En el cruce de catástrofes la figura del Presidente se consolida, con pronóstico tan reservado como el del avance de la epidemia aquí y en el mundo. El manejo muy acertado de la emergencia sanitaria podría ser un as en la manga de cara a lo que venga después.
Nada de lo que se escriba en este texto neutralizará o pondrá en duda los desafíos macizos, inquietantes, que le aguardan al Presidente, al Gobierno y a todos nosotros. Sea que hablemos en términos epidemiológicos, políticos, sociales o económicos. Nada. Lo que sigue es hipótesis: si salimos de la pandemia más o menos enteros dentro de unos (¿cuántos?) meses, existe la posibilidad de que Alberto Fernández y su gobierno salgan fortalecidos de la crisis potenciada por la intersección del desastre macrista, la pandemia, la deuda externa, la recesión multiplicada en el mundo y aquí.
Si ese fortalecimiento político -que ahora mismo es real, verosímil y solo quizás proyectable- efectivamente ocurre, será más que saludable en términos de gobernabilidad y de posibilidad de una costosísima reconstrucción. Si las cosas salieran aún mejor -asunto impronosticable- en el mundo y aquí, acaso emerja una nueva cultura política -al menos una renovación- que ponga en tela de juicio la otra cultura global neoliberal. Difícil, dado el poder infinito de los mundos financieros versus las naciones-Estado. Difícil pronosticar nada, también, porque no sabemos hasta dónde el poder financiero global saldrá dañado, o cuestionado.
Si el optimismo (o el puro deseo) de estas primeras líneas gana algunos casilleros y se hace realidad en Argentina, será por virtud de las muchas destrezas que están exhibiendo Alberto Fernández y su gabinete. No es solo un asunto de gestión sino un plus algo difícil de definir. Algo que oscila entre los saberes políticos del Presidente, su tono, su pulso, sus modos de decir, su capacidad inclusiva, su muñeca.
Muñeco bravo
Sea por impotencia política, por un nuevo grado de responsabilidad, o porque Alberto, con elegancia, no les dejó otra opción, acaso haya que sumar a los méritos de cómo estamos afrontando la pandemia (“Argentina unida”) a buena parte de la oposición. No se ofusquen, compañeritxs lectorxs. Repetimos el por qué y añadimos factores: puede que la relativa sensatez que hasta hoy muestra la oposición (incluimos la mediática) se deba a impotencia, crisis interna, ausencia de margen, responsabilidad “cívica” (bienvenida, gracias), susto, cálculo. O porque, de nuevo, Alberto los juntó y los encerró con su estilo Persuadeitor y su muñeca.
Lo que juntó: oposición en el Congreso, gabinetes de distintos distritos colaborando, reuniones públicas y publicadas y fotos con opositores -algunos de ellos sensatos y hábiles, como Horacio Rodríguez Larreta, cuyo ministro de Salud hoy luce presentable-, gobernadores. Ni qué decir del comité de veinte epidemiólgos de altísima calidad científica. O las Fuerzas Armadas haciendo lo que el Ejecutivo les ordena. Hay más, pero no sobra el espacio para la nota.
Lo que AF hizo desde el principio (usando la generosa frase alusiva a la suerte que tuvimos de “aprender de lo que pasa en Europa”): alertas tempranas, protocolos, inyección de recursos de emergencia en el sistema de salud (Malbrán incluido), cierre de aulas, prohibiciones de espectáculos masivos, prohibición de vuelos, uso virtuoso de Aerolíneas, reciclar fábricas e instalaciones del Ejército o privadas para la fabricación de barbijos y equipamiento médico, controles, declaración de la cuarentena, con excepciones bien previstas en el contexto de una complejidad infinita (pasear al perro, pagar impuestos y servicios o no, visitar a la abuela enferma o no). Aprendé de gradualismo, Macri.
