Veto anunciado, cierre del empleo en el Estado, amenazas contra la universidad pública, convocatoria a los milicos y fallos de realismo mágico. A la coalición que nos gobierna no le gusta convivir con gente distinta a élla y pasa de la bravata a la descalificación de todos los que no piensan como ellos. Vivir con instituciones no se lleva nada bien con el credo neoliberal de segunda generación del macrismo.
Los últimos días no parecen augurar nada bueno y la secuencia de los hechos, su acumulación en tan poco tiempo, da que pensar.
Macri apostrofa a los legisladores y gobernadores para que no se dejen llevar por la locura de Cristina. Puede pensarse que es una apuesta a futuro, polarizar en torno a la figura de CFK con vistas al 2019. Es una probabilidad, pero también es posible que haya sido una manera de empujar al peronismo en su conjunto a que vote a favor de proyecto de retrotraer las tarifas a noviembre, como una manera de demostrar, por la contraria, su independencia de la ex presidencia y la firmeza de sus convicciones. De hecho, aquello que se presentó como negociación e intentos de acuerdos fue ofrecer nada a cambio de todo. Todo beneficio para el gobierno que obtendría la aprobación de casi todo el espectro político al tarifazo. Y a la oposición, el peso de tener que defender la decisión del macrismo sin ningún rédito en el horizonte salvo difusas promesas. Una actitud habitual del presidente, presentar un futuro tan bienaventurado como impreciso (al que nadie explica cómo se llegaría) al que se accederá cuando todos hagan lo que les pide el gobierno: pagar más los servicios, ganar menos, usar Led y abrigarse más en casa que en la calle. Es todo un estilo: prometer un destino incomprobable a cambio de un aguante sin plazos. La pobreza cero (Macri dixit en Salta) para dentro de veinte años, el ajuste para ahora mismo. Con eso se construyen relatos autocomplacientes pero no acuerdos.
El veto, dijeron los medios paragubernamentales, ya estaba firmado antes de la votación en el Congreso. En las sesiones, el oficialismo no hizo ninguna propuesta tendiente a reemplazar el proyecto opositor por otro que no fuera el del principio. Por lo tanto, se podría suponer que el gobierno quería poder vetar la ley, sin perder un minuto ni tratar de negociar los términos. De hecho, en la conferencia de prensa que dio en el feudo de Urtubey, Macri comenzó hablando de las bellezas del paisaje salteño y de las ventajas que acarreaban en términos de explotación turística. Como si el veto fuera historia pasada, una manera casi feliz de poner fin a la pesadilla populista.
Por otro lado, se armó un simulacro de preguntas en la que se destacó la intervención de un periodista (seamos piadosos) de la localidad de Cachi –por donde había pasado el presidente- quien le preguntó si le había gustado el lugar. Más allá de todas estas maniobras distractivas y de los mantras de siempre (yo vengo a decir la verdad, la ley es un mamarracho irresponsable, la energía es cara en todo el mundo) definió cuál debería ser el rol de la oposición: “colaborar todos, y no a veces sí y a veces no”. O sea, lo que deben hacer es compartir todas las decisiones del gobierno y siempre, claro. Para decirlo de otra manera, que la oposición sea oficialista.
Al no poder dividir a la oposición –en ese sentido fueron también los intentos entre Frigerio y Pinedo por tratar de dejar mal parado en el Senado a Pichetto, hasta entonces el más “razonable” de los peronistas- lo que se elige es negarle razón de ser.
Se podría pensar que esto es mera retórica, juegos de palabras, pero los hechos parecen decir otra cosa. Al día siguiente del veto, Dujovne anuncia el ajuste en el empleo público. Y dice que la medida se extenderá por veinticuatro meses, o sea más allá del fin del mandato de Macri. Desde la perspectiva de Cambiemos (Vidal ha sido explícita en ese sentido) todo lo que haga la coalición en el poder tiene destino de eternidad. Los cambios discrecionales en la Justicia, hacer lo que el mundo diga que debemos hacer, la eliminación de las retenciones, el respeto reverencial a las ganancias de las empresas, que no haya cepo, son todas cosas que han llegado para quedarse. Y no se admite siquiera la posibilidad de que tengan fecha de vencimiento.
Aquí se podría hacer más de una lectura. O hay una convicción firme de que se ha emprendido un camino que debe ineluctablemente llevar al triunfo en el 2019 o tal vez se esté pensando en alguna maniobra que impida o retrase la posibilidad del recambio. Sin ponerse necesariamente enfáticos hay una incompatibilidad (y no solo en la Argentina) entre neoliberalismo y democracia. Si, como repite Macri cada vez que puede y son muchas veces, no hay otra cosa razonable para hacer que lo que hace el gobierno, entonces la misma idea de plan alternativo es descabellada, una locura como las de Cristina.
En la conferencia de prensa salteña, el presidente remarcó que era tal el éxito de la lucha contra el narcotráfico que se está estudiando la posibilidad de construir más cárceles. En la misma semana se había anunciado la voluntad de incorporar a las Fuerzas Armadas (aparentemente, informa Infobae, el decreto ya está redactado) a la que, eufemísticamente se da en llamar seguridad interior. Todo parece indicar que el horizonte imagina el gobierno es de diálogo cero, ni con la oposición que persiste en querer seguir siendo diferente al gobierno, ni con las fuerzas sociales que representan a sectores que están siendo impulsados a la desesperación y la desesperanza. Y que están en la mira de la represión si hace falta y que de pronto pueden pasar a la categoría de enemigos internos, que la RAM, tan lejana y discontinua, no alcanza a llenar. En ese sentido, Clarín destaca de la Marcha Federal que se habrían encontrado palos, botellas y proyectiles de acero en uno de los micros que trasladaban a manifestantes al acto. Siempre hay un riesgo latente a conjurar en nombre de la paz social.
El gobierno cierra filas sobre sí mismo y sobre los sectores que le son intrínsecamente afines. Carrió habla de Macri como si estuviera enamorada de él (y uno que creía que solo podía enamorarse de sí misma) y el radicalismo abandonó sus pequeñas rebeldías para alinearse detrás del macrismo, del que a esta altura está siendo una excrecencia. El campo (ya tranquilo, porque de retenciones ni hablar), Christine Lagarde, las empresas concentradas, los especuladores están de su lado. También la prensa de siempre: es casi conmovedora la defensa que hace La Nación del tarifazo, mientras que TN habla con gente del interior que se queja de que porteños y bonaerenses pagaron durante largo tiempo mucho menos los servicios que ellos. El resentimiento siempre rinde, especialmente si se lo viste de federalismo, que tiene tan buena prensa (nunca mejor dicho). Y Vidal declara contra las universidades. Heidi tiene su propio estilo, hace que opina pero nunca deja de amenazar.
Para cerrar este lockout oficialista apareció el fallo de la Cámara que componen Irurzun y Bruglia sobre la muerte de Nisman. En un notable giro –que envidiaría hasta Mankell- establecen el motivo sin estar seguros de que fue un asesinato y, aun cuando se aceptara que lo mataron, sin saber quién y cómo lo hizo. Como seguidores del Mayo del 68, también creen que con la imaginación se hace justicia.
A partir de todos hechos, se puede pensar que el gobierno llegó a un punto en el que los mecanismos de la democracia son un estorbo. Que un ajuste bien hecho entra en conflicto con lo institucional, que en definitiva se gobierna solo porque esa es la única manera de hacer lo que se pretende. Cambiemos siempre tuvo problemas en pensar más allá de sí mismos, pero ahora esa dificultad se transformó en un recurso. Veto, fallos, represiones mediante.