Quita de pensiones a discapacitados, cierre de escuelas en el Tigre, aranceles para extranjeros en los hospitales, exigencias para recibir un plan social. Una forma de situarse frente a los otros que revela la voluntad del gobierno de ser más neoliberal que nadie y que los poderes económicos se den cuenta. (Ilustración: Martín Kovensky)

Un pibe discapacitado es vulnerable por partida doble. Son de esas situaciones que convocan a una solidaridad indiscutible. Es gente a la que hay que acompañar todo lo que se pueda. Esto, como les gusta a decir a los derechistas, no es de derecha ni de izquierda.

Sin embargo, y con casi nula repercusión en los medios, el gobierno decidió suprimir las pensiones a los menores que sufren alguna discapacidad. El motivo esgrimido es de una perversa originalidad, “no tienen incapacidad laboral”. Es un argumento circular y cruel en su circularidad, no pueden trabajar porque son menores y porque sufren alguna discapacidad, por eso no hay que ayudarlos.

No es la primera vez que el macrismo arremete contra los discapacitados. Se dieron de baja, sin estudio previo, ciento setenta mil pensiones por invalidez, acusándolas de truchas, sin tomarse el trabajo de analizar si esto era cierto o no. Antes era que fingían, ahora se castiga a los chicos por no formar parte del mundo del trabajo, al que, por otra parte, no deberían pertenecer.

Sigamos, se quieren cerrar seis escuelas en el Delta, entre ellas tres jardines de infantes. El cierre condena a los chicos a optar entre seguir estudiando y pasarse el día viajando o si no dejar de concurrir a clases. La decisión se apoya en una cierta ecuación que permite afirmar que esas escuelas exigen demasiado gasto para tan pocos alumnos. El planteo es engañoso -¿vale la pena ahorrarse ese gasto mínimo y someter a esos pibes al esfuerzo tremendo de viajar horas y horas para llegar a clase? La misma lógica que subyace a la decisión de cerrar escuelas rurales en la provincia de Buenos Aires. Raro, se cierran escuelas y se pone como exigencia que se curse el primero o el secundario como requisito para acceder a un plan social.

Lo que aparece es que, en definitiva, no es un tema de dinero como lo quieren vender. Las cifras para mantener esas escuelas seguramente son ínfimas y carecen de toda relevancia. Para decirlo rápidamente, lo que se ahorran son monedas. También los ingresos serán mínimos en los hospitales de Jujuy, donde el gobierno de Gerardo Morales decidió arancelar la atención de pacientes del extranjero. Un proyecto que busca ampliarse a todo el país y que es probable que termine cuajando.

También se usa el argumento de la austeridad y el recorte del gasto público para justificar los despidos en el Estado. Supongamos por un rato que es así, que la planta es excesiva. ¿Eso justifica el método de hacer despedir a la gente por el personal de seguridad o avisarle por mail que se han quedado sin laburo, una vía de comunicación que, por otro lado, carece de validez legal? En la primera tanda fue tal la violencia que La Nación publicó una columna de opinión para recordar que se despide a personas.

Todos estos ejemplos, y otros como tratar de justificar la muerte de Rafael Nahuel a cualquier precio o ningunear a los chicos de la murga baleados por la policía al comienzo del gobierno de Macri, muestran que Cambiemos va más allá de la lógica del ajuste en su trato con discapacitados, empleados estatales, chicos en edad escolar de familias pobres, extranjeros de países subdesarrollados.

Por un lado – y esto es parte de su aprobación en un sector importante de la sociedad argentina-, va a fondo contra la misión protectora del Estado. No por nada se quiere cerrar el Cetrángolo o hubo despidos masivos en el Posadas. Y ahora se agita el argumento –retomado cada tanto- de la cantidad de alumnos extranjeros en las distintas universidades nacionales. Decisiones empáticas con una idea bastante difundida de que se deben hacer obras y prestar servicios solamente a quienes pagan impuestos. Lo dijo Macri en el retiro espiritual de Chapadmalal: “es mentira que el Estado no tiene que limpiar el culo”. La variante economicista de la grieta de la que poco se habla. Y para eso se invoca la idea de equidad que suena un tanto absurda viniendo de un gobierno que vive ensanchando la brecha entre ricos y pobres. O, de últimas, se trata de una equidad comercial, recibo una mercadería acorde al precio que puedo pagar.

Y es una posición casi fundamentalista, por eso se juntan razones para arremeter contra los más vulnerables que son los que no aportan a las arcas de la AFIP salvo de manera pasiva, como cuando pagan el IVA. Sectores que se definen porque no se pueden valer por sí mismos, que incluyen a los niños y a los discapacitados. Con ellos, la sociedad no tiene obligación. Eso libera de cumplir en la práctica con ciertos principios básicos de cualquier contrato social, que formamos parte de una sociedad –lo que implica una serie de beneficios- y que tenemos obligaciones con nuestros conciudadanos.

Por otro lado, con estas decisiones se afirma una profesión de fe neoliberal, de un modo al que no se animó Menem a quien ni siquiera se le hubiera ocurrido incluir en el ajuste a discapacitados. Cambiemos adopta un neoliberalismo impostado, de segunda mano por el que siente una simpatía automática –más visceral que reflexiva- acorde a su educación, a su modo de estar en el mundo y a su cuenta bancaria, todo eso que traen desde la cuna. Hay que bailar la música del mundo, que hoy suena con acordes neoliberales, demostrar que se conocen y se tienen bien practicados todos los pasos. Y que merecemos que el mundo nos reciba con los brazos abiertos. Los chistes de fútbol del presidente son el arma con la que piensa quebrar la desconfianza del mundo estrecho y ajeno del que espera recibir palmadas en la espalda, pero sobre todo dólares. Su reiteración es una declaración de que se está dispuesto a todo para conseguir esa aprobación, incluso a ajustar a los más vulnerables, a quienes la desprotección les quita algo si no toda su dimensión de sujetos.

En los hechos con, por ejemplo, la permisividad ante los usos y costumbres de la bicicleta financiera y con las palabras y para no abundar, la angustia de los congresistas de Tucumán esgrimida como atenuante ante el “querido rey” Juan Carlos de Borbón.

Muchas veces, ante esa saña, aparece la pregunta sobre si el macrismo es cruel. Puede que algunos de los integrantes de Cambiemos (pensemos en el presidente, en Gerardo Morales, en Patricia Bullrich) lo sean. Pero esa crueldad forma parte intrínseca de una manera de plantearse la dimensión de lo social. Es allí donde aparece la política, la bestia negra del gobierno y con la que no sabe qué hacer. Política –y esa es la gran diferencia con Menem y con la vieja escuela a la que pertenece- es incorporar al otro aunque sea de manera engañosa o meramente simbólica. En ese punto al oficialismo la cosa se le complica. Y el neoliberalismo que aplican es en un punto economicista y en el otro pretendidamente moral (no se puede gastar el dinero del Estado para cinco chicos que estudian en el Delta). Y la dimensión política no se expresa ni siquiera en el discurso. Se habla de conceptos (pobreza cero, guerra el narcotráfico, inserción en el mundo) y no de la gente.

Y cuando la gente –sobre todo las personas que sufren alguna forma de vulnerabilidad -no importa quién sea discapacitado, ni pobre, ni extranjero, no son una realidad no existen salvo como asiento contable y de ahí se los borra fácilmente e incluso, sospecho, con placer.