De cara a las legislativas lo que está en crisis, antes y ¿junto? con el gobierno, es el peronismo. Aun cuando produjo grandes transformaciones sus límites y contradicciones vienen de muy larga data. A Alberto Fernández le toca gobernar sin un sistema político propio que lo contenga y le dé potencia.

De lo que uno recuerda de Cooke sin haber vuelto a visitarlo en años, está esa preciosa definición del peronismo como gigante invertebrado y miope. Vaya a saber qué imagen o metáfora emplearía hoy el que fue delegado díscolo de Perón para hablar de un peronismo mucho más inasible, mil veces reciclado –a menudo para mal- en sus infinitas partes, cansado, empequeñecido y degradado en relación con los tiempos que Cooke conoció. No tiene la culpa el presidente Alberto Fernández de lo que el tiempo hizo con el peronismo o viceversa. Aunque le puedan faltar firmeza o audacia, no tiene la entera responsabilidad de no poder contar a la hora de gobernar con un peronismo que conforme algo parecido a un sistema mínimamente coherente que ayude a empujar y transformar. Hoy el peronismo es un rejunte ni siquiera de partes, sino de decenas y decenas de estados gaseosos diversos y contradictorios. “Solo la organización vence al tiempo” dijo una vez Perón en una sentencia feliz. Pero la organización no vino.

John William Cooke.

La cosa viene de muy lejos. El PJ casi siempre fue poco que más un sello electoral dominando el centro de un frente electoral. Hubo el tiempo sí de la Resistencia, el de las unidades básicas, el de los territorios y la jotapé. Pero nunca el PJ fue un partido serio y compacto. Mucho menos una fábrica de cuadros. Mucho menos un centro de producción de conocimiento crítico y masa crítica (sí pudieron serlo “el Movimiento” o las escuelas de formación de la CGT). Tuvo obvia razón Hugo Moyano cuando dijo hace pocos años que el PJ era una cáscara vacía. Y no es que quisiera convertir al PJ en un partido de centro-izquierda.

La célebre columna vertebral del peronismo, el movimiento obrero, está hace añares en crisis terminal, como esos pacientes que pasan años en coma profundo. Se puede rastrear esa crisis en los efectos de la dictadura, en la pésima imagen de mucho sindicalista que bien supo explotar el alfonsinismo en su primera campaña electoral. La “burocracia sindical” lo fue por lo menos desde los tiempos de Vandor y luego de Rucci. Lo siguió siendo cuando el peronismo tenía su rama política, su rama política y su irritante rama femenina de señoras conservadoras peinadas como maestras con spray, a menudo gritonas. Dirigentes sindicales de los aceptables, de los buenos y de los opinables sufrieron cárcel, muerte o persecución durante la dictadura. Solo a finales de la última dictadura la o las CGT cumplieron un rol de cierta dignidad resistente. Aun así, la dictadura se derrumbó por Malvinas y crisis económica. Vinieron las elecciones. “Patria sindical” dijo el alfonsinismo con picardía, una pizca de verdad y otra de miserabilidad. La ley Mucci nunca salió del Congreso, empate improductivo. Tato Bores, en los 80 o los 90 representaba al sindicalista promedio con un retrato más gorila que simpático bajo el apelativo de “José Campera”. Eran los años de Saúl Ubaldini. Fue un dirigente digno, de los pocos que le hacían frente a Bernardo Neustadt, ante quien todo el mundo arrugaba.

Saúl Ubaldini.

La CGT en los primeros años de la democracia y con/contra el menemismo conservó poder de fuego. Lorenzo Miguel siguió representando a la vieja CGT (y a las 62 Organizaciones) hasta su muerte, cuando ambas tenían, además de su condición de corporación burocrática con internas severas, la marca del sindicalismo empresario. Pasaron los años y decir “CGT” hoy dice poco, porque la complejidad interna de nuestro sindicalismo fragmentado es inmensa. Hay de todo y ese todo es más bien débil, con algo de irrelevante –sobre todo a la hora de discutir ideas-, aunque a menudo la CGT suele constituir una última defensa, o un intento voluble de defensa, y un modelo opinable de protección y ayuda para los trabajadores de gremios mínimamente consolidados (obras sociales, sanatorios propios, turismo). Los que quedan fuera de ese precario sistema de protección (desocupados y “marginales”), se joden. No entran, para mucho dirigente sindical, en la órbita de la “justicia social”.

