Son tiempos difíciles donde la discusión puede ser un remedio provisorio para el desánimo. Venimos de años en los que la pasión cubría todo el escenario, ahora la vivimos en tono menor mientras el mundo se presenta hostil, a veces demasiado.
A partir de la polémica que abrió Blaustein sobre cómo discutimos en las redes, me quedé con varias preguntas, algunas, reconozco, un tanto obvias. Para la primera mi respuesta es variable, a veces pienso que sí mientras que en otras me inclino por la negativa. ¿Se puede discutir en las redes? ¿Esos intercambios virtuales son realmente una discusión? Cuando pienso que sí, se me aparece el recuerdo de algunos intercambios interesantes, a partir de los cuales uno puede hacerse preguntas sobre la posición de los otros y sobre la propia. Que en definitiva para eso sirve discutir. Nunca –o casi nunca, si nos ponemos relativistas- logramos que alguien cambie de ideas tras una discusión. Pero las nuestras terminan por estar mejor fundamentadas. Básicamente porque dejamos que la palabra del otro entre en nuestro discurso hasta entonces tan solitariamente convencido de sí mismo. Esa discusión exige escuchar (leer en el caso de las redes) y pensar que nuestro interlocutor tiene razones respetables para decir lo que dice. Recuerdo algo que alguna vez le leí a Grüner respecto de un libro: “es discutible, es decir que vale la pena discutirlo”. Vaya esfuerzo, que la palabra del otro valga la pena de ser discutida.
Pero también me acuerdo de altos desbarranques –en los cuales también he caído- que hacen que todo termine por irse al carajo, bloqueamos, prometemos no volver a meterse en ese muro, al menos hasta la próxima vez. El participante en redes es el único animal que tropieza dos veces con el mismo troll.
Llegado a este punto aparece la segunda pregunta, todavía más obvia: ¿Es lo mismo discutir en redes que mano a mano o por teléfono? Ahí la tengo clara, no, no es lo mismo, diga Del Caño lo que quiera. En el mundo 3.0, están las entonaciones, las caras, la posibilidad de zanjar las cosas con sexo o con vino, aunque sea por ese día. Hay una zona de la discusión en las redes que tiene algo de ficticio, como lo es todo en las redes, aunque haya gente que por momentos (me incluyo) cree que esa es la realidad. The real thing, como dicen los yanquis, no la rrrrealidad de Sylvestre.
Pero, en el fondo, de lo que se trata es de ver o intentar ver qué hacemos desde este lado del mundo en el que tiene sentido discutir, donde hay cosas discutibles. Hay otra parte del universo barrial en el que vivimos con el cual no hay intercambio posible. Hay toda una zona de la Argentina que habla otro idioma y con la cual es imposible intentar cambiar ideas. Así que estamos de este lado del mundo. Lo cual nos enfrenta a una serie de cuestiones. Primero saber dónde estamos parados. De últimas también se discute desde un estado de ánimo, además de que hay que tener ánimo para discutir. Por acá, el ánimo no es de las mejores, a partir de los sucesivos triunfos de Cambiemos se nos hizo evidente algo que quizás ya intuíamos, aunque muchas veces nos hiciéramos lxs boludxs. Que hay un universo hostil a nuestro alrededor. Y con eso hay que lidiar y a partir de eso se puede discutir. Porque la hostilidad no es la misma para todos ni todos la enfrentamos de la misma manera. Por de pronto venimos de tiempos apasionados. Yo no estoy tan seguro de que la grieta no exista. Recuerdo la despedida de un compañero de trabajo en que a partir de una discusión todo se fue a la mierda, aunque todos los presentes lo valoráramos mucho. También amistades de años que se perdieron y que me parece que ya no se recuperan, porque más allá de diferentes ideas (todos cambiamos de ideas), lo que estaba en juego era un estado de la sensibilidad y una conexión con la moral que era innegociable. Creo que bastante de eso sobrevive, sobre todo en las redes, donde se apostrofa a un votante desconocido de Cambiemos y se le enrostra, una tras otras, las barbaridades que perpetra Macri y sus secuaces. O si no, se acusa a los troskos de que esté Cambiemos en el poder.
