Seria y muy breve, Cristina lanzó su campaña electoral llamando a sus seguidores a abrir las orejas y reiterando la puesta en escena de darle voz a los agredidos por las políticas del Gobierno. Algunos apuntes de lo que sucede con las sociedades, a medida que se para la oreja. (Foto de portada: Miguel Martelotti)

Llamativamente breve, solo habló unos pocos minutos con el semblante muy serio. Algunas sonrisas mostró pero eso fue antes o después de su propia intervención. Fue mucho más prolongada la reiterada escena de los agredidos por la crisis hablando de su malaria y de la malaria general: “26 comercios cerrados en tres cuadras”, dijo un comerciante de la avenida Juan B. Justo, conocida como la calle de los pulóveres. Hubo momentos muy emotivos en la exposición descarnada de lo que luego Cristina llamó literalmente sufrimiento y dolor, dolor social. Fue tan breve el acto –la transmisión por C5N sufrió además una interrupción satelital sospechosa- que acaso por eso su repercusión en las redes fue menor. Los posteos repitieron esta vez lo que fue la frase central del acto y título principal de los diarios: “Mi única instrucción de campaña es pedirles una actitud, salir a la calle y poner las orejas. Necesitamos que escuchen lo que está pasando y que le digan a la gente que también hay esperanzas, que la esperanza es su voto”. Cristina pidió evitar los actos y discusiones cerradas.

 

Los 1360 lugares del Roxy Radio City para dirigentes, legisladores, Madres, simpatizantes “notables” y representantes de 135 municipios bonaerenses. Afuera, en la plaza San Martín, cinco mil militantes. Al día siguiente La Nación valoró, con llamativa sorpresa, casi por la positiva, la asistencia casi perfecta de los dirigentes territoriales de la provincia. Apenas terminó el acto Clarín prefirió destacar esto sobre la puesta en escena: “Casi  minimalista, con apenas dos pantallas y dos gigantografías colgadas, la escena del acto contrastó con las puestas grandilocuentes que montaba Cristina cuando era presidenta y contaba con los recursos públicos para armar los eventos”.

Muy seria. Lo primero que dijo fue “Mar del Plata siempre ha sido una ciudad importante para la Argentina. El símbolo de la alegría. Siempre que al país le ha ido bien, a Mar del Plata le ha ido bien y siempre que al país le ha ido mal, a Mar del Plata también. Pasó en los 90 y vuelve a pasar ahora. Por eso no es casual que estemos acá”. Efectivamente, en esa ciudad conservadora con intendente de Cambiemos de lo peorcito, la desocupación y la crisis pegaron fuerte. Cerca de Cristina estuvieron Jorge Taiana y Fernanda Vallejos.

Va de nuevo: fue mucho más extensa la participación de los “agredidos” que la de la ex presidenta, que se reiteró en la idea de que “la ciudadanía no puede seguir sufriendo y tolerando lo que está sufriendo” y que repitió a su gente que “el voto es el ejercicio más útil que tiene la democracia para expresar la voz de las mayoría nacionales”. Dijo eso de que “necesitamos que escuchen lo que está pasando pero que también digan que hay una esperanza y que es su voto, el  instrumento más defensivo que nos puede dar la democracia, para parar tanto dolor y sufrimiento. No pido que me voten a mí o los que están más abajo (en la lista). Un voto en defensa propia, que se voten en defensa de ustedes mismos. El voto que el gobierno va a escuchar”.

La pregunta seguramente suspicaz de quien escribe, siendo que CFK habló al día siguiente de la represión en PepsiCo, a la que no aludió, fue esta mientras escuchaba: ¿quiso Cristina establecer cierta deliberada oposición entre voto versus paros sindicales o movilizaciones en las calles? Hay quienes dicen que Cristina está evitando el riesgo de que algún acto callejero sea infiltrado y genere incidentes que sean usados políticamente por sus adversarios. La tesis es algo verosímil pero incomprobable. Si fuera cierto que CFK está optando más por Ciudadana y por voto que por resistencia (callejera, para dejarlo más claro), ¿se pasa de rosca en su nueva moderación, en cierta des-evitización? Las respuestas son también incomprobables.

