El misterio del destinatario de este texto puede que se revele al final. Pero ese destinatario tiene bocha de hermanos gemelos que desde sus columnas egregias siembran odio, falsedades, violencia, hasta concluir: la culpa de Argentina es nuestra, abandonad toda esperanza.

Buenos Aires, 28 de octubre de 2019

Estimado Señor,

Me tomo la libertad de escribir estas líneas con el explícito propósito de debatir su visión sobre el fondo de la política en la Argentina, su interpretación sobre el pasado reciente y no tan reciente de nuestro país, las causas que según usted explican las calamidades recurrentes que nos azotan y, claro está, los cursos de acción que prescribe para salir del pantano en el que estamos estancados. Si me permite, voy a cuestionar su relato.

Reconozco el arte que impulsa su pluma y la eficacia que tuvo para presentar una idea o proyecto de país. Menos éxito tuvo en prefigurar a la fuerza política que sus textos invocan o al actor social que ésta debía representar. No creo que lo mejor de la literatura moderna se esté escribiendo en los diarios, pero estoy convencido de que lo más audaz y vital del pensamiento político efectivamente circula por ellos. Una nueva generación de articulistas certificó la defunción de los documentos políticos, las plataformas electorales, las conclusiones de congresos y plenarios partidarios. Hoy son textos sin lectores, tal vez el material de algún académico extraviado. Desde el votante más o menos interesado en la vida política del país hasta el militante comprometido y el funcionario de turno acuden a los artículos publicados en diarios y revistas en busca de explicación, guía e inspiración. Más de una vez me topé con personajes que repetían sus textos casi de memoria. Lo digo sin sarcasmo: usted es una figura señera del articulismo político argentino.

Lo cierto es que, con esmero y dedicación, usted busco darle forma y sentido a la Presidencia de Mauricio Macri (2015-2019) y al proyecto político de Cambiemos. Quién sabe, tal vez haya sido un desafío personal. Si Sarmiento soñó un país y otros lo hicieron, ¿por qué no podría usted, hombre de posición tomada, prestar un servicio similar a este ingeniero que llegó a la Casa Rosada tras encarnar a una demanda de cambio intensa pero indefinida?

Usted supo desde el principio que Macri y sus expertos en marketing estaban errando feo en su concepción de la construcción política. Usted señaló algunas verdades olvidadas al calor del circunstancial triunfo electoral: que el poder político no debía fundarse en un puñado de promesas de difícil cumplimiento en el corto plazo (pobreza cero, inflación de un dígito, lluvia de inversiones, segundos semestres, etc.), que tampoco debía reducirse a una alegría vaporosa, ni mucho menos atrincherarse en la adoración a las nuevas tecnologías y su supuesta capacidad para manipular los sentimientos y las conductas de los votantes. Así pensado, un poder político será frágil y transitorio por definición.

Para perdurar y transcender, todo poder debe explicar de dónde viene y hacia dónde va, a quién enfrenta y por qué, quiénes ganan y quiénes pierden, y sobre todo, como enseñó Hannah Arendt, debe reducir la incertidumbre en el océano de inseguridad que es el futuro por definición. Todo poder se funda en un relato que lo hace creíble y predecible. El maltrato sistemático a la palabra relato, imprescindible para comprender desde un proyecto político hasta la vida de una persona, es uno de los innumerables daños que el macrismo le hizo al lenguaje político de los argentinos.

Soy de los que creen que Mauricio Macri y los suyos sabían muy bien por qué querían gobernar a la Argentina. Ellos son el poder que perdura en nuestro país. Son, recuperando una vieja expresión de la sociología argentina, Los Que Mandan. Pero no escribo estas líneas para ocuparme de ellos. Las escribo para ocuparme del relato que usted les ofreció en bandeja de plata y que ellos zamarrearon sin descanso. Confieso que lo hago con una secreta esperanza, la cual expongo al final de estas líneas.

