’ Caracas, y se quedó él en la mata, diciendo aquí estoy con bufoso de semillas en mano y siempre junto al noble cocinero, mejor dicho cocinera, porque, como parece que mi amigo Ducrot anda insistiendo en unas clases sobre cocina, comunicación y cultura que perora por la Universidad Pública, ella, la cocina como suma absoluta de saberes, prácticas y discursos, es anónima; nació en la pobreza, lo que nadie puede disimular, ni el mismísimo pelandrunaje de cocinerillos y cocinerillas dizque gurmé; es memoria capaz de convertir a la necesidad en goce; y es femenina, que los fulanos del patriarcado bien tarde que llegaron a los fuegos, por favores de cortesanos primero y de personajes con pretensiones del Burgués después… Y al respecto ahí tienen en tanto ejemplos a los guardianes de las ollas del rey, reina, condesa y otros títulejos, y más tarde a quienes le dieron profesionalidad a las legendarias andanzas culinarias de cazadores, campesinos y pescadores… Bien, bien; por favor no le cuenten a los de la Facultad de Periodismo de la UNLP que me hice pasar por humano y me anoté en las clases de Ducrot, no sea cosa que la muchachada entre en crisis existencial por haberse convertido en la primera a la hora de tener como estudiante nada menos que a un pez de las aguas del Tuyú, como mis primas las corvinas, la morocha quilombera y la rubia más modosita, aunque en mi caso también habitante de ríos y lagunas… ¡Pero Shhhhh, guarden el secreto!… Sigamos. Así fue como le oí al gomía pronunciar algunas de la que siguen, semejantes aseveraciones: digan lo que digan, lo nieguen o pataleen, el comer, la cocina, es clasista; vale decir, los ricos disfrutan, los de abajo, que son de abajo porque los ricos son ricos, la yugan… Notable la Susanita de Mafalda en una de aquellas viñetas: seamos solidarios, organicemos una cena con caviar y otras delicias, así juntamos fondos para comprar polenta y esas porquerías que comen los pobres… Y ese clasismo no sólo se manifiesta en lo que comen unos y otros sino hasta en cómo, en dónde y en los respectivos y diferentes puntos de inicio para el acto de cocinar, es decir dónde se proveen… Tan dramático es el semejante dislate que en sus extremos los hay quienes se solazan con lo que desean gracias a sus tarjetas de crédito y otros apenas si sobreviven con lo que logran, recorriendo los contenedores callejeros para la basura… Estamos en la era del llamado capitalismo digital, a distancia, en lejanías que tienden a convertirnos en mercancías solipsistas con ilusiones vanas de estar comunicados… Y esa injuria de la alienación llega hasta la hora de comer, a lo que comemos y desde dónde lo hacemos…Leí el otro día que, en California, la mala patria de las tecnológicas y de las Uber, quieren legislar en favor de una desregulación total para el trabajo de quienes a partir de un pedido “ya” por  APP reparten comida hasta los hogares de culos apoltronados; como aquí que los pibes y las pibas pedalean y pedalean por a cambio de una mala paga en la ilegalidad, de forma parecida a lo que se impuso en los pasados ’90, también en estas latitudes, cuando arrancó lo del mundo gurmé con restaurantes de moda, en los que el personal suele trabajar en condiciones de precariedad absoluta, en negro que le dicen, y poco menos que apenas que dependiendo de las propinas…Ahora los cocinerillos de catálogo, muchas veces con esbelteces y flacuras que son sospechosas – qué será de alguien que cocina y no come ni bebe mmmm -, siempre con tilinguería a la moda, se subieron al modo “foodie” y dicen que te mandan a tu casa los grandes platos de los grandes jefes, perdón chefs; que sólo tenés que usar aplicaciones para que los pobres pedaleen y vos la juegues de Aristóteles Onassis… El capitalismo digital llega a las mesas como gastronomía digital y esta nos encierra, nos aísla, hace que se diluya buena parte del ser de la cocina, que es el convivio, el banquete en la tierra de Eros…Pero el capitalismo no sabe de eso, ni quiere saberlo. Después de toda esa prolongada endecha, mi amigo Ducrot continuó y continuó pero yo ya tenía bastante, y había llegado a una conclusión: llamar a Chegusán de Milanga con la idea de que él se ponga al hombro la tarea crear una suerte de brigada internacionalista anti gastronomía digital; y él entonces se me apareció con toda la furia de la que es capaz, con ella dorada y maquillada como para el amor clandestino, con mayonesas batidas sin prejuicios y verdes y rojas coronas, adormecida entre las suavidades de la franca hogaza recién salida del horno, sin pudores, con transparencias e implorando que los dientes gozadores muerdan… ¡Qué vivan los sánguches de milanesa y alumbre el Farol de tinto que raspa, hielo y soda ¡Salud!

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