Lo que fue una alternativa oxigenante, la CTA, llegó a un límite de crecimiento hace tiempo, más bien refugiada mediante su mayor presencia entre los trabajadores del Estado que en los de las fábricas u otras actividades productivas. Queda de aquella primera CTA la concepción y el intento de Víctor de Genaro de incluir a los desempleados y quizás a los movimientos sociales. Hay allí otro subsistema débil sin apenas articulación con el no-sistema que es el (los) peronismo gaseoso del presente.

De modo que ¿columna vertebral? Olvídalo. Invertebrado, miope, ayuno de columna vertebral y envejecido, aunque siempre sobrevivan y activen dirigentes, gremios y militantes valiosos. De hecho, durante el primer kirchnerismo, además de un proceso de reafiliación masiva a los sindicatos que se produjo gracias a la reactivación económica, surgió una nueva generación de cuadros jóvenes prometedores. Pero de nuevo, si siguen ahí, no hay sistema ni movimiento que los contenga o les dé voz.

Peronismo polinesio

De este galope muy apurado y quizá arbitrario queda la noción de que, si es por pensar al peronismo como movimiento de los trabajadores lo realmente existente es un archipiélago decaído, más extenso y más alejadas sus islas que las de la Polinesia. Peronismo mustio, fofo, sin casi integración ni sinergia con el grueso de la sociedad, “la calle”, “el territorio” (acaso sí los intendentes, y sobre todo ahora en la efímera urgencia electoral) ni con el PJ, ni con alguna conducción política fuerte, ni con un gobierno/Estado que pueda obtener de su eventual articulación con “la rama sindical” o quien sea mayor potencia, alguna energía, un rumbo más nítido, la voluntad común de confluir en un proyecto transformador de gobierno.

Alberto y los burócratas.

Queda poco de lo que pintaba en tiempos de Cooke, menos aun considerando a Cooke como un analista crítico del peronismo. Queda una escasa capacidad de constituir, darle forma e institucionalidad al muy declamado asunto del campo nacional y popular, un simple sujeto político consistente que esté en condiciones de dar batalla contra la derecha y cambiar las cosas. El peronismo, hoy, es un modo –parafraseando a Eduardo Duhalde- de “ventear energía”. Entonces, la reiteración: Alberto Fernández, más allá de la concepción que tenga de la política y de lo que pretenda hacer, no es el responsable absoluto de lo que la historia hizo del peronismo –o viceversa-, ni de las transformaciones sociales y culturales que hicieron del peronismo una entelequia de identidad dudosa.

Hace pocos días, en el programa La columna vertebral, el politólogo Pablo Touzón dijo esto:

“La columna vertebral no es el Estado, o por lo menos no lo era. Podemos pensar que en el peronismo actual la columna vertebral hoy sí es el Estado. Ése puede ser un problema”. La frase tiene lo suyo, es interesante. No se agota en sí misma, sino que también puede explicar lo que se escribió aquí más de una vez:  esa muy llamativa facilidad con que el macrismo desmanteló los avances producidos por el kirchnerismo, una vez que el kirchnerismo dejó el Estado.

Sumadas las diversas etapas destructivas de proyectos antisindicales, antiperonistas y desindustrializadores, poco queda de aquellas imágenes icónicas del 17 de octubre de 1945, con obreros con boina, sombrero e incluso saco, no solo descamisados. Poquísimo de la CGT de los Argentinos y la épica de “los programas de La Falda y Huerta Grande”. Casi nada de Agustín Tosco y Atilio López (hijo de radical-yrigoyenista). Hay un poco más del “cinturón rojo” que iba del norte de la provincia de Buenos Aires a por lo menos el tercio sur de Santa Fe. Sí es por el Cordobazo, tenemos cordobesismo. El mapa del trabajo en una sociedad cambiada y trastornada hoy se diluye y desperoniza además en sindicatos de servicios, desocupación, changa, precarizados de call centers, ideología del cuentapropismo y pibes que distribuyen de todo por las calles mediante el viejo modelo de tracción a sangre -con bicicletas en lugar de caballos- o motito, casco y riesgo de accidente. Al respecto, una de las novedades interesantes sucedida hace ya muchos años fue el nacimiento del sindicato de motoqueros (ASSIM), que le puso polenta al estallido del 2001. No sabemos qué es de la vida de ese sindicato que supo tener una líder mujer. En el portal de ASSIM, de estética roquera, lo primero que se lee es esta consigna: “La justicia social no se mendiga, se conquista”. El salario básico de los afiliados anda por los 48 mil pesos, sin que sepamos cuántos pibes y pibas de Rappi, Pídalo o Glovo tienen permiso de afiliación y pataleo.