Estas líneas se escriben en día sábado, el siguiente del primer día de la cuarentena. Los lectores de Socompa podrán irritarse pero este escriba pasa a sostener que la cobertura promedio del periodismo/ los medios no es horrorosa, es relativamente digna (o lo es al menos dados los horrores que uno esperaba). Es obvio que estadísticamente siempre emergen numerosos extravíos: los gritos y nervios al pedo de muchos -incluye a C5N según el caso-, los zócalos generando vértigo, el tamaño monstruoso de las tipografías detrás de los conductores, América y CrónicaTV arremetiendo con el zócalo “Guerra” horas antes del anuncio de la cuarentena general, los manosantas bendecidos, las banalidades, las fake-news.
Ayer, viernes, hubo coberturas que ponían en cuestión el éxito de la cuarentena, a veces con desdén e insultos excesivos hacia la población; a veces cuestionando de manera indirecta la gestión oficial de la cuarentena, con el típico desdén. Siendo que el anuncio del Presidente se hizo ya avanzada la noche, el que escribe entiende que el primer día fue exitoso (y mejor aún el día 2): altísima baja de la circulación, controles de temperatura en las personas en aeropuertos y peajes, operativos de concientización, detenciones, la preparación de hoteles sindicales para el tratamiento de futuros casos no graves, el anuncio anterior de módulos hospitalarios que deberían estar listos -cruzamos los dedos- para fines de abril. Para entonces -cruzamos los dedos cien veces- sabremos si ciertas proyecciones temibles sobre la curva de contagios son ciertas. Es más que verosímil que lo sean.
Resumen de lo anterior: la gestión de la crisis, sobre todo teniendo en cuenta qué Estado recibimos y con qué recursos contamos, es más que acertada. El tono oficial que acompaña, sostiene y contiene socialmente a esa gestión es crucial. Ampliaremos después de este subtítulo.
Alberto Platero, Alberto Persuadeitor
Desde el primer momento en que se puso al frente de la campaña este escriba quedó -sincericidio- cautivado por el tono de Alberto, escrito así en cursivas. Ese tipo de respeto o de (casi) embeleso en el que uno teme quedar atrapado por temor a la decepción o a la hipocresía. El tono de Alberto -ya lo escribimos varias veces- es admirablemente el mismo desde los días de campaña. Sea que truene el Grupo Clarín, intenten hacerlo confrontar con Cristina o el kircherismo duro, aprieten los acreedores, aprieten los mercados, especulen los especuladores. Sea que haya que decir veinte veces “primero los de abajo” y el plan contra el hambre o se venga el fin del mundo, pandemia mediante. Es un tono a la vez sereno, firme y contenedor (casi un padre de nosotros, por horrible que suene la expresión, que remite a culto de la personalidad y al padrecito Stalin). Equilibrado, coloquial, amable, a menudo sonriente, espontáneo, cercano, hábil. No siempre exitoso, claro (remarcaciones, abusos extendidos, privilegios no tocados).
El que escribe no pedirá disculpas por la extensa autocita que viene a continuación. Es que viene a cuento de lo que sucede y nos conmueve y nos asusta en estos días. Lo escrito desde hace tiempo tiene vigencia en tiempos de pelea contra el COVID-19.
El 3 de julio del año pasado, acá en Socompa, cuando comenzaba a emerger y consolidarse la figura del candidato Alberto Fernández, jugué en una nota con el burro del poema Platero y yo, por aquello que tiene Alberto Fernández de blando, peludo y suave. Recorto párrafos y dejo de lado unas cuantas alusiones hechas en otras notas al posible paralelismo -señalado por unos cuantos- entre AF y Raúl Alfonsín:
- “Su designación implica una autocrítica de CFK. La blandura duradel tono y los modos discursivos que emplea son en sí mismos esencia de esa autocrítica implícita. O acaso represente con delay las cosas que AF le criticaría in her face a CFK antes de dejar el cargo de Jefe de Gabinete”.
