Para ganarse el voto del otro nada mejor que invocarlo como pelotudo. Las razones de la bronca contra el hipotético macrista medio y otras que dicen que ese robot no existe.
Sí, hermanos. Claro que se entiende. Uno lee cualquier titular y se amarga. Uno tiene la pésima idea de amenizar el domingo leyendo al Perro Verbitsky en El Cohete y queda hecho percha con ese primer párrafo del que en realidad ya sabe, allí donde dice: “Por más que el gobierno y el Fondo Monetario Internacional le agreguen edulcorante, el acuerdo anunciado tiene como finalidad generar recursos para que la Argentina pueda pagar las deudas contraídas con sus acreedores externos y maniatar a los próximos gobiernos para que no puedan apartarse del sendero neoliberal”.
Sobre todo esa segunda mitad: “Maniatar a los próximos gobiernos para que no puedan apartarse del sendero neoliberal”.
Sí, uno pregunta a su farmaceuta amiga, que es kirchnerista de ley: ¿qué dicen los viejos de los medicamentos que ya no tienen cobertura del PAMI o de sus precios? La farmaceuta responde que sufren, más bien en silencio, que ponen cara de qué le vamos a hacer o acaso de herencia recibida. Nos pasa a todos eso, esa espera de la reacción. Ver con el rabillo del ojo los foros en los medios en que –con la impotencia habitual de no saber nunca cuánto pesan los trolls- la grieta estalla, y las puteadas ciegas, fanáticas, infantiles contra los kukas y etc.
Sí, uno es padre y se amarga mucho por el futuro de sus hijos en peligro. Y también: la angustia ante la boleta de servicios. Y cómo no, el no poder creer la sistemática mentira blindada –aunque se viene resquebrajando-, la repetición trágica y al pedo de la historia. El no poder creer en la pertinaz existencia de ese 35% duro de opinadores de encuestas que siguen por ahora más o menos cerca del Gobierno, si bien más pesarosos. Porque nos parece mucho, demasiado, porque el tiempo del desgaste oficial se hace atroz de lento y tortuoso.
Nos pasa a todos.
Lo que uno no comparte, hermanitos, aunque lo entiende porque todos necesitamos contenernos terapéuticamente en las redes, es la puteada universal contra un votante universal macrista que, en rigor de verdad, no existe.
Queremos decir: no existe ese votante universal, cyborg, centenares de miles iguales a sí mismos. Como esas imágenes de la película con el bello morocho Will Smith en la que miles de robots desfilan parejito. Amenazantes.
¿Macristas o anti kirchneristas?
Mil veces hemos dicho, desde los tiempos kirchneristas, que pretender ganarse la simpatía –o establecer mínima empatía- con el antikirchnerismo o los votantes de izquierda acosándolos a puteadas no es una estrategia muy brillante. Respecto del peronismo (¿de centro?) al que también se putea uno sencillamente no saber qué hacer. ¿Tienen que formar parte de la oposición que se convierta en gobierno futuro? Uno tiende a creer que sí, vénganse, hay que ganarle al macrismo, detener la tragedia. Uno se dice eso y después se pregunta qué carajo les pasa que son tan tibios. Y postea: de ganar, ¿van a gobernar sobre las ruinas que deje Macri sin haber denunciado el acuerdo condenatorio con el FMI? ¿No putean siquiera en defensa propia, para el caso de que gobiernen? ¡Hablen, carajo! Lo mismo con lo peor de la CGT: necesidad de información para saber si los dirigentes tibios o traidores no mueven nada porque están siendo extorsionados –como los gobernadores, pero de otro modo- por el manejo de la guita de las obras sociales. Oh sí, La Caja. La vieja “caja” del kirchnerismo, que los macristas manejan con la ferocidad de los horribles banqueros enanos de Harry Potter.