El Lobo Vandor.

Resisten bien unos pocos: los camiones y camioneros muy bien remunerados de los Moyano sin que haya proyecto de recuperación del sistema ferroviario (estamos mucho peor que en tiempos de Scalabrini Ortiz en esa materia. De salarios aceptables gozan también los petroleros del sur, los bancarios y los aceiteros que, paradójicamente, viven del país sojero, el país extractivista.

Peronismo frepasoide, peronismo de provincias

Hasta aquí, se intentó dar cuenta de una serie de puntos de fractura y genealogías de lo que queda del viejo peronismo, la CGT, los sindicatos, los mundos de los laburantes. Casi en oposición a los viejos imaginarios en blanco y negro, los “líderes” peronistas y kirchneristas, así como el extenso funcionariado, tienen una extracción de clase media-media o media-baja progre. Hay algo llamativo en ese origen social de la dirigencia kirchnerista. Más todavía en la ideología más o menos posibilista del albertismo (ese albertismo que no quiere ser tal), esa prolijidad y esas buenas intenciones con aroma Frepaso. A esas marcas identitarias (preocupadas por los derechos humanos y los temas de género) se suman intentos de basculación, pivoteo, equilibrio y armados endebles con los otros mundos estallados de los movimientos sociales, los sindicatos, los gobernadores. Se pasa de los buenos a los no tan buenos modos con el mundo empresario, en una línea del tiempo inconexa.

Esos intentos desparejos de arrimar bochines están lejos de alcanzar a constituir el sistema que aquí se reclama: un sujeto político que pueda ser a la vez fuerte e innovador. A la Plaza de Mayo los movimientos sociales van para sobrevivir más que para poder transformar. Una suerte de movilización permanente y penosa en cámara lenta, sin horizonte. Eso da una impresión de mito de Sísifo en versión retrato social o epocal, una impresión triste, un cuadro opaco de Berni (Antonio, no Sergio). Se trata de un movimiento-Sísifo solitario y empobrecido del segundo cinturón del conurba o de las villas y asentamientos, donde los desesperados apenas si alcanzan a atisbar o replantear aquello de la movilidad social ascendente.

El Loro Miguel.

Por lo menos desde los 90 el peronismo es también ese no-sistema gaseoso en el que tallan también gobernadores e intendentes tratando de preservar lo suyo, lo que no siempre equivale a los suyos. Desde entonces o desde siempre aquello que en tiempos de Duhalde se llamó Liga de Gobernadores es menos que una confederación de caciques variopintos encerrados en sus terruños, con menos duración en el tiempo que las pilas Duracell. Confederación de caciques y capitanejos que dista mucho de la fiereza del malón.

Se supone que a Alberto Fernández, además de presidir, le toca conducir toda esta precariedad para de paso ganar en gobernabilidad. Menuda tarea la que le tocó, te la regalo. Y no, Alberto “no estaría pudiendo” con ese desafío complicadísimo. Quienes oponen a CFK como contracara olvidan que Cristina, con mejor herencia económica, la de Néstor Kirchner, se mandó sola olvidando a más que medio peronismo y que a otros sectores sociales también los dejó en el camino, vía endogamia.

En cuanto a Alberto Fernández, en La Tecla Ñ Ricardo Rouvier escribió: “El Presidente es un protagonista original del posibilismo que se balancea, al que le toca ir y venir para que la fuerza centrípeta no se extinga. En una labor que no luce, Alberto Fernández sigue siendo el punto en el espacio sobre el cual atraviesan las diversas rectas y chocan las contradicciones. Preocupa cómo será el día después (de las elecciones) para el Presidente, considerando que es una de las piezas más frágiles del tablero, aunque conserva su inevitabilidad institucional”. Resumido: DANGER. Dicho sea de paso, la última encuesta de Rouvier augura a lo sumo una tibia recuperación del voto para el Frente de Todos.

Sobreviviendo

No tiene líderes incuestionados y potentes el peronismo gaseoso. Apenas si atina el peronismo del presente a preservar su unidad como modo de sobrevivencia, y de eventual resistencia para el caso de que vengan tiempos peores. Esa unidad a preservar es frágil.