Reiterando la puesta

Cuando llegó el momento de la exposición de los agredidos y bajoneados (muy bajoneados) por las políticas del gobierno, aparecieron diversos tipos sociales, aquello que fue el gran acierto del acto en Arsenal.  Pasó Héctor, un empresario textil: “Está entrando mercadería importada y nos ponen en el brete de dedicarnos a la importación o perecer”. Pasó Blanca, textil: “Se han cerrado muchos locales, las ventas bajaron mucho, entre un 20 y 30 por ciento”. Pasó Mónica, ya madura, ex trabajadora de una cooperativa pesquera: “Mucha gente se está quedando sin trabajo porque están cerrando fábricas”. Pasó una médica jujeña.

En relación con la puesta en escena de los abatidos del macrismo cabe preguntarse hasta dónde aguantará la estrategia de eso que los especialistas llaman story telling. La primera fue novedosa e impactante en Arsenal y encontró al macrismo en off-side. La segunda estuvo muy bien. Esas voces no aparecen en ningún lado, hay que mostrarlas y es positivo que Cristina elija mostrarse casi en un segundo plano en relación a la ciudadanía y no como la dueña omnipresente del micrófono, la de los largos discursos en los patios de la Rosada. La pregunta es si en algún momento esa puesta se agotará, por saturación.

Posiblemente así sea y seguramente el comando de campaña guarda sorpresas, al mismo tiempo que el macrismo ya descubre que no puede disputar votos en los espacios sociales que votarán a Cristina y se decide por disputárselos a Sergio Massa. Como sea, la táctica coincide con una suerte de consejos prácticos venidos… de Noruega.

Hablamos de un escrito que circuló en Internet y que tiene en el centro al médico noruego, Gernot Ernst. Ernst es a la vez neurobiólogo, científico social y consejero científico del Partido de la Izquierda Socialista de su país e intentó responder a la pregunta de por qué en el mundo contemporáneo las sociedades votan a las derechas. El voto a las derechas “en todas partes”, según el noruego, es una apuesta defensiva a la frustración, la confusión y el miedo que se dispersan por las sociedades, desde los factores de poder y a través de las redes sociales. Disculpen los lectores que ya leyeron esto que posteé en Facebook: miedos y confusión que se traducen en agresividad. Esta es la brevísima lista de consejos del noruego para que las sociedades dejen de votar derechas y en parte coinciden con lo que está haciendo Cristina en campaña:

EJEMPLIFICÁ CON GENTE NORMAL. Explicá los problemas y argumentá con base a experiencias de gente común, con la cual tu audiencia se sienta identificada.

MENOS DISCURSOS, MÁS PREGUNTAS. Evitá imponer tus ideas. Preguntá para que la gente descubra la verdad por ella misma.

UTILIZÁ EJEMPLOS HISTÓRICOS. La gente no tiene consciencia histórica. Recordales lo que pasó, para que no cometan los mismos errores, y recuerden los éxitos antiguos.

LA DERECHA MANIPULA, LA IZQUIERDA ORGANIZA. Es válido si utilizás algunos métodos de la derecha, como usar imágenes y definiciones. Pero no te olvides de lo más importante: la organización social es la clave (pista sobre esto, que es lo más arduo: el médico noruego no debe tener la más remota idea de qué pasó con el kirchnerismo, tras dejar el poder, con Unidos y Organizados o con el sindicalismo).

Parar la oreja, hacer preguntas

Cuando el que escribe quiso saber más sobre las respuestas del noruego a la pregunta de por qué las sociedades votan por derecha, se encontró de pura casualidad –maravillas de Internet- con un prólogo de Serge Halimi a un libro escrito por Thomas Frank cuyo título precisamente es: ¿Porqué los pobres votan a la derecha?

Halimi es un muy conocido periodista francés que se hizo célebre en 1997 cuando publicó Los nuevos perros guardianes, cuestionando el rol de la prensa en su país y en el mundo y fue también director de las ediciones internacionales de Le Monde Diplomatique. Thomas Frank es un escritor y periodista estadounidense destacado, además de historiador de las ideas y la cultura. Su libro se basa en lo que sucede con los comportamientos electorales en ciertas regiones pobres de los EEUU, con lo que buena parte de sus interpretaciones tienen que ver con el cristianismo súper conservador de esas sociedades.

Foto: Miguel Martelotti.

