El riesgo de los discursos vacíos, de los silencios, de las tautologías es la parálisis. Sobre todo, cuando se habla todo el tiempo de unidad y Cristina no suelta palabra mientras deja que sea Alberto Fernández quien hable por ella. El movimiento, la calle son las formas de salir del quietismo.
El terror del progresismo es la tautología.
Funciona más o menos así: alguien pregunta ¿Por qué no hay conducción? Otro responde: porque no hay conducción. ¿Por qué no hay discurso? Porque no hay discurso.
El progresismo no soporta ese giro repetido sobre sí mismo. Su religión es la cadena deductiva. O sea: el movimiento de un término hacia otro que va produciendo desplazamientos novedosos en el lenguaje.
El terror progresista a la tautología es el pánico a la pérdida identitaria: dejar de progresar es dejar de existir. Su vocación es el road movie lingüístico.
Por eso, la tautología es lo contrario del progreso: en ella lo que se mueve permanece detenido. De allí la angustia que produce: es un movimiento en el mismo lugar. Cientos de discursos diarios de dirigentes y de militantes, en medios y en redes, se mueven estando detenidos. Son desplazamientos que permanecen en el mismo punto. Ese terror del progresismo tiende hoy a transformarse en un terror general del kirchnerismo.
De eso nos alerta Coco Blaustein en “Al kirchnerismo se le acaba el tiempo”, una muy buena nota publicada recientemente en Socompa: de estar detenidos. En la estructuración de una conducción, en el diseño de discursos, en la autocrítica, en la caracterización del macrismo. De movernos sin movernos. O de ir para adelante volviendo al punto de partida. O del drama de repetir el pasado sin que ello produzca presente. La potencia de los nombres propios es riqueza acumulada, pero la mejor historia no es necesariamente una política
La más precisa forma publicitaria de la tautología fue la consigna “vamos a volver”. Parecía decir: no hay nada para producir porque todo ya fue producido. No hay que ir a un nuevo lugar. Alcanza con volver a donde ya estuvimos. El futuro está en el pasado. Máximo Kirchner mejoró notablemente esa frase. Dijo: “no queremos reconstruir lo que fue, sino construir lo que viene.” Abrió el futuro. Nos dio una consigna para huir de los encierros tautológicos. Lamentablemente, la usamos poco.
No hay un discurso
¿Cómo se sale de las tautologías? Parece fácil: logrando que los contenidos de las respuestas excedan a los contenidos de las preguntas.
Entonces, ¿porque no hay un discurso? Respuesta: Porque hay varios.
El intento de unidad del espacio opositor es, al mismo tiempo, imprescindible e incierto. La suma de todas las partes no engarza automáticamente en una unidad preestablecida. Los fragmentos que intentan confluir lo hacen a través de fuertes disputas discursivas. El mapa estallado de las fuerzas del peronismo y del kirchnerismo coloca a cada una de esos pedazos en posesión de identidades y discursos enfrentados. No se separaron para permanecer iguales: se diferenciaron de lo que abandonaron. Por eso, no son pedazos exactos unos para los otros: no son un rompecabezas para armar. Cada uno lleva un exceso o una incongruencia en su acercamiento al otro.
Aun cuando vayan hacia la unidad, cada fragmento tiende a exacerbar su posicionamiento y sus discursos parciales. La lógica que domina la unidad es necesariamente el conflicto. Por eso la frase: “unidad hasta que duela.” Duele allí donde debo cortar partes propias. Duele donde debo tomar como propio lo que no lo es.
El ritual de la ablación
Ese pasaje repentino del narcisismo – habitual en la política – al masoquismo es la aceptación del ritual de la ablación: cada uno debe estar dispuesto a entregar partes de sí. Entonces, hay varios discursos con un movimiento paradójico: para ir, supuestamente, hacia la unidad – hacia el otro – aceleran hacia sí mismos. Van hacia ellos para, luego, cuando confluyan, estar lo más fuertes que puedan y resignar lo menos posible de sus discursos e identidades. Massa en su camioneta rutera y su playlist de Spotify; Lavagna y sus zoquetes Ciudadela; los gobernadores y sus movimientos en zigzag. Todos y todas reforzando sus identidades para confluir. O no.
En la Argentina hay en marcha un intento opositor por recuperar la efectividad perdida en el terreno electoral. Ello pone en relación dos velocidades en la política: por un lado, la de un grupo de dirigentes opositoras armando frentes electorales en el territorio de los medios, por otro, la de la construcción de sujetos populares movilizados. Esas dos velocidades se encuentran hoy particularmente desacopladas.