Cansancio y torpeza

Comienzo por cuestiones de forma. En el prólogo a Historia y crítica de la opinión pública, en la nueva edición alemana de 1990, Jürgen Habermas repasa las lecturas que su obra recibió en 30 años de vida. Con un tono que imagino de cansancio y decepción, este notable pensador alemán se queja de quienes no fueron capaces de comprender (y en consecuencia sortear) las estilizaciones del texto. Nos dice: “elaborar un concepto específico de una época exige poner de relieve, de manera estilizada, las marcas características de una realidad social sumamente compleja”. Para comprender, elaborar un concepto de la realidad, hay que estilizar. Sabemos que quien estiliza destaca los elementos que a su juicio expresan la verdadera naturaleza de aquello que desea comprender. Quien estiliza lleva sus argumentos al límite para despabilar las conciencias adormecidas. Condenar a Habermas por estilizar sus razonamientos es como condenar a un pájaro por volar. Por eso evitaré referirme a las estilizaciones que pueblan sus textos.

No lo hago (ni lo haré) responsable de la torpeza con la que algunos de sus colegas adaptaron y difundieron sus ideas. Con franqueza le digo, la estilización mezclada con mala leche produce un menjunje indigerible, y si además se le añade una sobredosis de odio, el resultado es un veneno para el alma. Lo que en usted es redonda ironía, mordaz desenfado y elegante desafío, en boca de sus compadres se transforma en provocaciones, agravios y calumnias. Donde usted ejercita la sátira, ellos practican el fanatismo, donde usted juega con las palabras, ellos insultan, donde usted libera una furiosa diatriba, ellos sacan a pasear su violencia cainesca.

Buena parte del periodismo argentino se debe una autocrítica severa por haber asumido la defensa militante del macrismo durante estos años. Se transformó en su voz bufonesca, llevando al límite una máxima de Goebbels: “si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”. El volumen y la intensidad del periodismo de guerra que vivimos durante los años del macrismo terminó ahogando a la sociedad argentina en una espiral del silencio que aún hoy nos llena de vergüenzas.

Sin más preámbulos: la lectura de sus artículos revela que su forma de pensar el fondo de la política argentina se reduce a una serie de prejuicios regulados por un desbocado maniqueísmo y una lectura en clave de presente perpetuo de la historia argentina. Sus textos, si me disculpa, siembran la confusión y mal predisponen el espíritu.

El antagonismo y el conflicto son elementos esenciales para pensar la política en cualquier sociedad. El problema es usarlos para caricaturizar la realidad y reducirla a un enfrentamiento banal entre el bien y el mal, eliminando así (¡de un plumazo!) los grises, las intersecciones, los vaivenes, las contramarchas, los solapamientos a los que somos tan afectos los seres humanos en general y los argentinos en particular. Intuyo que, aunque diga lo contrario, no le debe tener mucha fe a la política como el arte de conversar, limar diferencias y acordar.

En sus intervenciones, usted distingue a una Argentina Buena de una Argentina Mala con una precisión que aterroriza. La Buena es la Argentina que valora y respeta la República, la Democracia, la división de poderes, la autonomía de las conciencias, la libertad de expresión y movimiento, es la sociedad que incuba al movimiento republicano; es la Argentina cosmopolita y liberal, abierta al mundo, dispuesta a intercambiar productos e ideas, la que brega por una economía moderna, próspera y virtuosa, la que reconoce el mérito, el esfuerzo y la imaginación de las personas, la que creará riquezas para luego derramarla, la que entiende que el sacrificio de hoy será el bienestar del mañana. Es la Argentina de Mauricio Macri y Cambiemos. La otra es la Argentina del populismo autoritario y antidemocrático que desprecia la división de poderes y persigue opositores; la del pobrismo, el clientelismo político, las corporaciones mafiosas y la corrupción, es el país que se encolumna tras un proyecto violento, nacionalista y endogámico, el de quienes se aferran a una tragicómica identidad folclórica, refractarios del mundo y cultores del despilfarro. Es el octavo círculo en el infierno del Dante, donde imperan la arquitectura egipcia y su presente griego. Es la Argentina del peronismo y su más reciente malformación, el kirchnerismo.

