Sobre punitivismo, ordalías, clamor vengativo y chivos expiatorios en la modernidad líquida. O de cómo la acumulación de paradojas y el cruce de medias verdades -en apariencia opuestas- terminan por construir un dilema falsificado.

Hace unos años una niña de 12 fue acusada de intentar envenenar a un profesor de secundaria, a quien en horas posteriores se le atribuyeron antecedentes de abuso.

No recuerdo cómo siguió la historia en el mundo real, pero sí me sirvió para un ejercicio de reflexión sobre los linchamientos cruzados en las redes.

Lo transcribo:

Paradoja y dilema no son la misma cosa. Sin embargo, la acumulación de paradojas y el cruce de medias verdades -en apariencia opuestas- terminan por construir un dilema falsificado.

Que se multiplica, porque la visión reduccionista privilegia la lógica del tercero excluido: el “sentido común” no tolera la presencia de dos males en contienda recíproca; uno de los dos será exaltado y el otro demonizado.

Hay una realidad social construida a muy alta velocidad por los medios de comunicación y replicada, instantáneamente y con la carga de nuevas subjetividades distorsivas, por las redes.

Con lo cual terminamos todos hablando de lo que se habla y de lo que se dice que pasa, sin saber realmente qué pasa. Aun cuando lo que se habla – claro – forma parte de lo que pasa.

La primera ilusión que esta inundación noticiosa produce es que ahora pasan cosas que antes no ocurrían o, en su versión más benigna, que esas cosas pasan más veces que antes.

Y la primera paradoja que surge – a su vez, producto de esta ilusión – es que, según el sesgo ideológico o el imaginario cultural de cada hablante o repitente, se elegirá “convenientemente” cuáles cosas – siempre malas, claro – “nunca pasaron antes” y cuáles otras se catalogan en la clase “esto pasó siempre”

Si las cosas malas se alinean con el discurso de la inseguridad, la indisciplina social, el desorden y las alarmas sociales, son “inéditas”

Ejemplo, que una nena de doce años le ponga veneno en el agua a un docente es algo “monstruoso, único, que demuestra palmariamente que la juventud está perdida, que el garantismo fomenta la impunidad” y, por supuesto, “que ahora a los doce años esas putitas saben muy bien lo que están haciendo, no como antes”

En cambio, si las cosas malas se alinean con la visibilización de colectivos victimizados, por ejemplo los femicidios, el MISMO grupo de opinantes dirá que “esto pasó siempre”, lo cual es un modo de decir que forma parte de la condición humana y hay que resignarse, porque siempre hubo y habrá “mujeres dispuestas a someterse”

Pero esto es solamente el umbral.

Porque de pronto alguien descubre o cree descubrir que el profesor envenenado tenía antecedentes de abuso, con lo cual la nena pasa de homicida en grado de tentativa a justiciera, porque el hijo de puta “se lo merece”

Es notable, porque quienes asumen esta posición en general son gente de confesión progresista que jamás dirían que la nena se merece la cárcel o que una mujer asesinada se lo merece por puta.

Y aquí la cosa se pone grave, porque entonces los mismos defensores de los derechos humanos ponen en cuestión su universalidad, y repiten, invertida, la falacia de los “humanos derechos”

Recapitulemos:

  • El intento de envenenamiento, un incidente grave tanto para la víctima como para la victimaria, se instala en el centro de la agenda no por insólito o nunca visto, sino porque la agenda necesita construirse así. La relación docente alumno en la secundaria es un ejercicio de poder y dominación que a veces explota en ataques físicos, desde el fondo de la historia. Hay contextos culturales, institucionales y sociales que disparan respuestas disfuncionales como ésta, y eso nada tiene que ver con la impunidad ni con el relajamiento de las costumbres.
  • A los doce años se es inimputable. La madurez es la misma de siempre. Que la exposición a los estímulos externos adelante un poco la pubertad y la pulsión sexual y que el acceso a recursos de conexión apresure una socialización ficticia no implica, de ninguna manera, que ese sujeto de doce años sea hoy más maduro y consciente de la lesividad de sus actos que otro de la misma edad hace una década, o un siglo. La madurez no se adelanta.
  • Ser inimputable no implica que el sujeto no deba ser tratado de alguna manera. Implica, solamente, que el tratamiento no incumbe al ámbito penal.
  • Que la víctima tenga antecedentes – si realmente los tiene – no la hace menos víctima. Es más, aún si se determinara que el intento de envenenamiento fue respuesta a un supuesto abuso, esto arrojaría una nueva luz sobre los hechos, pero no habilita a sostener que la víctima “se lo merece”, porque lo que eso a su vez legitima es la pena de muerte, y ni siquiera con juicio previo.
  • Los docentes están en riesgo pero no por la impunidad, ni por la negligencia familiar – que existen, sin duda – sino porque el sistema educativo conserva un paradigma que es esencialmente violento, que no entiende al sujeto educando ni le brinda herramientas al educador.
  • El nostálgico deseo de retorno de las sanciones disciplinarias tradicionales sigue el mismo razonamiento punitivista que el aumento de las penas o la baja de la edad de la imputabilidad: no sirve para nada, porque opera DESPUÉS del hecho, y su valor preventivo es nulo.

Por favor, pongámonos paños fríos en la cabeza, y también en el culo, por las dudas, porque últimamente los teclados parecen comandados directamente por esta última parte de nuestra anatomía.

Facebook no es una corte penal. Y el juicio de los medios no es un juicio sino una ordalía.

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