El Pejerrey Empedernido se nos puso casi caníbal este sábado, pero se lo perdonamos todo porque nos da la receta perfecta para hacer unas anchoas asadas llenas de picores.

Qué barbaridad che, me dije sacudiéndome las escamas el otro día al pensar sobre chamuyos varios e improvisaciones, pues los Pejerreyes Empedernidos sufrimos lo de Funes: somos memoriosos. Y la memoria, sin la cual no existiríamos, tal cual les sucede a ustedes, los humanos, cuántas, tantas, veces nos dejan patitiesos, y…bueno, por ahora nada más, sólo recordar, si con ello basta porque para buenos cocineros pocas palabras: El presidente Néstor Kirchner y la ministra de Desarrollo Social de la Nación, Alicia Kirchner, firmarán hoy a las 19 en el Cine Teatro Carreras de la ciudad de Río Gallegos el convenio marco a través del cual se implementará el Plan de Seguridad Alimentaria “El hambre más urgente” en la provincia de Santa Cruz.  El Plan de Seguridad Alimentaria, creado por la ley 25.724 sancionada por unanimidad el 18 de diciembre de 2002, es el resultado de una iniciativa popular impulsada por organizaciones de la sociedad civil y medios de comunicación. Así nos contaba Misiones On Line el 31 de julio de 2003. Y el 27 de diciembre del 2002, La Nación había publicado, orgullosa, lo siguiente: El Senado convirtió en ley esta madrugada, por unanimidad, el Programa Nacional de Nutrición con el objetivo de enfrentar el hambre que afecta a más de 2 millones de niños menores de cinco años y mujeres embarazadas en todo el país, que viven en situación de pobreza. El Senado sancionó con fuerza de ley la propuesta consensuada que surgió de la campaña “El hambre más urgente” impulsada por organizaciones no gubernamentales, el periodista Luis Majul y La Nación. La propuesta refuerza la contención nutricional y de asistencia integral a menores de cinco años y embarazadas, a la vez que dispone la cobertura de niños de hasta 14 años, discapacitados y los mayores de 70 años en condiciones de extrema pobreza. Se calcula que el programa implicará la asignación de unos mil millones de pesos durante el año. Los recursos saldrán de un fondo específico e intangible que se solventará con dinero de otros programas sociales y la reestructuración de partidas que realice la Jefatura de Gabinete a tal fin. La campaña “El hambre más urgente” impulsada por el diario La Nación, Grupo Sophía, Poder Ciudadano y Red Solidaria, entre otras organizaciones no gubernamentales y medios de comunicación, trabajó sobre un proyecto de Horacio Rodríguez Larreta y desde el mes de septiembre se dedicaron a la recolección de las 500 mil firmas necesarias para llevar el proyecto al Congreso de la Nación. Pero la memoria cuenta con otros retruques más queribles y me acordé de algo: En 1942, Aníbal Troilo tocó en Devoto y los presos, entre ellos varios bosteros, le regalaron un lienzo con la formación completa de su River amado, que bien gallina era él, el primer bandoneón del Universo, bordadas por ellos las camisetas y recortadas de El Gráfico las caras de los jugadores. El cuadro colgaba – y debería seguir colgando, aunque no lo sé porque hace años no voy por allí – de una pared en el café El Banderín, ahí donde, en la capital de los argentos, el barrio de Almagro se disfraza de Abasto, en la esquina de las calles Guardia Vieja y Billinghurst. Llegó a manos de Mario Riesco, por aquél entonces dueño del boliche de marras, gracias a una historia de bandas rojas: Troilo y el propio Riesco compartieron amores futboleros, y hará más de treinta calendarios un ahijado del Gordo que le decían con amorosa razón, decidió como mejor descanso para el bordado de los sin libertad al muro del cafetín donde supieron acodarse parla que te parla, Roberto Rufino y Osvaldo Pugliese. Dicen que a Troilo le gustaba dejarse caer por esa esquina, para regocijo de su espíritu sabio y libador; y lo que sigue es una conjetura: También debieron haberle gustado el chipá, ese panecillo virtuoso de harina de mandioca y queso de la culinaria del Paraguay y de las tierras argentinas por ahí apretujadas entre el Paraná y el Uruguay, y el locro norteño, porque, por leí de alguna letra sabedora que su apodo inmortal, Pichuco, puede ser palabra guaranítica o quechua y quiere decir negrito o flor caída del algarrobo. Y ya que estamos de recuerdos la sigo. Me acodaba: No lo hacía tan solo por lo que sigue aunque sí bastante por ello mismo, porque hoy la vi, fue casualidad; yo estaba en el bar, me miro al pasar; yo le sonreí y le quise hablar; me pidió que no, que otra vez será…sé que nunca más; cómo olvidar su pelo, cómo olvidar su aroma…si aun navega en mis labios el sabor de su boca. Pero basta de rodeos: Cómo olvidar la hora del vermú con picadilla de zanahorias, tomates secos y berenjenas en escabeche, y la gravedad serena de las leyendas, que lo son y para siempre la Hesperidina y Pineral con mucho hielo y hasta que los sifones digan hasta aquí llegamos. Y a título de despedida, pero con prólogo recetario, cierta breve cuestión que me ronda bajo las aletas hace un tiempo. Venía yo Pejerrey pensando: cuántos años hacía que, por estos lares de la sobreviviente pese a todo Buenos Aires, la ciudad condenada a la resistencia como lo fue a la Reconquista, cuánto hacía quería contarles, que no llegaban como si estuvieron arribando las frutillas rojas y encarnadas y las anchoas del Sur, de las orondas y frescas, de banco que le dicen, con tantas calidades, sabrosuras y, dentro de la desgracia cambiemita generaliza, a precios de alguna forma accesibles. Por todo ello y el resto que no falta como al truco y la murga de los orientales, fue que le conté lo siguiente a mi amigo Ducrot y ahora se los dejo a ustedes en grado de infidencia premeditada y a título de despedida: aparte las colas y las cabezas de dos anchoas, para con ello pensar en un caldo postrero; me las despanzurra y acomoda sobre asadera que sea tal, nada de pendejadas tefloneras, con unturas de aceite de oliva y ajos y perejiles secos; luego los mejores granujas de la sal gruesa y los picores que tenga a mano, que usté, amigo mío, suele tener; no se me haga el distraído. Y al horno por no muchos minutos, para luego con destinos de platos, y que sean dos, porque seguro que su escritora preferida andará cerca y ni quiero me cuente acerca de los secretos que con ella comparte, que los Pejerreyes también nos ponemos colorados. Eso sí, antes de llamarla a la mesa, unas gotas de limón sobre mis primas asadas, y al costado, muy cerca, el Torrontés casi helado, sí así porque se me ocurre, por nada más. Para más luego, si les place, y les recomiendo que les plazca, el cuenco con las frutillas partidas en dos, un tantito de azúcar sobre ellas antes, a la vez que un desliz de jugo de naranjas y Campari. Y a llorar a los portales, o besarse donde prefieran. ¡Salud para todos, presentes y ausentes!

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