- “Lo que aquí se postula es que el estilo discursivo, los tonos y hasta el lenguaje gestual del candidato Alberto podrían tomarse como superación de ciertos excesos (inútiles y perniciosos) de la discursividad y gestualidad kirchnerista”.
- “Hay algo de inicial o presuntamente frágil en Alberto que en un primer segundo desconcierta porque parece no alcanzar para ser líder y luego sienta bien o permite un efecto de cercanía: esa voz (aflautada como la de Belgrano, diría Cris) al borde de la afonía, más la recurrencia de una tos que acecha. A uno le dan ganas de acercarle un jarabe o un caramelo de eucaliptus o de miel, pobre Alberto”.
- “Esa voz parece que se le está por ir para siempre en cualquier momento. Uno se lo imagina en una tribuna, ante multitudes, y se dice: no, con esa voz no; no va a aguantar (¡y eso no es de peronista!). Pero no, el tipo maneja sus magros recursos de tenor con la misma paciencia y el mismo convencimiento con el que habla (el modo en que Wado de Pedro banca su tartamudez es un ejemplo cercano). Mucho más aún: el tipo es un muy buen orador por belgraniano que sea el registro vocal. Fluido, inteligente, didáctico, consistente, entrador y -puede que nos engañe o exagere un poquito- amplio, un tipo que se dirige a la diversidad”.
- “En comparación con la experiencia discursiva K o de otros actores K: Alberto es breve, amable pero firme, no se violenta fácil, es poco autorreferencial particularmente en relación con Cris”.
- “Cristina acaso sea más ‘parlamentaria’, incluso en el sentido un tanto majestuoso del viejo Senado romano, tomándose tiempos largos, a veces dramáticos (evitistas cuando habla en la tribuna). Alberto da mejor a la hora de ser televisivo y eso es más que importante: no necesita media hora ni quince ni diez minutos para replicar. Es eficaz siendo breve y si tiene que pararle el carro a un entrevistador lo hace sin que naides se sienta ofendido”.
- Ejemplo: “¿Pero qué pasó con ustedes (los periodistas)? ¿Antes cuando yo criticaba a Cristina era un corajudo y ahora soy un pelele?”.
- (Escrito en los primeros días de gobierno) “Alberto Fernández está logrando lo que necesita: ser un presidente fuerte, con rasgos propios y no prestados. Le sale fácil”.
Estamos siendo amables
Si no alcanzara con la gestión ni con los tonos discursivos con que Alberto Fernández y su gobierno están afrontando la pandemia, valen las comparaciones: los macanazos trágicos cometidos en Italia y España (ambos países venidos de ajustes en el sector público, incluyendo el de la salud; ambos con poblaciones envejecidas), los casos patológico-políticos de Trump y Bolsonaro. Para ambos presidentes cabe lo que se dice sobre la necesidad imperiosa de respetar las cuarentenas: por no cuidar a sus poblaciones, por dejar que se enfermen y mueran sus compatriotas, amenazan no solo a los suyos sino al resto del mundo. Son, para decirlo con delicadeza, unos reverendos hijos de puta, expresión que últimamente se generaliza en la tele aplicada al nabo que viajó por Buquebús, al sorongo que trompeó al vigilador de su edificio y a tantos otros irresponsables, rugbiers en general (eso fue un medio chiste). Mientras Alberto serena y contiene, ya van dos días de aplausos en los mejores barrios porteños que votaron varias veces macrismo dedicados a los trabajadores y profesionales de la salud.
Si salimos bien de esta, ¿habrá aprendizaje social? Mmm… No lo sabemos. Pongamos que un poco, sin garantías de durabilidad en el tiempo. Por supuesto que entre el llamado a la serenidad, los aplausos, el individualismo, la pavada, el miedo, hay otras estaciones intermedias.
