Un nutrido grupo de militantes se reunió ayer ante el Congreso para reclamar que Santiago aparezca con vida. Hubo consignas pero también se notó el regreso de un clima de cautela y la toma de recaudos que parecían definitivamente olvidados. (Fotos: Alejandro Amdan)

Fuimos unas tres mil o dos mil quinientas personas en la tarde-noche del lunes que nos reunimos frente al Congreso Nacional para reclamar la aparición con vida de Santiago Maldonado. La convocatoria había sido lanzada por el Encuentro Memoria Verdad y Justicia con la adhesión de cientos de organizaciones de derechos humanos y agrupaciones de izquierda y kirchneristas.

En el abrazo entre amigas, ex compañeros y conocides apareció una y otra vez la misma idea: nadie pensó que volveríamos a marchar para exigir la aparición con vida de un joven secuestrado por las fuerzas de seguridad. No significa esto que no haya habido violaciones a los DDHH desde el 83 a esta parte. Pero la gravedad de este caso queda expuesta en parte del comunicado consensuado que se leyó en la fría noche porteña: “Santiago fue desaparecido durante la represión a un campo recuperado por la comunidad mapuche en la que se dispararon balas de goma y destruyeron todo a su paso. Cuando intentaba escapar de la represión, fue alcanzado por un grupo de gendarmes, que primero lo redujo en el suelo y después lo subió en una camioneta blanca”.

La represión a los mapuches y la desaparición de Santiago  pueden leerse en el cruce de dos tendencias.

La primera es económica. Un informe de Daniel Cecchini publicado en Socompa revelaba, meses atrás, la brutal campaña de expropiación de tierras en Formosa. Esa situación se reproduce prácticamente en todas las provincias: el desmonte y la expansión de la frontera agrícola son el efecto de un modelo extractivista que necesita incorporar todos los meses nuevas hectáreas de sembrado. A veces hay adentro de esos campos pueblos originarios o campesinos que adquirieron su derecho de posesión gracias a la Constitución Nacional. Mala mía, dice la topadora.

La segunda tendencia es política: el gobierno nacional exhibe la mano dura también como carta electoral. Lejos de “piantarle votos”, la desaparición de Maldonado será exhibida, en el peor de los casos,  como “errores o excesos”, al igual que las desapariciones  y torturas durante  la dictadura de Videla y compañía.

La idea del exceso conllevaba, para los medios que defendieron la acción criminal de los militares, la certeza de que, en lo esencial, la política represiva era correcta, porque algo había que hacer con “los terroristas”.

Esta campaña ya empezó nuevamente con el odioso pormenor de que algunos de los periodistas que defendían los derechos humanos en los 80, se prestaron como punta de lanza para demonizar a los resistentes del S XXI.

Para el macrismo, esos excesos serán, en definitiva, un detalle en la aplicación de una política represiva que su electorado exige. La grieta se llena con sangre.

La desconcentración fue muy sencilla. “Ya me estoy por tomar el subte”, le escribí a mi hija para que se quedara tranquila. Un gesto en espejo con lo que le pido que haga cada vez que sale o se toma un taxi. El clima social en este país se puso raro.

Tan raro que, al rato, nos enteramos que hubo disturbios en esa misma zona por la que habíamos desconcentrado sin problemas. Al parecer, unos jóvenes anarquistas intentaron volver a cortar la calle. Todo muy raro.

“Yo sabía/ yo sabía/ que a Santiago/ lo llevó Gendarmería” fue una de las consignas que se cantaron en la jornada. Un coro demasiado repetido en los últimos tiempos y en el que se puede intercambiar el nombre de Santiago por el de Luciano (Arruga) o de Kiki (Lezcano) y que en lugar de dirigirse a  Gendarmería acusaba a la Policía. La canción es la misma.