Hace rato que el radicalismo ha abandonado toda pretensión de poder y nada lo demuestra mejor que su escasa presencia en las PASO. Hoy parecen reducidos a ser el ala derecha del macrismo y ya no trabajan con visión de futuro.

El tiempo hace resignificar dichos y posiciones. Ernesto Sanz rechazó el ofrecimiento a ocupar la jefatura de gabinete que le había ofrecido Macri en diciembre de 2015 con la siguiente explicación: “Quiero volver a mi lugar en el  mundo”. Y tan intenso fue su retorno a ese lugar tan personal como impreciso que no intentó que fuera otro radical el que ocupara el cargo que se le había ofrecido. Como si estuviera admitiendo de esa manera que el puesto sólo era para él y no para su partido. Pensar esta decisión en términos de egolatría simplificaría mucho la cuestión. Era el radicalismo el que se negaba a un lugar de poder tan importante como el de la jefatura de gabinete. Una de las explicaciones posibles, pero que no cierra todos los interrogantes,  es que la UCR no quería quedar atada a los posibles desaguisados de Cambiemos. El tiempo fue demostrando que no era esta una razón atendible, el radicalismo nunca sacó los pies del plato, pese a algún chispazo más declarativo que concreto.

La presencia o la casi ausencia del radicalismo en las listas de los dos principales distritos (Facundo Suárez Lastra figura en el sexto puesto de candidatos a diputados por la capital) está hablando de cómo la UCR piensa su “lugar en el mundo”. O su no lugar, para citar al antropólogo Marc Augé, que usaba esta expresión para referirse a espacios neutros como los shoppings o los aeropuertos. Sitios que no dicen nada acerca de sí mismos y del espacio que ocupan. ¿No se estará convirtiendo el radicalismo en un no lugar? De hecho, no ocupan espacio en las listas más que para completar el número que exige la ley. Están en la lista de convocados pero no van ni al banco.

La crisis radical post Alfonsín no es nueva. Hoy el partido está en manos de un grupo de dirigentes que, como es el  flagrante caso de Gerardo Morales, están a la derecha del macrismo, cuando eso parecía imposible. Un proceso que había llevado ya a Fernando de la Rúa a la presidencia. O sino se convierte en una postura testimonial como es el caso de Leopoldo Moreau que se reivindica radical,  uno supone que es porque no puede dejar de serlo.

Pero aun desde este giro a la derecha, el radicalismo no renunciaba al poder y participaba como partido en sucesivas elecciones pese a saber  que su chance era nula o casi su manera de formar parte de la democracia y de alimentar, casi disimuladamente,  el mito del bipartidismo. El paso siguiente fue hacerse, a lo Balbín, amigo del viejo adversario, esta vez el conservador y, a diferencia de Perón, más vivo que nunca.

No conviene ponerse enfático en estas cuestiones y hablar de acta de defunción del radicalismo. De hecho una parte importante del paisaje político argentino está compuesta de resucitados en mayor o menor medida y algunos más de una vez. Pero lo que sí parece haber es la pérdida del sentido de la propia existencia y la renuncia a la política –de hecho los motivos de Sanz para su negativa fueron no políticos. ¿Y para qué podría servir un partido político que reniega de la política? Y que se aleja resignado y sin protestas de la voluntad de poder.

Tal vez, más allá de los poderes locales, el radicalismo se ha dado cuenta de que ya no representa a nadie, por eso en las listas no hay casi nadie. ¿Alguien votaría a Carrió porque Suárez Lastra está sexto? La clase media que fue su sustento ideológico y político ya no es, ni por asomo, la de entonces, las abstracciones (con ropaje de valores) que formaban parte de su discurso, la hipervaloración de la retórica ya han quedado atrás tanto como los sacos cruzados que usaba Balbín. De hecho, su principal aliado reivindica a Frondizi, el radical rebelde.

El radicalismo parece haber resignado toda posibilidad de rebeldía, prefiere morir siendo Sanz que vivir en estado de combate como Frondizi y Alfonsín.

No dan ganas de despedirse, nos dejan a Morales y a Sanz y su canaleta de la droga como cuadros vivientes de lo que ya no tiene razón de ser.