El jueves pasado murió Juan Carlos Coral, dirigente socialista, diputado, candidato a presidente por la izquierda electoralista del PST en 1973, casi olvidado después. (Foto de portada: Laura Tenenbaum).

Quién hubiera imaginado que los restos que quedaban ahí,  en el lúgubre crematorio de un cementerio suburbano en la mañana gris y de cielo encapotado del 23 de agosto pasado, pertenecían a uno de los legendarios dirigentes del socialismo argentino? Sólo lo sabían el puñado de familiares y viejos compañeros de lucha que lo acompañaban en ese final austero, casi anónimo,  entonando La Internacional y con el puño en alto.

Es que Juan Carlos Coral, el habitante postrero de ese ataúd de pino preparado para arder en el camposanto de San Martín, era un fantasma del pasado, recuerdo vago de un ayer remoto, atravesado por los tiempos de repúblicas perdidas, dictaduras genocidas y transiciones tumultuosas. Pero sobre todo, por esa contrariada resistencia del capitalismo a cederle el paso a las propuestas transformadoras de una izquierda tradicional que ilusionó a vastos sectores de la sociedad, en aquellos años 60 y 70 y ya casi no cuenta.

Coral, que había nacido en 1933 en Quequén, al sur de la provincia de Buenos Aires por la que fue diputado nacional entre 1963 y el golpe de Onganía,  era considerado en los sesenta como el dirigente de la izquierda con más futuro. La revista Confirmado, por ejemplo, le cedía su tapa en noviembre de 1965, con una foto a toda plana y un título que interrogaba ¿Una Argentina Socialista? En el sumario afirmaba que era “el único diputado argentino que declara su abierta adhesión al castrismo” y aquél que  “consiguió ser el dirigente socialista más divulgado de estos últimos tiempos”.

Entre aquéllos días y estos, Juan Carlos Coral, que había iniciado su militancia muy joven en el antiguo Partido Socialista poco después del golpe de 1955, fue el protagonista de una militancia intensa, llena de irreverencias inadmisibles para su propia fuerza política y siempre animado de un fervor del que carecía,  salvo en el caso de Alfredo Palacios –a quien admiraba y, para muchos, emulaba en su manera de vestir, hablar y gesticular-, la izquierda racional, severa y flemática de entonces. Por el contrario, el joven Coral era locuaz, entrador y solía hablar con franqueza, siempre reflejando cierta idiosincrasia rural, con la que se identificaba.

Audaz hasta el extremo, el líder de la entonces fracción de izquierda del añejo PS, convertido en Partido Socialista Argentino a partir de 1958, cuando don Alfredo, Alicia Moreau de Justo y Carlos Sánchez Viamonte. entre otros, se escinden del ala más conservadora liderada por Américo Ghioldi y Nicolas Repetto –los gorilas-, Coral no tuvo reparos en contrariar las posiciones oficiales de su partido. Decía por ejemplo, hablando de los obreros peronistas, que “muchos son socialistas que tocan el bombo”, sostenía que “la dirección reaccionaria del peronismo será frustrada por la dinámica revolucionaria de las bases” y hasta confiaba en que “la guerra de guerrillas es el único camino que tiene el pueblo para ejercer el derecho a la revolución”. Era demasiado para una fuerza que hacía culto de la moderación y el reformismo.

Poseedor de una verba inflamada y de una estampa impactante –trajes oscuros, moñito de lazo, larga melena y bigote amplio-, sus enfáticos discursos entusiasmaban al público, en general constituido por dos sectores muy distintos: los estudiantes y profesionales de la clase media urbana progresista y, sobre todo, los habitantes de las villas y barrios populares de la ciudad y el conurbano.  Y un poco inusitado para la época, solía ir a hablar a las pocas comunidades indígenas que aun no se conocían como pueblos originarios.

En esas andanzas lo conoció este cronista, que lo acompañó en muchos de esos empecinados actos de fe socialista donde a viva voz o a través de arcaicos altavoces, el joven diputado –que llegaba en un desvencijado Packard -, solía pregonar la revolución con cierta altisonancia, inoculando de tanto en tanto, palabras de difícil comprensión popular, por ejemplo, plutocracia. “Es para mantener la atención del público”, solía explicar jocoso para fundamentar su uso..

Era un placer escucharle las ocurrencias que tenía en la tribuna, como aquella tarde frente al monumento a Monteagudo, en Parque de los Patricios: “Tengo más respeto por la gorra de un guarda de tren que por el birrete de un general” afirmó ante el jolgorio de sus escuchas en medio del enfrentamiento entre azules y colorados.

Como diputado de la Nación, Coral trabajó intensamente. No solo preparaba concienzudamente sus iniciativas sino que su actividad era clave en la elaboración de los proyectos del legendario Alfredo Palacios –al que también asistía investigando el infatigable Gregorio Selser-. Tenía predilección por algunos temas: las condiciones de trabajo y salariales de los trabajadores, la propiedad agraria y la situación imperante en las villas miseria. Así, sus principales proyectos iban desde el de Salario Mínimo, Vital y Móvil, el de Reforma Agraria y el de urbanización de las villas y barrios de emergencia.