¡¿No será mucho compañero?! No es mi intención arrastrar el debate a un cambalache discepoliano. Sé que no todo es igual, que no es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador. También sé que las lógicas binarias son potentes, seductoras y que, en ocasiones, contribuyen a comprender la realidad. Sin embargo, deberíamos acordar que una cosa es estilizar para comprender y otra estirar hasta destrozar. Una cosa es despabilar conciencias y otra es confundirlas y engañarlas. Su descripción del peronismo y de las fuerzas del campo nacional y popular es tan injusta como inverosímil es la del movimiento republicano que alentó por años. Más sensato sería reconocer que hay luces y sombras en todas partes y que la identificación política se funda en un politeísmo de valores y creencias cuyo resultado es una inevitable, y muy humana, “guerra civil de los espíritus”.

Pero usted se pierde en la tundra del maniqueísmo y congela la historia argentina desde 1945 a la fecha en un eterno presente ¿Por qué elimina los matices y contradicciones, las idas y vueltas, el constante ensayo y error, junto a cualquier posibilidad de reparación y cambio de cualquiera de las partes?

Esta es la Piedra de Rosetta que descifra sus textos: el populismo peronista es la causa de nuestro fracaso como país, es ontológicamente corrupto y antirrepublicano, y el kirchnerismo es su versión más violenta y antisistema después de Montoneros. El populismo peronista es un virus que infectó la política, la economía, la cultura y el sentido común de los argentinos y las argentinas. Por eso, está bajo sospecha, merece un juicio histórico y Perón un parricidio simbólico.

La interna universal y permanente peronista

Le confieso que algunas sus elucubraciones me recuerdan al desopilante Sin Plumas de Woody Allen. La más disparatada de todas es la que sostiene que el peronismo populista reinó durante los últimos setenta años, lapso en el que gobernó o dominó el escenario, impuso su hegemonía y construyó mafias y oligarquías. Salvo que uno crea que los bombardeos a Plaza de Mayo, los fusilamientos en basurales, los campos de concentración, los vuelos de la muerte se explican en términos de una gran interna pan-peronista y que personajes como Rojas, Aramburu, Lanusse, Videla, Alsogaray, Krieger Vasena y Martínez de Hoz eran exégetas y adoradores ocultos de la Comunidad Organizada, no veo cómo es posible sostener semejante afirmación sin descostillarse de la risa. No me aparto de las lecciones del gran O´Donnell al recordarle que la democracia argentina fue un juego imposible por obra y gracia de nuestros fascistas-liberales de mercado, quienes sí impusieron su voluntad sobre estas tierras a fuerza de tanques y bayonetas ¿Paladines de la república? ¿Defensores de los derechos civiles y políticos consagrados en la Constitución? ¿Defensores de la democracia? ¿En serio? Vaya paradoja la de su populismo antisistema: durante décadas luchó para que vuelvan Perón y la democracia formal, esa simple vigencia de elecciones libres, limpias y competitivas. Nada más y nada menos[1].

¿Por qué nos dice que el peronismo continúa siendo una fuerza antisistema a partir de 1983? Algunos prejuicios se incrustan en el alma y no hay forma de removerlos. Cuando eso sucede, la sordera es total, el entendimiento se nubla y algunas conductas se vuelven injustificables. Es un fenómeno tan antiguo como el habla y el imperio de la posverdad sólo estimula esta predisposición natural (si me disculpa la palabra) del ser humano. «No gastes pólvora en chimangos» me dijo un amigo. No lo hago.