Vayamos primero a las amabilidades y pedidos de responsabilidad que se escuchan por todas partes. Sería (presuntamente) natural que se dieran en tiempos de conmoción. Pero no en la Argentina de la grieta, la salida de los odios y las políticas de destrucción del macrismo, la de la violencia simbólica, política y económica de los grandes medios, si quieren la de los excesos discursivos, expulsivos, de la letra K.
Caso testigo, en el portal de La Nación (puede que en el sistema Clarín también), se han visto cosas impensadas, aun cuando no pocos de sus columnistas continúen con sus programaciones habituales. Publicaciones impensadas en La Nación: la reproducción del audio grabado al piloto de Aerolíneas trayendo argentinos repatriados, aplaudido por los pasajeros (bienvenidos, el orgullo por la aerolínea de bandera). Las respuestas y retos de Alberto a nabos extremos, o contestando a los apoyos que le enviaron por las redes personas nada alberto-peronisto-kirchneristas. La publicación de la brillante carta abierta que Miguel Ángel Solá le escribió al tal Pachano. En términos relativamente generales no se publican en los medios gráficos opiniones de sanitaristas o infectólogos marca Sabsay, no hay Sabsays, ni declaraciones incendiarias venidas de “las ciencias” u otros lados. Todo, por ahora, es consenso.
Claro que dijimos más arriba: siempre hay pelotudos, es estadísticamente implacable. Hoy, cuando se empiezan a escribir estas líneas, Reymundo Roberts, a falta de mejores recursos, manda su columna habitualmente idiota -en relación con el regreso de CFK y Florencia Kirchner al país- con el título…, el título… ¡¡Caramba!! Voy a buscarlo de nuevo y parece que el portal de La Nación bajó la columna de Roberts o al menos la escondió. Tengo que dar un par de vueltas para encontrarla. Ningún hallazgo estilístico, el título es “El país aliviado, vuelve Cristina”. Unos cuantos hicieron su fiestita tonta con el asunto. Pero, desde otro enfoque muy distinto, el que escribe piensa -sinceramente- que lo que escribió Cris respecto de su regreso con Florencia, todo bien con ambas, pudo ser menos autoreferencial y más empático con lo que sucede con la pandemia en Argentina, a partir del primer párrafo. Esto se dice pensando en Alberto y pensando, trazando hipótesis, de cómo pudo manejarse el modo discursivo con otro presi que no fuera Alberto Fernández. Fin de los sincericidios.
Retomando. Siempre hay pelotudos y odiadores que están psíquica e intelectualmente imposibilitados de cambiar su libreto. Ejemplo: Pato Bullrich recriminándole a AF por salir de la “senda del encuentro” el día en que el presi, súper prudente, cuestionó la política de salud del gobierno macrista o la parálisis de la construcción de hospitales. Ejemplo dos: Laura Alonso, en un tuit paupérrimo, de niña de colegio privado, seudo ironizando con una frase que más o menos decía qué suerte que estamos en manos de AF.
A ¿la izquierda? tenemos al FIT. No solo con el tuit célebre de La Izquierda Diario que horas antes de la declaración de la cuarentena decía “Esta tarde, Fernández y 24 gobernadores decidirán por toda la población”. Luego, cuestionando la cuarentena en términos de medida medieval, fascista y “patronal”. Se trata de un nivel de infantilismo político y ceguera que en este caso puntual impide que seamos generosos -como otras veces- con el FIT. Eso mismo escribió el compañero socompero Marcos Mayer en FB y otro, Daniel Cecchini, hizo muy bien en resaltar que una de dos: o aceptás las reglas de la democracia burguesa ya que tenés una (pobre) representación parlamentaria, o te corrés al margen y te bancás las consecuencias (no lo dijo exactamente así Daniel pero nos entendemos).