La tarea de los dirigentes que intervienen en el armado de ese frente electoral, bisturí semiótico en mano, es conducir la ablación de lo que sobra para que esos discursos estallados abandonen sus aprestos guerreros y confluyan. En ese proceso, el silencio de Cristina sería algo así como una última estadía en el quirófano simbólico. La ex Presidenta detentaría el significante vacío: hacía allí deberían ir los discursos parciales para integrarse al rompecabezas final. O no. Porque tampoco hay acuerdos acerca de cuál es ese significante vacío: según los medios dominantes, también podría ser el hombre de los zoquetes y las sandalias.
¿Pero cuál sería la Cristina resultante de ese proceso de confluencias discursivas, engarces, excesos, ablaciones, restos y desajustes? Se trata de un proceso abierto y difícil de predecir. Pero hay una certeza: no es una producción técnica sino el resultado de una relación de fuerzas. El discurso del frente electoral amplio hoy está aún disperso en varios discursos parciales. Es imprescindible que confluyan. Pero no es seguro que lo harán. Por lo cual, no sólo no hay un discurso. Hay, además, incertidumbre discursiva.
Suele pensarse a la unidad y los discursos que la expresan como momentos separados. Diseñamos la unidad y luego sus discursos. Por supuesto, no es así: la unidad se construye en simultáneo con discursos que no son neutros.
Muchas Cristinas
Alberto Fernández está hoy en el centro del quirófano discursivo. Su voz crece como sustituta de la voz ausente de Cristina. Cuenta lo que ella piensa y dice en privado. Traslada lo que ella dice en la intimidad a la discusión pública. Pero ese traslado no es neutro. En él la deconstruye y la reconstruye: da nacimiento a una Cristina aceptable para algunos factores de poder. Pero no es la única Cristina: hay otras, desconstruidas y reconstruidas por diferentes protagonistas del proceso de unidad. La búsqueda de la unidad produce división: los distintos discursos dan lugar a distintos quirófanos, distintas ablaciones y distintas Cristinas.
Mientras tanto, los medios hegemónicos sólo acuerdan si se cambia la política: por eso, algunos de los que intervienen en el proceso de unidad les ofrecen la desaparición política del último kirchnerismo.
Para estos, el discurso de la unidad ya no sería el discurso de la última Cristina sino otro, novedoso, con capacidad de abrir el diálogo con los factores de poder. Se trata de un discurso aún no colocado con precisión en la cronología política. ¿Qué kirchnerismo es el de la Unidad? ¿El del 2002, 2003, 2007, 2015? ¿O el del 2000?: un kirchnerismo ni siquiera originario. Un kirchnerismo que vuelve a nacer donde ni siquiera nació. No es el amor después del amor: es el origen antes del origen.
Entre tanta imprecisión hay una certeza: el kirchnerismo del 2015, el que dejó la gestión con la Plaza de Mayo llena despidiendo a Cristina, hoy no es la totalidad del Frente Nacional. Es una parte del mismo. Mientras tanto: ¿cuáles son los quirófanos discursivos y simbólicos en los que van a ingresar Massa, Bossio y algunos gobernadores? ¿La unidad supone la ablación de sus componentes neoliberales explícitos? ¿O la unidad se hace con un solo sector – el kirchnerismo – que extirpa sus “excesos discursivos”?
Volvamos a Coco: la tautología en el espacio político, desde esta perspectiva, sería un producto – entre otros factores – de la espera de la Unidad. Estamos detenidos esperando lo que no sabemos si se va a producir. Queremos que se produzca. Trabajamos para que se produzca. Pero la construcción de la ingeniería general no debería ser complementada por un kirchnerismo que insiste en el encierro tautológico.
Bien: estoy de acuerdo con Coco. Basta de esperar. Y ello por dos razones:
No hay un sujeto llamado Unidad: un promedio exacto de las partes que fundan una nueva identidad. La Unidad, en todo caso, es una síntesis electoral. La Unidad política, por el contrario, es la permanencia de la suma de partes.
Esas partes, además, lo son en conflicto. Antes, durante y luego del proceso de Unidad. Confluirán tácticamente y se diferenciarán estratégicamente.
Finalmente: el discurso electoral de la unidad será un producto de la relación de fuerzas. Entonces: basta de esperar. No es que hay que empezar de cero: muchas cosas se han hecho y se están haciendo. Pero, quizás, sea necesario un gran impulso orgánico: Unidad Ciudadana a las calles. A producir discursos, posicionamiento, articulación, caracterizaciones del macrismo, movilización amplia de militantes y referentes. A salir de las tautologías, a convencer, a sensibilizar, a enamorar. Mientras la Unidad se va produciendo, quizás sólo se trate de fortalecer al máximo nuestra parte en ella. Quizás sólo se trate de vivir. Es decir: de hacer política.
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