Es cierto que sectores del peronismo le hicieron la vida difícil a Alfonsín y a De la Rua. Pero endilgarle al peronismo la salida anticipada de ambos es abandonar (una vez más) el terreno de las estilizaciones para decir barbaridades. Alfonsín fue víctima de un golpe de mercado, lisa y llanamente. De la Rua fue víctima de sus errores y de su torpeza. Él se escapó ¿Cómo comparar la imagen del helicóptero con el diálogo entre Arturo Illia y el golpista Julio Alsogaray en la madrugada del 28 de junio de 1966? Macri terminará su mandato en tiempo y forma, rompiendo el maleficio. Demostró que un presidente no peronista puede culminar su tiempo constitucional, aunque su gestión haya sido horrible; de lejos la peor desde 1983. Perturba el tiempo y la energía dedicados a convencernos de que por no ser malo (y aplicar el ajuste bíblico que nos merecíamos) fue estúpido (y gobernó con debilidad y gradualismo). Se puede ser ambas cosas a la vez. Pero sus lectores deberían hacerse otras preguntas: ¿Por qué Macri terminó su mandato? ¿Qué desmotivó el ímpetu destituyente del peronismo? ¿Qué sucedió con Intransigencia y Conspiración?

Nunca Más K: los galácticos

Hablando de temores infundados, acusar al kirchnerismo de haber quebrado el Nunca Más es una expresión temeraria. El Nunca Más es el único acuerdo esencial que existe entre los argentinos. Es un límite, la frontera que nadie está dispuesto a traspasar. Nunca Más habremos de aceptar la violencia y la muerte sistemática de personas como formas de imponer la voluntad y de ejercer el poder en nuestro país. Por eso la gran mayoría de la sociedad argentina adhiere de forma irrenunciable a la democracia y exige Verdad, Justicia y Memoria. Sostener que el kirchnerismo rompió el pacto del Nunca Más porque no se inmoló tras la tragedia de Once, el ascenso de Milani o la muerte del fiscal Nisman es de una desproporción tan extraordinaria que dejo a juicio del lector el juicio de la mente afiebrada que urdió semejante disparate. No fue la suya, lo sé. Sin embargo, usted insiste en acusar al kirchnerismo de ser una fuerza insurgente, guevarista, antisistema, chavista y castrista. No tenga miedo, ni lo difunda. Sostener que el kirchnerismo quiere implantar una revolución bolivariana es desconocerlo por completo. No hay ninguna razón para insistir con tamaño desatino, a menos claro, que quiera incubar al huevo de la serpiente en el espíritu de los argentinos.

Sepa que el peronismo, el kirchnerismo, las fuerzas del campo nacional y popular no desdeñan por convicción a las instituciones de la Republica ni son corruptas por definición. Podría señalar que el supuesto movimiento republicano al que usted apela no está liderado por ángeles, que Cambiemos bastardeo el orden republicano al usar el poder judicial, las agencias de espionaje y los medios de comunicación para lanzar una persecución sistemática contra la oposición, buscando la condena social antes que el esclarecimiento de supuestos delitos. Podría recordar la cadena de preventivas, la cantidad de exfuncionarios presos sin sentencia firme y la existencia de presos políticos cuya libertad fue exigida hasta por las Naciones Unidas. Podría, por otra parte, pedir que me explique por qué acceder a un puesto jerárquico en el estado para satisfacer las demandas de los antiguos empleadores no fue siquiera un conflicto de intereses durante el gobierno de Macri o por qué nadie se ruborizó al saber que los principales aportantes a la campaña presidencial Macri-Pichetto fueron, oh casualidad, contratistas del estado durante la gestión del ingeniero. Con espíritu un poco más generalista podría preguntar cuál es el origen de la fortuna de los empresarios amigos y parientes del poder “republicano”, o que me ayude a entender por qué el capitalismo de amigos que se trama en los countries de Buenos Aires es más honesto y transparente que el que se trama en los bares de Rio Gallegos.

En fin… aquí me detengo, porque por esta senda no vamos a llegar a ninguna parte.