Uno diría, a la hora de arriesgar, que esa pasión que se vivió en positivo, ahora es la negatividad misma. No hay pasión por hacer sino por tumbar, por ahora convicciones e ideas. Tengo la sensación de que muchas de las discusiones que ocurren en las redes tienen sobre todo el gesto de la defenestración, no por autoritarismo sino porque pareciera que no se puede hacer otra cosa. Cristina fue la pasión (aquello de la Cris-pasión), que no siempre es buena consejera. Sobre los usos de la pasión en aquellos tiempos escribí un libro que pasó con mucha pena (para mí) y con gloria cero que se llamó Partidos al medio. Tengo para mí que hay algo de tramposo en la pasión cuando se la convierte en bandera. Hace que uno tenga (creo que ese fue uno de los problemas del kirchnerismo) una visión de uno mismo que siempre tiene que ver con lo trascendente. Entre tantas otras cosas, el gobierno de Cristina fue un estilo, con el que he tenido y sigo teniendo muchas diferencias, tal vez porque he reivindicado en algún momento de mi vida ese estilo de pasión que siempre vive apasionado.
El macrismo se impuso en un primer momento suplantar la pasión (siempre irracional en sus cabezas CEO) por el entusiasmo, hoy ya no da ni para eso.
Pero, retomando, estas preguntas por la discusión en las redes obligan a pensar qué hacer con la pasión, ahora que no hay un escenario real donde desplegarla en todo su esplendor. Las redes proveen un simulacro, lo cual no está ni bien ni mal, pero no deja de ser eso, una puesta en escena mejor o peor elaborada, porque hoy no hay en el horizonte un gran proyecto que nos convoque. Hay causas –muchas, lamentablemente- que nos interpelan pero, al menos por ahora, la unidad pasa por esas causas que vienen de zonas que nos resultan inhóspitas. También este momento nos obliga a acciones testimoniales y por ahora no mucho más. En ese sentido, las redes son un buen lugar, se fija posición, se intercambian informaciones, se trata de pensar. Pero por ahora es testimonio y no acción.
Después de Scioli, la esperanza se volvió una palabra bastante pavota, pero me parece que hay algunos lugares mejores que el hieratismo motonáutico para pensarla. Por un lado, John Berger, quien plantea en su último libro que prefiere la palabra “esperanza” a la de “utopía” donde hay ya un punto de llegada preconfigurado en el que desembarcaremos sí o sí. La esperanza, en la visión del inglés, sería la expresión de que no estamos vencidos ni resignados. De este lado de la realidad, donde hablamos (a veces como podemos) entre nosotros, hay una voluntad de no resignarse, de seguir con aquello de Gramsci del pesimismo de la razón junto al optimismo de la voluntad. Aunque hoy hay más señales a favor de la razón que de la voluntad, pero es probable que haya sido siempre más o menos así. Lo otro que quiero traer a esta conversación es un brindis de una persona a la que realmente quise mucho: “sin temor, ni esperanza”. Tal vez sea el temor lo que nos hace necesitar de la esperanza.
Pero también este estado de cosas nos lleva a preguntarnos (y de alguna manera que no me queda del todo clara) qué catzo hacemos con la pasión que todavía parpadea pero que ya no puede resonar como antes. No da la acústica.
A esta altura, a medida que escribo (la escritura tiene algo de jodida) las dudas son cada vez mayores. No sé qué se hace con la pasión sino ejercitarla. Lo cual, reconozco no es una respuesta. Ni ahí. Recuerdo ahora algo que decían los jesuitas y que David Viñas solía repetir: “Las contradicciones se resuelven en la práctica.” Tal vez Socompa, como tantos otros proyectos que andan dando vueltas por ahí, sea la manera de hacer práctica sin terminar de sacarse las contradicciones de encima. No sucumbir al desánimo, no entregar la esperanza pero sin aspirar a la utopía y sin renunciar al temor. Hoy estoy muy citador, sabrán disculpar. Aquello de Joyce: “ya que no podemos cambiar la realidad cambiemos de conversación”. La discusión puede ser un cambio de conversación que se resigne al menos por un rato a que la realidad no es modificable. Así estamos, no son buenos tiempos para la lírica.
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