La pregunta es: ¿qué cosa más constructiva podemos hacer que no sea meramente putear al cyborg macrista universal o al apolítico chato y egoistón? Todos los días, desde hace tres años, en las redes: los globoludos, los globertos, los pelotudos. Cuántas veces, todos los días, uno lee posteos cargados de angustia (no de futuro) y de bronca del tipo “No les voy a perdonar nunca lo que hicieron al votar a estos tipos”. Miren que pasamos por dictaduras espantosas, pero nunca vio uno semejante nivel de odio civil en Argentina (acaso lo hubiera visto de haber vivido en los años del primer peronismo). No creo que la juguemos ni de cristiano buenazo ni de hippón si decimos que eso de putear sirve… de nada. Tampoco tenemos recetas alternativas, apenas intuiciones en torno de la necesidad –siempre eterna- de recrear nuestro propio discurso para hacerlo –palabrita K- más inclusivo.
Decimos otra vez: no existe el cyborg macrista universal o sí existe pero en capas muy específicas de la población, en dirección a las clases medias altas y altas a secas. Son unos cuantos pero no son la masa total y heterogénea de votantes macristas. O dicho quizá mejor: la masa de los antikirchneristas cuyo combustible espiritual es el odio, no solo la ideología o los intereses. Las celebérrimas encuestas que hablan de lo mal recibido que fue el acuerdo con el Fondo delatan de manera clarísima que no existe esa masa homogénea macrista. Repetimos además que no pesa tanto la empatía con Macri como la antipatía –el resentimiento seudo ético- hacia el kirchnerismo, todavía vigente. O quizá más contra Cristina y sus funcionarios y el imaginario emblemático, reaccionario, de los choriplaneros y La Cámpora. Eso aún persiste, agobia, y es un quilombo afrontar el desafío de pensar en un frente amplio con peronismo y mucho más que peronismo, un post kirchnerismo que incluya la letra K y sus valores y su orientación política, que no es la de Massa, ni la de Urtubey, ni la de Scioli, ni la de mucho gobernador.
¿Qué tienen en la cabeza?
Volvamos a la puteada contra el globoludo virtual. Esa puteada proviene en el 90% de los casos de sensibles hermanos politizados que interpelan al globoludo como si ese globoludo fuera como uno: lector politizado; interesado en la cosa pública; empático con su prójimo; lector también de Historia y Economía; sensible a la cuestión social; memorioso de la otra historia reciente; defensor de Lula, Milagro, la causa palestina y el #Niunamenos; antiguo coleccionista de las revistas El Porteño y El Periodista y de los libritos horriblemente impresos de Página (esos que nunca se sabe si deben ser tirados a la calle porque ocupan lugar).
Es cierto que hay una cultura antipolítica, egoísta, individualista, exculpatoria. Sucede en todas las sociedades de un mundo que anda más que sombrío. Pero aun así: se interpela al globoludo universal como si nuestras sabias (duras) palabras de politizados sensibles pudieran hacer mella en él. Se pretende despertarlo a los sopapos e insultos para colmo y con la Ética a flor de labios (hay muchos antikirchneristas inteligentes que saben que nos creemos moralmente superiores, acaso lo seamos, eso los vuelve locos). Pero resulta que no, que interpelamos sin ponernos en la cabeza del otro, que son millones de cabezas de un Gran Otro, millones de diversos.
No sabemos qué tienen en la cabeza, cómo son sus vidas, lo que implica que no sabemos cómo interpelarlos. Durán Barba lo supo mejor y la conclusión acaso sea tristísima: ese saber de Durán Barba seguramente indica que el individuo promedio (al que cuando éramos optimistas y épicos integrábamos en la palabra “pueblo”, pero ahora son zombies) no es precisamente un tipo atractivo, copado, generoso y mucho menos heroico. Hay que bancarse eso y no necesariamente putear contra eso. O contentarse con que el saber de Durán Barba desde un cierto tiempo se estroló contra la pared de la rrrealidad, allí donde ya no alcanza con la astucia discursiva y el micro targeting.