Escapando alevosamente del acto puntual de Mar del Plata, pero a propósito de la consigna “parar las orejas” y “hacer preguntas”, el que escribe a partir de acá se limitará a citar algunos párrafos destacados del prólogo de Halimi, porque aun con las distancias geográficas, culturales y sociales ayudan a entender también el voto al macrismo. Veamos:

  •         Frank explica otra paradoja, que no es específicamente americana, y que incluso lo es cada vez menos. La inseguridad económica desencadenada por el nuevo capitalismo ha conducido a una parte del proletariado y de las clases medias a buscar la seguridad en otra parte, en un universo “moral” que, por su parte, no se alteraría demasiado, incluso que rehabilitaría comportamientos antiguos, más familiares. Estos cuellos azules o estos cuellos blancos votan entonces por los Republicanos pues los arquitectos de la revolución liberal y de la inestabilidad social que deriva de ella han tenido la habilidad de poner en primer plano su conservadurismo en el terreno de los “valores”. A veces su sinceridad no está en cuestión: se puede especular con los fondos de pensiones más “innovadores” a la vez que se está en contra del aborto. La derecha gana entonces en los dos tableros, el “tradicional” y el “liberal”. La aspiración a la vuelta al orden (social, racial, sexual, moral) aumenta al ritmo de la desestabilización inducida por sus “reformas” económicas. Las conquistas obreras que el capitalismo debe desmantelar pretextando la competencia internacional son presentadas como otras tantas reliquias de una era pasada. Incluso de un derecho a la pereza, al fraude, al “asistenciado”, a la inmoralidad de un cultura demasiado acomodaticia con los corporativismos y las “ventajas adquiridas”.

Como se ve, cualquier parecido con lo que sucede  en nuestro país no es mera coincidencia.

  •         Tras décadas de optimismo histórico “El Estado tiene entonces la reputación de poder hacerlo todo. Había superado la crisis de 1929, y vencido al fascismo; podría reconstruir las viviendas infrahumanas, conquistar la Luna, mejorar la salud y el nivel de vida de todos los americanos, garantizar el pleno empleo. Poco a poco, aparece el desencanto, se descompone la creencia en el progreso, se instala la crisis. A finales de los años 1960, la competencia internacional y el miedo al desclasamiento transforman un populismo de izquierdas (rooselveltiano, optimista, conquistador, igualitario, aspirante al deseo compartido de vivir mejor) en un “populismo” de derechas que se aprovecha del temor de millones de obreros y de empleados a no poder seguir manteniéndose en su nivel social, de ser atrapados por gente más desheredada que ellos. Las “aguas heladas del cálculo egoísta” sumergen las utopías públicas heredadas del New Deal. Para el Partido Demócrata, asociado al poder gubernamental y sindical, las consecuencias son brutales. Tanto más cuanto que la cuestión de la inseguridad resurge en este contexto. Va a aburguesar progresivamente la identidad de la izquierda, percibida como demasiado angélica, afeminada, permisiva, intelectual, y proletarizar la de la derecha, juzgada como más determinada, más masculina, menos “ingenua”.

Cualquier parecido con la campaña del massismo (y en parte de Randazzo) que hace eje en la inseguridad…. etc.

  •         “El éxito de la derecha en el terreno popular no se explica solo únicamente por la tenacidad o por el talento de sus portavoces. En los Estados Unidos, igual que en Francia, se aprovechó de transformaciones sociológicas y antropológicas, en particular de un debilitamiento de los colectivos obreros y militantes que ha llevado a numerosos electores de rentas modestas a vivir su relación con la política y la sociedad de un modo más individualista, más calculador. El discurso de la “elección”, del “mérito”, del “valor trabajo” les ha alcanzado. Quieren elegir (su escuela, su barrio) para no tener lo peor; estiman tener méritos y no ser recompensados por ellos; trabajan duro y ganan poco, apenas más, según estiman, que los parados y los inmigrantes. Los privilegios de los ricos les parecen tan inaccesibles que ya no les conciernen. A sus ojos, la línea de fractura económica pasa menos entre privilegiados y pobres, capitalistas y obreros, que entre asalariados y “asistidos”, blancos y “minorías”, trabajadores y defraudadores”.

Acá también le llamamos “emprendedorismo”, “guerra de pobres contra pobres”, “acostumbrate a vivir en la incertidumbre. Disfrutala” (Esteban Bullrich). Sobre estos últimos puntos y muchos otros hay un muy buen libro reciente de Ezequiel Adanovsky: El cambio y la impostura. Vamos a ver si le mangueamos algún escrito para Socompa. Vamos a seguir tratando de pensar, en Socompa, como un modo de entender eso que Cristina y muchos de nosotros llamamos dolor y llamamos sufrimiento social. Y bien que le vimos venir.