Cajas Pan, peleas con Ubaldini y con la iglesia, la polémica Caputo-Saadi, la intención de trasladar la capital a Viedma. Avances y tropiezos del primer gobierno de la democracia.

C]on Dante Caputo a la cabeza y aún en años de posguerra fría y bipolaridad, la política exterior del gobierno de Raúl Alfonsín hizo sus apuestas más potentes en términos de multilateralismo (negociación regional por la deuda, conflictos en Centroamérica), el proceso de integración con Brasil que puso en marcha el Mercosur y la firma del Tratado de Paz y Amistad con Chile. La propuesta de Alfonsín fue aceptada por casi todos los partidos, con excepción de un puñado de dirigentes entre los que sobresalió Vicente Leónidas Saadi. De aquellos años, quedó en la memoria colectiva el debate televisivo Caputo-Saadi en el que el anciano caudillo catamarqueño cometió la pifiada de reemplazar los cerros de Úbeda por nubes. El 25 de noviembre de 1984 se realizó el plebiscito. El Tratado de Paz fue respaldado por el 81,32% de la población.

Las cajas PAN

Desde el inicio de su gestión, con plena potencia política y ante el virtual estado de coma del peronismo, Alfonsín lanzó una serie de planes que se hicieron célebres: el Plan Nacional de Alfabetización y el Plan Alimentario Nacional fueron dos de los más emblemáticos. El segundo tuvo un éxito importante al comienzo. Terminó pulverizado por la crisis hiperinflacionaria, la destrucción de la moneda y el record de pobreza del 47%,.

“Al sur, al mar, al frío”

El 16 de abril de 1986 Alfonsín habló desde los balcones del ministerio de economía de la provincia de Río Negro para anunciar unos de los planes que más críticas recibió: el traslado de la Capital Federal al área Viedma-Carmen de Patagones. El Proyecto Patagonia, heredero de discusiones históricas sobre los modos de desconcentrar el poder político, económico y demográfico de Buenos Aires, apenas si alcanzó a dar unos pocos pasos.

La iglesia con los tapones de punta.

En la Argentina de Alfonsín no existía el divorcio. La ley respectiva sancionada por Juan Domingo Perón en 1954 había sido derogada por la Revolución Libertadora. El gobierno democrático presentó e hizo aprobar una nueva ley de divorcio vincular. No le salió gratis; la Iglesia, en términos generales opositora acérrima de Alfonsín, hizo todo lo posible por torpedear la iniciativa. En la guerra contra Alfonsín, muchos obispos se opusieron a la revisión de la llamada guerra sucia, movilizaron recursos masivos para controlar el Congreso Pedagógico convocado por el gobierno en 1.988 y condenaron los nuevos contenidos de los medios. La expresión “democracia pornográfica” acuñada por el presbítero Julio Triviño en una misa, es una síntesis posible de aquellas disputas.

Ahora, las peleas

“Muera Alfonsín, entregador”, “Abajo la sinagoga radical”, “¡MM, MM, MM” o sea “Muchos Más”, en alusión macabra a los NN. Con estas lindezas gritadas por militares, familiares de militares y hasta por curas de misa debió enfrentarse Raúl Alfonsín en su gobierno. El hombre, sin embargo, era conocido por lo temperamental y hasta por lo cabrón. De hecho, fue precisamente subiendo hasta el púlpito de una iglesia, cuando salió a responderle con el dedo alzado al vicario general de las Fuerzas Armadas, Miguel Medina, un jueves 2 de abril de 1987, a 96 horas de la llegada del Papa y en plena misa por los caídos en la guerra de Malvinas.

Otra intervención recordada del caudillo radical se produjo nada menos que en los jardines de la Casa Blanca y ante las narices del presidente Ronald Reagan. Ocurrió en agosto de 1985. Reagan insistía por entonces en su Guerra de las Galaxias y sus modos inamistosos de solucionar los conflictos de Centroamérica.  Cuando el norteamericano terminó de hablar, Alfonsín, pasando por alto las sagradas reglas del protocolo, cazó micrófono y se puso a exponer sus divergencias.

Alguna vez fue también celebérrimo el intercambio de chicanas entre Alfonsín y el líder sindical Saúl Ubaldini, que se le plantó con 13 paros generales. “Mantequita y llorón”, le dijo el entonces presidente. Pero el secretario general de la CGT no se achicó: “Mentir es un pecado –dijo–, pero llorar es un sentimiento”.

Tiene resonancias más vigentes otra anécdota en un escenario muy distinto. Año 1988. Alfonsín va de visita a la muestra de rutina de la Sociedad Rural, un sector con el que nunca se llevó bien. La pelea, como hoy, era por la rentabilidad. La rechifla de “la gente del campo” fue sonora y durante días ocupó páginas y páginas en los diarios. De nuevo, firme en las tribunas del así llamado predio de la Rural, Alfonsín no se bajó del caballo: “Algunos comportamientos no se consustancian con la democracia. Es una actitud fascista no escuchar al orador”.

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