Agitador impenitente contra “el imperialismo yanqui”, reivindicaba siempre a Cuba y, también, al modelo autogestionario yugoslavo. Descreía de las contradicciones internas de los militares: “son distintas modalidades para un mismo objetivo: controlar la rebeldía proletaria en garantía de los monopolios capitalistas”, afirmaba.

Tampoco simpatizaba con los radicales: para él, Arturo Frondizi expresaba  a “la burguesía industrial conciliadora que intenta apoyarse en las masas para continuar la obra colonizadora del capitalismo”. Y del otro sector de la UCR señalaba que “mantenía, hasta con orgullo, todos los vicios del viejo comité”. Paradojas del destino, fue Ricardo Balbín quien  le pasó una información que lo llevó al exilio: el rebelde dirigente socialista estaba en una lista negra de la Triple A y su vida corría un peligro inminente.

Expulsado del bloque parlamentario del socialismo  “por presentar proyectos de ley sin el conocimiento de los demás integrantes” del mismo, el desplazado asumió la conducción formal de un pequeño PSA-Secretaría Coral que se expresó a través de un periódico vibrante con tipografía en rojo que se llamó Los de Abajo en el que colaboraron, entre otros, Marcos Taire, Daniel Vilá, el autor de estas líneas y, créase o no, un joven y combativo delegado sindical ferroviario que insistía en levantar entonces la consigna de “Frente Obrero”, José Pedraza.

Cuando se avecinaba el fin de aquella dictadura y el general Lanusse cede a una salida electoral, en 1972, Coral apuesta fuerte y renueva su itinerario de audacia política articulando un acuerdo con el principal dirigente del trotskismo argentino de la época, Nahuel Moreno. Se presta a constituirse en el dirigente público de la nueva formación, el Partido Socialista de los Trabajadores. Con ese instrumento encabeza la fórmula presidencial en las dos elecciones de 1973. Sus compañeros de formula serían, primero Nora Ciapponi –que estuvo despidiendo sus restos-, y el dirigente sindical clasista José El Petiso Páez. En ninguno de ambos comicios obtuvo una votación significativa, fruto del arrastre de sus contrincantes, primero Cámpora y después Perón.

En esos años previos al golpe del 76, el PST fue víctima de una intensa represión y varios de sus militantes fueron abatidos por las bandas parapoliciales primero y por los militares después. Coral vivió entonces en condiciones de extremo peligro hasta que advertido, como se dijo, por Balbín, él y su familia se instalan en Venezuela. Allí comienza a  diluirse su protagonismo, ya que no se relaciona activamente con la colonia de exiliados argentinos ni mantuvo actividad pública de relevancia. Dedicado a la sobrevivencia del grupo familiar por su testimonio se supo que encaró varias iniciativas educativas en Caracas, entre ellas una que sorprende para el riguroso militante antisistema, la formación de personal ejecutivo.

Cuando nada se sabía prácticamente ya de él, y muchos daban por supuesto que ya había fallecido, en los años 90, el grupo de socialistas que rodeaban al diputado Alfredo Bravo, logra recuperar su contacto, que habían perdido no solo por los años de exilio y dictadura sino porque pocos socialistas históricos lo habían acompañado en su aventurada alianza con los trotskistas en el 73. El reencuentro precipitó una reanudada circulación entre los militantes y locales del socialismo, que Coral conjugaba con un también renovado vínculo con algunos sectores ligados al PST y sus variadas derivaciones.

Ya en los años 2000, Coral siguió ligado al sector del socialismo que se integró primero al gobierno de Néstor Kirchner (Jorge Rivas) y luego al de Cristina (Oscar González, Ariel Basteiro, ambos también presentes en su despedida). De hecho, aunque siempre mantuvo precauciones y críticas,  reconoció los avances que se produjeron durante ese periodo y lo dijo en presentaciones y programas de radio. Pero sobre todo su prédica estaba teñida de cierto fundamentalismo e insistía hasta el final en su temor, casi certeza, de que “el capitalismo lleva al fin de la Humanidad”.

Dedicado en los últimos años a la lectura, la reflexión y la conversación, se dedicó a elaborar un documentado libro sobre su maestro de juventud, Alfredo Palacios, el Socialismo Criollo, que le publicara la histórica Editorial La Vanguardia, prologada por el autor de esta crónica. Sus postreros esfuerzos los aplicó a prepara una segunda edición, más sintética, de ese mismo texto, que no llegó a ver en librerías.

El Socialismo para la Victoria lo tuvo muy cerca durante estos últimos años en múltiples y variadas actividades y supo ser el orador indispensable en las celebraciones del Primero de Mayo, donde los diversos centros disputaban contar con su oratoria, que siguió electrizando a esos auditorios donde aún resuenan las tradiciones obreras y los ecos de La Internacional. Esos versos libertarios que,  con letras diversas, según la tradición de cada uno de los presentes, se cantaron con tristeza al despedir, esa fría mañana, a una de las ultimas figuras del socialismo histórico.

 

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