Balance y temores
Conclusión provisoria. Básicamente -este párrafo debería haber sido escrito mucho más arriba- lo que está sucediendo es que ni desde la oposición política ni desde la mediática están registrándose cuestionamientos fuertes ni chicanas sistemáticas a lo que está haciendo el Gobierno, siendo que atravesamos una situación histórica más que difícil. Si hasta hubo la sobreactuación castrense algo patética de Mario Negri elevando a Alberto Fernández al rango de “comandante”. Por supuesto, es factible pensar que guardan las balas para mejor ocasión. Pero tener calmadas a las fieras (¡y hasta unidas!) es un logro extraordinario del Gobierno, más que seguramente de AF en particular.
Cuando resaltamos la idea de unidad ante la pandemia lo hacemos asumiendo los riesgos escolares o patrioteros que esa idea pueda connotar (no olvidamos tampoco la maximización de ganancias del sector que sea en tiempos de crisis, incluyendo vía pandemia). Bancamos el día en que las portadas de los diarios, inspirándose en lo que sucedió en otros países, fueron las mismas, con una consigna bien lograda: “Al virus lo frenamos entre todos. Viralicemos la responsabilidad”. Genera algún asombro la réplica broncuda de los Clint Eastwood de la izquierda o el kirchnerismo que se cree duro. Algunos (pocos), en las redes sociales y los medios cuestionaron la unidad de portadas en nombre de vaya a saber qué paradigma. Parecen entender que la grieta es la vía de la salvación nacional; el dos, tres, muchos Vietnam del Che Guevara; el Libro Rojo de Mao; el motor marxista de la lucha de clases, la Hepatalgina de la Argéntinagrande.
Solo se los puede entender desde el psiquismo, desde la imposibilidad de poner a trabajar la Razón (por más dudas y suspicacias que la Razón genere). ¿Qué quieren, muchaches? ¿Una Argentina peleada, fragmentada, odiante, que termine la pandemia con decenas de miles de muertos y lo que quede del país walking-dead en manos de poderosos bancados en las calles por bandas policiales y paramilitares?
Al optimismo que pueda ser excesivo de esta nota opongo tres asuntos. El primero, el epidemiológico: hay proyecciones feas de lo que pueda suceder en el país, así como ambigüedades importantes que podrían compensar los temores. El segundo: la pandemia nos terminará de romper el quetejedi económico y la salida será… uffff. A la vez, es una eventual oportunidad relativa para renegociar mejor con los acreedores.
Tercer nivel de pesimismo, o más bien un señalamiento crítico de lo que se está haciendo desde los medios y desde el Estado. En la visión y la comunicación general de todo lo que está pasando y “hay que hacer” predomina una concepción muy clase media, muy para familia tradicional mirando la tele y con resto (de guita). Olvida a las barriadas populares, los hogares destrozados o de un solo miembro, viejos y viejas, viudos y viudas, solos y solas, que -por ejemplo- en Capital son bocha. Daniel Arroyo incluye en su mirada, o al menos en el diagnóstico, a las barriadas populares, villas y demás, donde hay pobreza, hacinamiento, desocupación, defensas bajas, callejerismo, riesgo multiplicado.
En una nota de Página/12 se dice que se están trabajando políticas para esas barriadas concebidas como “unidades sociales”, algo cotejable con la “unidad individuo contagiable” o la “unidad familiar guardadita en casa”. Dicen en el gobierno que habrá planes sanitarios, de empleo y de protección en esas “unidades sociales”. ¿Cuán avanzados están esos planes? ¿Con qué recursos cuentan? ¿Hasta dónde alcanzan los movimientos sociales o “las iglesias piolas” o los comedores populares y comunitarios para proteger a esas barriadas? ¿Qué mejor comunicación puede generarse para esos sectores y para los pibes?
Es otra de varias incógnitas desafiantes a la hora de confrontar con el COVID-19 en esas geografías (sociales, territoriales). Ídem para otros territorios, los de millones de monotributistas, las solas y los solos, las otras geografías más pobres del norte argentino.
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