Lo cierto es que los corruptos no deben tener lugar en ninguna parte. No hay margen para tolerar a quienes, con su accionar delictivo, ponen en peligro el sueño colectivo de construir una sociedad mejor, más justa y equitativa. Sé que las denuncias de corrupción forman parte del porfolio de los poderosos para erosionar la legitimidad de las experiencias populares. Siempre fue así. Ladran Sancho. Pero el acoso de la jauría no es razón para perdonar a las conductas que no deben ser toleradas. Ninguna experiencia humana es perfecta. Tampoco la nuestra. Es simple, todo aquel que cometa un delito debe ser juzgado y, si corresponde, cumplir su condena.

Otro si (le) digo: la calidad de la democracia y el buen funcionamiento de las instituciones son cuestiones vitales para las fuerzas del campo nacional y popular. Su razón de ser no está fuera o en contra de la democracia y de la república, sino dentro y a través de ellas ¿Por qué? Porque sólo donde los gobiernos surgen de la voluntad popular, donde las autoridades rinden cuenta de sus acciones, donde existe acceso a la justicia e igualdad ante la ley, donde los poderes facticos e institucionales se controlan mutuamente, las fuerzas del campo nacional y popular podrán canalizar y resolver el conflicto que necesitan llevar al debate y a la consideración pública.

Conflicto que no es el que usted y Mario Vargas Llosa pretenden. No hay un movimiento republicano-democrático en guerra civil con las huestes del autoritarismo-revolucionario. Ese relato fantástico sólo pretende obturar (una vez más) el verdadero conflicto que organiza el fondo de la política argentina: cómo se genera y distribuye el bienestar, todo tipo de bienestar, y no sólo el económico.

Disgresión sobre reparto de escasez

Permítame una digresión propia de la filosofía política. El bienestar es escaso y se reparte en forma desigual en cualquier sociedad del planeta Tierra, incluyendo a la nuestra. Por eso, el desacuerdo sobre la forma de distribuirlo es inevitable. Al repartir lo escaso, siempre alguien se beneficia y alguien se perjudica. Este el origen y el fundamento del antagonismo político. Su resultante es el conflicto, la verdadera grieta que nos separa, la cual lejos de ser una manifestación banal de las perennes rivalidades criollas es la expresión del choque entre dos concepciones distintas sobre la forma de resolver la cuestión del bienestar.

Desde los tiempos del Facundo, este antagonismo se expresa en la conformación de dos proyectos en conflicto, heterogéneos en su interior y en reacomodamiento permanente. Sabemos los nombres que recibieron y lo que hicieron. Soy de los que creen que a los actores políticos hay que juzgarlos por el sentido y la orientación de sus acciones y que la única forma de hacerlo es histórica y coyunturalmente, y no en la teoría o en un eterno presente ¿A quiénes beneficiaron? ¿A quiénes perjudicaron? En la gran dirección de la historia nacional, las fuerzas del campo nacional y popular han defendido a las mayorías con derechos excluidos y deben ser reconocidas como las verdaderas responsables de la ampliación de derechos civiles, políticos y sociales en la Argentina. El liberalismo (de viejo o de nuevo cuño) y el conservadurismo (más o menos pícaro, es decir más o menos menemista) han beneficiado en forma recurrente al poder concentrado en cualquiera de sus formas, haya sido terrateniente, financiero, industrial, exportador, importador, más o menos globalizado. Negar la existencia de este conflicto fue, es y será el recurso de los poderosos para apropiarse del bienestar en forma injusta e indebida.

Es difícil predecir cómo quedarán definidos estos campos tras los aplastantes triunfos electorales de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner en agosto y octubre de este año. Lo único razonable es sostener que el neoliberalismo intentará reorganizarse desde la oposición y que las fuerzas del campo nacional y popular deberán afrontar las diferencias que existen en su interior sobre la administración social del bienestar.