El paraguas de Rucci.

No, no hay líderes incuestionados en el peronismo gaseoso. Hay una Cristina conducción pero solo para una parte del conglomerado -¿aglomerado?- gobernante. Hay una CGT promedio antikirchnerista o anticristinista. Hay allí una cuestión de piel, pero también de sensibilidad o no ante el padecimiento social del conjunto, cuestión de ideología, de no-voluntad de cambio, de miedo a perder privilegios/la guita de las obras sociales.

No. Alberto Fernández, hasta acá al menos, no pudo ser el presidente peronista fuerte de la democracia declinante iniciada en 1983: ni Carlos Saúl, ni Néstor Carlos, ni Yegua. Eso dicho desde una mirada que apenas si ancla en el pasado reciente. Pero es más grave el contexto si se mira mucho más hacia atrás, desde el imaginario del 45 hasta hoy. Solo así se pueden entender las dificultades del actual gobierno y no exclusivamente desde la mirada chica y cortoplacista, aun describiendo errores y carencias reales en lo hecho por el gobierno. La debilidad estructural del peronismo señalada por Cooke llega hasta acá, agravada. Más lo que hay que malditamente señalar siempre: herencia macrista, deuda horrorosa, pandemia paralizante, inflación venida no solo de la impericia oficial sino desde la economía global (suba de los precios internacionales de la energía, alimentos y minerales).

Entonces, se hace difícil gobernar. Se hace difícil obtener fortaleza política, presión y contención “de las bases” (o de un sistema o de un aparato), cuando aquel viejo gigante invertebrado y miope se aparece medio arruinado, clasemedizado, partido en pedacitos trémulos, cada cual en lo suyo. Cómo batallar entonces -un solo ejemplo- contra el muy consistente poder real del sistema oligopólico que genera la inflación, que a su vez empobrece a los más débiles. No alcanza con repetir “los formadores de precios”, no alcanza ni con declamar en estilo épico K ni con cambiar de tono discursivo cada siete semanas. Mientras tanto –informe de CIFRA, el centro de estudios de la CTA- aumenta bonito la rentabilidad de Ternium Argentina, de Aluar , de Molinos Río de la Plata.

Reprise: las profecías de Cooke

En el mítico epistolario Perón-Cooke, el segundo preguntaba:

“Cuando Perón no esté, ¿que significará ser peronista? Cada uno dará su respuesta propia y esas respuestas no nos unirán, sino que nos separarán. Estamos en diferentes barricadas y como la lucha es muy aguda, no nos saludaremos como caballeros medievales, sino que nos degollaremos, como corresponde a enemigos irreconciliables”.

El General exiliado y Cooke.

Es exactamente lo que sucedió, desde antes de la muerte del General.

Cooke se atrevió a decirle a ese General: “Si usted no ha hecho un pacto con el Diablo y como me temo, sigue siendo mortal, cuando usted desaparezca también desaparecerá el movimiento peronista, porque no se ha dado ni la estructura ni la ideología capaces de cumplir las tareas en la nueva era que ya estamos viviendo (…) Veo ese proceso como fatal pero no como inevitable. Fatal si seguimos con un jefe revolucionario y una masa revolucionaria, pero con direcciones conservadoras y apegadas –aunque declaren lo contrario– a los valores y procedimientos de la vieja política”.

-Concuerdo –contestó Perón siempre por carta- con sus excelentes juicios. Y agregó: “Pero, si echamos de nuestras filas a los obispos, a los generales, a los empresarios, ellos se fortalecerán en la derecha y nosotros seremos muy pocos para combatirlos”.

Desde entonces estamos varados más o menos en el mismo lodo. Siempre con un peronismo que no se sabe lo que es. Pero seguro que en el presente más chiquito, más arrugado, más empobrecido. Un peronismito del 32 por ciento de los votos válidos en las PASO, que acaso vaya a recuperar algunos puntos. De nuevo: apenas el 32 por ciento de los votos. Uno de los equívocos a despejar para pensar mejor las cosas y el peso de la historia, es esa ecuación vehemente, autocomplaciente y gozosa según la cual peronismo = “pueblo”. Ya no. Aunque como suele decirse a menudo, al peronismo varias veces le extendieron el certificado de defunción, pero nunca hubo velorio. Lo mismo sucede con el radicalismo. Aún vive, claro que en versión horrenda.

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