Y, humano al fin, se quebró y dio vía libre al llanto. Seguramente semejante arrebato de emoción se debió a ver a tanto poderoso junto y asistir a un espectáculo que representó al país como lo sueña Cambiemos, con más atractividades que gente.

 El presidente tenía los ojos húmedos, levantó su brazo derecho para acompañar el grito de “AR-GEN-TINA” y se señaló el corazón. Jamás se había visto algo así en la historia de su presidencia. Lo de Mauricio Macri no es el sentimiento y lo ha demostrado con los familiares de Santiago Maldonado y los de los marinos del ARA San Juan. Su corazón es duro pero aquel día aflojó. ¿Por qué lloró el presidente?

No creemos que haya llorado por la música; tenemos razones para creen que no le gusta o que, al menos, no lo vuelve loco. Por más que baile delante de las cámaras cada vez que gana una elección, el presidente no concurre a recitales. Solo le conocemos dos aficiones musicales: Queen y Tini Stoessel. Cuando habla de música, es para nombrar a un puñado de músicos exitosos y presentarlos como ejemplo. Lo hizo con Tini y con Tan Biónica, que supo ser la banda de sonido del PRO. O para saludar a los Rolling Stones, en una de las fotos más raras de la historia rolinga. Cuando tuvo que elegir una canción para cantar, eligió “We are the champions”, nosotros somos los campeones. Para Macri la música nos otra cosa más que la expresión del éxito. Su política cultural es la de subsidiar a los exitosos.

¿Su llanto fue una catarsis, una purificación ante el hecho artístico? El espectáculo fue intenso, en el peor de los sentidos de la palabra. Música ampulosa, bailarines entusiastas enroscándose entre sí o saltando y haciendo cabriolas con energía -desde Jesús María en adelante, una coreografía folklórica bailada a los pedos no se le niega a nadie- en coreografías de neto corte tinellístico. O de un musical de la (ahora destripada) avenida Corrientes. Un show triunfal, como si estuviera compuesto por puros números finales de comedia musical. Borges admiraba el pudor y la ausencia de énfasis del criollo y detestaba profundamente al tango for export y a los bailarines de malambo parisién. Eso fue, exactamente lo que se vio. No vamos a decir que esto es la Argentina. Vamos a decir que esto es una fiesta que refleja lo que piensan de ellos los dueños de la fiesta. ¿Será esta sensación de posesión intensa la que lo llevó a las lágrimas?

Quizás el llanto fue por ver un sueño cumplido: este es su primer espectáculo como inspirador. El musical se armó en base a su propuesta de que toda la diversidad de la Argentina estuviera presente.

Cuando se quiere mostrar un país hay dos caminos: o mostrar TODO lo que se pueda, apretado y a velocidad de videoclip, o elegir una síntesis. Se eligió el primero. Un ejemplo: una coplera canta durante un minuto y algo, entonces se va y aparecen unos bailarines que arman un carnavalito frenético sobre una proyección de imágenes de diablos; le sigue un cierre que en pocos segundos pasa de Miguel Abuelo a Soda, de Pescado Rabioso a Charly. No es una síntesis: es una aglomeración.  Acumula, pero no integra. (Marcelo Tinelli hace algo parecido en la primera jornada de Showmatch de cada año: amontona escenas de musicales y apariciones de famosos. A su público esta muestra de poder la impresiona y al otro día todos lo comentan). Todo no se puede. Salvo que se quiera, únicamente, asombrar y marear.  Sospechamos que eso se quiso y se logró.

Detrás de los bailarines, cuatro pantallas que proyectan imágenes de la Argentina a la velocidad de los planos de Moulin Rouge, la película. Montañas, ríos, desiertos, lugareños, animales; un largo spot publicitario lleno de esos clichés que suelen aparecer en los avisos que venden un seguro una gaseosa o una camioneta. En el 2010 Cristina Fernández eligió celebrar el bicentenario con un recorrido histórico, de los aborígenes a las Madres de Plaza de Mayo.  Pero para Cambiemos una nación no es una historia sino un paisaje. En el escenario del Colón se llevó a cabo una operación similar a la de los billetes: trocar figuras históricas por animales. Este gobierno sostiene que la historia divide, pero la geografía (con la fauna y la flora) unen. Quizás el presidente lloraba ante esta revelación de la patria como una potencia del espacio, ya que no del tiempo.

Volvamos al 2010: mientras el gobierno nacional festejaba junto al obelisco con un  recital del Chaqueño Palavecino, amontonados y a cielo abierto, él reinauguraba el teatro Colón con una gala que se podía ver por pantalla. Cambiemos le huye al cuerpo y a los amontonamientos: su orgullo más grande es que el recital pudo ser visto online y por las redes. Quizás nuestro primer mandatario lloró al pensar en la Buenos Aires de esos días, un sueño hecho realidad. La ciudad cerrada y cercada, sin linyeras ni piqueteros ni vendedores callejeros, para que puedan visitarla los poderosos del planeta y sus macanudos

Lo más probable es que Mauricio Macri haya llorado porque en su palco del Colón, en medio de todo ese colorinche frenético, pudo entrever la forma artística de su sueño. La escenificación de un país abierto al turismo como única industria. Repleto de atractividades. Un país que se ofrece en venta a los poderosos del mundo con sus paisajes y a su gente. Este puede haber sido el momento más alto de su gobierno, probablemente de su vida. Por eso, lloró.