Porque este es el verdadero desafío que tenemos por delante. Si tenemos suerte, durante los próximos cincuenta años hablaremos sobre cómo resolver la cuestión del bienestar, cómo se genera y distribuye en la Argentina. Este debate, que debe darse a través de las instituciones de la democracia, las que no sólo deberán sublimar las pasiones sino también y sobre todo encontrar soluciones, comienza corriendo el velo que nos impide comprender la causa verdadera del estancamiento de la economía argentina.

El problema somos nos

El neoliberalismo sostiene que el problema de la sociedad argentina es (justamente) la sociedad argentina. Gente que quiere vivir como rica antes de dejar de ser pobre, que pretende disfrutar de la prosperidad antes de conseguirla. Por eso, cuando se acumula ahorro interno para impulsar el desarrollo, éste se despilfarra en las “fiestas del consumo” que promueven los gobiernos populistas. En vez de invertir, los argentinos y argentinas dilapidamos el ahorro en el festín irresponsable del gasto público (en salud, educación, seguridad, previsión social, obra pública, etc.). Freud mediante, nos explican que la sociedad argentina es una sociedad inmadura, incapaz de posponer una gratificación inmediata para garantizar un beneficio mayor. Seríamos algo así como niños malcriados que se comen los ingredientes de la torta antes de hornearla. La solución recomendada es entonces restringir el consumo hasta generar excedentes que, al ser invertidos, promoverían el desarrollo ¿Cómo se restringe el consumo? Con un ajuste fiscal sin gradualismos ni anestesias, siempre de proporciones bíblicas, más la andanada “razonable” de reformas laborales, impositivas, financieras, previsionales, etc.

En síntesis, la receta que prescribe el (neo)liberalismo para salir del pantano es una monumental transferencia de recursos de los que menos tienen hacia los que más tienen. Por las dudas, nos aclaran que una vez creada, la riqueza se va a distribuir… bueno, en realidad se va a derramar, aunque en realidad los teóricos neoliberales son más precisos y hablan de goteo. Entre nosotros, si esta no es una forma injusta de resolver la cuestión del bienestar, dígame por favor qué es.

Para todos los temas de la economía (la inflación, el déficit fiscal, la deuda externa, el sistema tributario, el mercado interno, la emisión monetaria, los subsidios, el grado de apertura de la economía, la regulación del mercado de capitales, etc.) el neoliberalismo tiene un diagnóstico y una solución injusta pero “razonable”. Haga el ejercicio: se divertirá horrores al descubrir que estas soluciones arrojan siempre los mismos ganadores y perdedores. Y en paralelo, le sugiero que piense sinónimos del adjetivo razonable cuando se lo usa para describir al peronismo. A mí me suena a amaestrado.

Pensemos fuera de la caja por un momento. ¿Por qué la única solución es ahorrar difiriendo el consumo de la gran mayoría de los argentinos y argentinas? ¿No hay otras fuentes de ahorro? ¿Cómo hacen, o hicieron, otras sociedades relativamente exitosas para generar ahorro interno sin caer en ajustadores compulsivos? Tal vez podríamos empezar por recordar uno de los últimos descubrimientos del Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz: «Debemos olvidar la fantasía neoliberal de que los mercados sin restricciones traerán prosperidad para todos». Es palabra de Joseph.

Si para usted el problema de la Argentina es el populismo peronista, para mí el problema de nuestro país es la avaricia descontrolada y sin límites de su elite económica. Una avaricia en todas sus variantes, de Antonio a Shylock, de Bassanio a Jessica, sin olvidarse de Lorenzo, Graciano, Porcia y Lancelot. Oscar Wide nos advirtió que la realidad imita a Shakespeare lo mejor que puede. Pues bien, en estas tierras se logró el más acabado muestrario shakesperiano de necedad, intolerancia, incomprensión, odio, desinterés y aversión por el otro que la avaricia haya jamás engendrado.

