El Pejerrey Empedernido repudia por machista la cancioncita infantil pero no renuncia a los placeres del arroz con leche, y de paso te habla de Lucio V. Mansilla y sus siete platos de tan delicioso postre.
Ni con la de San Nicolás ni con ninguna otra – ni otro, dicho sea de paso, para estar a tono con los tiempos y me atajo ante el posible surgimiento de quien me lance por boludismo de pura cepa el epíteto de misógino o cosa parecida-, y continúo…Porque sabrán que en la cancioneja de ronda ahora denostada por machista, la señorita es de por ahí o de Portugal, o del Brazo Oriental, como la entonaron alguna vez en Uruguay; todo depende del sitio cantante, pues parece ser que se trata de una tonada más vieja que caminar pa’ lante y de nacimiento en España. Y ni que hablar me casaría yo con Nefertiti; jamás me le animaría, aunque más de una vez soñé que ella me convocaba como amante, en la jeta misma de Akenatón. Pero por ¡las barbas de Belcebú!, por favor no vayan a interpretar que propongo la vida en solitario, algo así como una suerte de solipsismo amoroso. ¡No…, todo lo contrario! Abogo por estar junto a quienes amamos, sin papeles, correcciones políticas ni mojigaterías, para celebración y retozo siempre de almas y cuerpos dispuestos al ardor de la poesía y de la catrera, o donde prefieran…Sucede que mi oposición al casorio, matrimonio por rito o por Coemptio cum manu de los romanos, tiene su origen en la arbitrariedad de una consonante, en la cacofonía silábica de mal talante a la que conduce la sustitución de una eme por una pe, porque sí humanos, vuestro matrimonio es cuestión de patrimonio, ¡por eso los jueces de paz y las oficiales del registro civil, que les dicen, suelen tener caras y gestos de estreñidos…Y en cambio, entre las guas del Samborombón y del Tuyú, por ejemplo, los Pejes y las Pejes a nada de eso le damos bola, entre percales de algas nos enamoramos, y punto…Habrán comprobado ustedes a esta altura del texto qué enorme zafarrancho armó el arroz con leche, postre de Oriente que llegó a estos barros del Plata y otras tierras de la América en las naos de los conquistadores, quienes a su vez lo afanaron de las cocinas del al-Ándalus; tanto fue el bolonqui que hasta se entreveró con las letras políticas, a esta altura historiográficas, del mejor cronista de los argentos, Lucio V. Mansilla, quien, pese a ser el hijo de comandante de la resistencia en la Vuelta de Obligado, no ahorró críticas a su tío, Juan Manuel de Rosas…Pues escribió una vez, en “Los siete platos de arroz con leche”, como debió embucharse y a la panza a reventar, aquella noche que, joven aún, y recién llegado a Buenos Aires, debió rendirle pleitesía en Palermo a un hombre que a sí mismo se avecinaba en derrota: “El gobierno no sirve más que para tres cosas; no se ha descubierto hasta ahora que sirva para más. Sirve para hacer la felicidad de una familia, la de un partido o la de la patria. Rozas no hizo nada de esto. Y no sólo no lo hizo, sino que se dejó derrocar por uno de sus tenientes, que le arrebató una gloria fácil (…). Acomodó simétricamente los candeleros, me insinuó que me sentara en una de las dos sillas que se miraban, se colocó delante de una de ellas de pie y empezó a leer desde la carátula que rezaba así: – “¡Viva la Confederación Argentina!” “¡Mueran los Salvajes Unitarios!” “¡Muera el loco traidor, Salvaje Unitario Urquiza!” (…). Interrumpiendo la lectura, preguntóme: – ¿Tienes hambre? Ya lo creo que había de tener; eran las doce de la noche, y había rehusado un asiento en la mesa, al lado del doctor Vélez Sarsfield, porque en casa me esperaban… – Sí – contesté resueltamente. – Pues voy a hacer que te traigan un platito de arroz con leche. El arroz con leche era famoso en Palermo y aunque no lo hubiera sido, mi apetito lo era; de modo que empecé a sentir esa sensación de agua en la boca, ante el prospecto que se me presentaba de un platito que debía ser un platazo, según el estilo criollo y de la casa (…). Un momento después, Manuelita misma se presentó con un enorme plato sopero de arroz con leche, me lo puso por delante y se fue. Me lo comí de un sorbo. Me sirvieron otro, con preguntas y respuestas por el estilo de las apuntadas, y otro, y otro, hasta que yo dije: – Ya, para mí, es suficiente. Me había hinchado (…)”. Se trata de un dulce de noble estirpe, sedoso y engañador como el retruco por los porotos en la baraja, pues a los untes de la leche espesa se le asoman para gozo de nuestra lengua y paladar los gránulos discretos del arbóreo en ella cocidos, hasta el cuidadoso pegoteo…Tras el hervor primero, sabed como mantenerla en cocción para que el arroz allí repose en calores, con azúcar, una vaina de vainilla rajada a lo largo, y rascaduras del solo amarillo y solo naranja de limones y…naranjas, claro…Para que, al final de los finales, la canela de la morería y de la Lima de Chabuca, bailadora, haga lo suyo y el dulce de leche espere fuera, para ingresar a la hora que lo hacen los galanes de buen ver, porque en la taza o cuenco que prefieran, el arroz con leche y la confitura que le robó su color al Río de la Plata, bailarán su mazurca, nunca azucarada…Luego, un coñac lento, sobre el borde del sillón y con vista a la alcoba. ¡Salud!
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