Preguntarse por el contenido interior del cráneo del cyborg que votó a Macri es intentar meterse –reiteramos- en las diversísimas biografías individuales de millones. No en el identikit crapuloso –y en muy buena medida mítico- de la señora de Barrio Norte que salió a las calles con la cacerola de teflón (perdón, Ignacio Copani).
Ponerse en la cabeza del que votó a Macri. ¿En la de quién/ quiénes? ¿Docentes medio conserva que no cobraron lo suficiente en la Buenos Aires de Scioli? ¿Señor profesional de buen pasar y con ciertos consumos culturales interesantes? ¿Empleado de empresa trepador? ¿Odontóloga con buena mano? ¿Mujer de mediana edad o mayor que muestra departamentos para una inmobiliaria? ¿Alfredo Casero? ¿Marcos Mundstock? ¿Chica joven que vende ropa o accesorios en una tienda más o menos solitaria y que espera el fin de semana para ir al boliche o conocer un posible novio? ¿Chica de panadería de barrio que ídem? ¿Joven de call-center o empleado bancario o estudiante de la UADE o la San Andrés o la de Belgrano que espera el fin de semana para ir al boliche, hacer la previa, conocer una posible novia? ¿Fierita, drogón de fiesta electrónica con alguna guita, seguidor del trap, que según uno acaba de enterarse es uno de los subgéneros musicales del momento? ¿Pescador de laguna y vieja casa rodante? ¿Físico de partículas o repartidor de volantes? ¿Habitante medio de ciudad media o chica del interior de la provincia de Buenos Aires? ¿Ferretero de Berisso o de Zapala o de Goya? ¿Gendarme jubilado o activo? ¿Taxista, subgerente, aspirante, cajero, supervisor, kiosquero, dueño/a de rotisería, profesora de secundario privado, publicista moderno, empleado de Frávega, guardia cárcel, pequeño productor de ovejas o de arándanos, veterinario, mozo de restaurante, puestero de campo, empleado de obra social sindical, laburante municipal de Quilmes o de San Antonio de los Cobres?
¿Por qué imaginamos a los “macristas” únicamente como seres urbanos de clase media que consumen TN y mucha publicidad y desesperan por comprar dólares o Lebacs, porque aún tienen unos pesos? ¿Por qué los imaginamos como a la pareja del Galicia?
¿Por qué les hablamos con esa especie de solemnidad de orador del Speaker’s Corner, los tipos esos que se suben a una silla en el Hyde Park de Londres para revelar verdades?
¿Una sociedad que se está inclinando –quebrando el empate- por el aborto libre, seguro y gratuito es una sociedad tan homogéneamente reaccionaria? ¿Una sociedad que desconfía a tope del FMI y más bien lo detesta es tan parejamente pelotuda?
Una sociedad que –según un acumulado histórico de encuestas regionales- reclama un rol fuerte de Estado, bastante más que otras latinoamericanas, ¿es cómplice de neoliberalismo?
El viejo, bello y tristísimo adagio de Zitarrosa, que uno cantaba en el exilio, decía:
Dice mi padre que un solo traidor
puede con mil valientes;
él siente que el pueblo en su inmenso dolor
hoy se niega a beber en la fuente
clara del honor.
No sabemos si es así, si es para tanto, ya atravesamos tantas veces cuadros como el actual. Tampoco sabemos si el sol brillará. Bajoneado como cualquier perejil por los tiempos corren el que escribe no cree en absoluto que la nuestra sea una sociedad peor que muchas otras. Miren EE.EU., miren a Trump, a Francia, a Italia, a Brasil, Colombia, Chile, a la España que recién ahora medio que se desprende del PP. Parte de las razones de la esperanza que tenemos es conocida: al Gobierno se le va a hacer políticamente muy complejo –aun con represión- sofrenar las broncas presentes y las que vengan. Más mejor contener a los futuros broncudos, por mamertos que hayan sido, que convocarlos a las puteadas.
La paz sea con nosotros, hermanos.
Amén.