Padecemos una elite económica que practica una avaricia inaceptable en cualquier otra sociedad del mundo, donde sus conductas serían dignas de un castigo moral y legal. Una avaricia que amplios sectores de las clases medias hacen suya y replican disfrazándola de mérito al esfuerzo individual. Se regodean en historias únicas e irrepetibles de pobres que se hicieron ricos (por lo general en el mundo del deporte) con el único propósito de anular cualquier solución colectiva al problema del bienestar y honrar sin escrúpulos el credo de Gordon Gekko: «La codicia es buena; es necesaria y funciona; la codicia clarifica y capta la esencia del espíritu de evolución; la codicia es lo que ha marcado la vida de la humanidad».

Hambre de fuga

Al momento de escribir estas líneas, los fondos de los argentinos en el exterior exceden entre 7 y 10 veces las reservas nacionales, aunque en realidad nadie sabe con exactitud del bienestar económico fugado porque se trata, en general, de dinero no declarado. Por más que algunos graciosos sostengan que el endeudamiento público es (y fue) la forma de pagar la fiesta populista, el crecimiento exponencial de la deuda externa contraída durante la gestión de Macri fue (como tantas otras veces en nuestra historia) un mecanismo para facilitar la fuga de capitales argentinos al exterior y para pagar dividendos a inversores extranjeros que no se reinvirtieron jamás.

No hay país en la tierra que funcione en semejante condiciones. Ninguno. No existe. No hay futuro posible para ninguna sociedad cuya elite económica acumula capital en moneda local, lo transforma en dólares y luego lo fuga a otras tierras. No lo hay.

Estos argentinos y argentinas son pocos, muchos menos de los que «disfrutan de las fiestas del consumo populista» ¿No sería más razonable intentar que traigan la plata de vuelta, o al menos que dejen de fugarla, en vez de pedirle a los pobres que coman menos, sufran frío, no se eduquen o vivan bajo un techo de chapa? No es una pregunta original. Por el contrario, se trata de un dilema universal como lo demuestra el propio Shylock, quien por un instante es el único que se eleva por sobre todas las avaricias, incluyendo la suya propia, para inquirir(nos):

“¿Qué, no tiene ojos un judío? ¿No tiene manos, órganos, dimensiones, afectos, pasiones y sentidos? ¿No lo nutre la misma comida, no lo hieren las mismas armas, no lo aquejan las mismas dolencias, no lo curan los mismos remedios, no lo calienta y enfrían los mismos veranos e inviernos que al cristiano? ¿Si nos pinchan no sangramos? ¿Si nos hacen cosquillas, no nos reímos? ¿Si nos dan veneno, no nos morimos? …”[2]

¿No merecen todos los argentinos una vida digna? ¿O habrá algunos con más derecho a comer, vestirse, educarse, viajar, entretenerse? ¿Habrá argentinos con más derecho al bienestar que otros argentinos?

En modo perverso, el neoliberalismo sostiene que quienes fugan sus ahorros no son los victimarios, sino las víctimas, que el país los estaría obligando a fugar su dinero porque no les brinda la confianza y la seguridad jurídica necesarias. En consecuencia, nos aleccionan, lo que habría que hacer es seducirlos en vez de perseguirlos ¿Cómo? Tras el popurrí de reformas “razonables”, ahora se nos pide que terminemos con la amenaza del populismo de una buena vez. Así, con una espada de Damocles sobre los bolsillos, no se puede continuar «¿Quién va a invertir en un país donde el populismo puede volver a ganar una elección presidencial? Nadie, por supuesto».  Tras cuatro años de neoliberalismo económico, nos venimos a enterar que su fracaso tiene explicación: todavía hay demasiado gaucho dando vueltas por estas pampas.

La avaricia no es patrimonio argentino ni veneciano. Todas las sociedades deben enfrentar este problema tarde o temprano. Es un hecho que las sociedades exitosas son aquellas que le pusieron control a la codicia de sus elites económicas, que les enseñaron a tener deseos razonables. El contenido de las políticas públicas que lo logren en nuestro país (fundadas en incentivos, castigos, o en una combinación de ambos) es una discusión técnica, histórica y coyunturalmente determinada. Habrá que establecer caso por caso si se trata de una medida conveniente o no. No obstante, en última instancia todo depende de la existencia de un estado activo y responsable, con capacidad de imponer sus decisiones, aun en contra de la voluntad de quienes se vean perjudicados.

Acá es donde hablamos de construir hegemonía o, dicho de otro modo, para no herir susceptibilidades, de generar un estado de cosas que perdure en el tiempo. Las sociedades que persiguieron un sueño y lo consiguieron, lo hicieron desechando proyectos antagónicos. Noruega decidió ser una sociedad sin pobres. Estados Unidos decidió no ser esclavista. Francia decidió ser una República, Vietnam no ser una colonia, Sudáfrica no ser la tierra del apartheid, Bolivia abrazar sus raíces. Por cada proyecto de país que se impuso, otro fue derrotado. Todo conflicto político desemboca en alguna forma de hegemonía, donde uno de los campos logra constituirse en la voluntad mayoritaria y establece un orden que perdura en el tiempo. En la Argentina necesitamos superar el atroz eterno retorno.

La solución es construir un nuevo orden que genere y distribuya el bienestar (todo el bienestar y no sólo el económico) de forma justa y equitativa. Un nuevo orden donde la mayor carga y responsabilidad para sacar al país adelante caigan sobre los hombres de quienes más tienen y menos sufrirán la pérdida de algún privilegio. Un nuevo orden donde haya menos pobreza, menos desigualdad y menos polarización. La clave del éxito está en hacerlo en paz, a través de las instituciones de la democracia, poniendo en práctica una tolerancia que se alimente de las buenas razones por las que necesitamos vivir juntos, respirar el mismo aire, caminar por las mismas calles y parques. La tolerancia es fruto de amor social, habría dicho Aristóteles.

El primer paso en la construcción del nuevo orden es poner un freno a la avaricia descontrolada de la elite económica argentina ¿Cuántos pobres y excluidos imagina usted que tolera una democracia hasta que deja de serlo? Sobran los estudios de opinión pública que demuestran que en América Latina existe una creciente tensión entre la defensa de la democracia como el mejor sistema de gobierno y una profunda insatisfacción con sus resultados. Los pueblos latinoamericanos, entre los que se incluye al argentino, todavía están esperando que con la democracia se coma, se cure y se eduque.

Resolver la cuestión del bienestar es el desafío que tenemos que enfrentar en el siglo XXI. Este debería ser nuestro objetivo prioritario, sabiendo que no basta con defender lo existente, sino que es preciso soñar un futuro mejor. El desafío es construir entre todos y todas una Democracia de Calidad, Incluyente y Tolerante.

Despojada de los prejuicios y las zonceras, del odio y del temor, su pluma podría ayudar a construir un neoliberalismo razonable, que no sea fascista ni fanático del mercado, sensible a los problemas de la gente, un interlocutor posible para cuidar la casa en común. Ojalá tuviésemos un liberalismo razonable con quien discutir estos temas.

Con vocación de escuchar y ser escuchado,

JFD[3]

[1]La locura y la estupidez -de algunas organizaciones peronistas- de pasar a la clandestinidad y sostener la lucha armada en pleno interregno democrático durante los años ´70 no anula esta verdad, la complejiza e invita a la crítica. Pero no la anula.

[2]El Mercader de Venecia de William Shakespeare. Interzona, Buenos Aires, Argentina (2016) en la exquisita y cuidada traducción de Carlos Gamerro.

[3]De casualidad, mis iniciales coinciden con las del escriba de fuste que provocó estas reflexiones con sus escritos. Me refiero, claro está, a Jorge Fernández Diaz y a sus textos publicados en el diario La Nación durante el último quinquenio. Con sincero reconocimiento le dedico parte de estas líneas.

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