Da la sensación de que las nuevas realidades de este siglo nos están tomando por sorpresa. De un lado y del otro -socialdemócratas y progresistas, por izquierda, conservadores y liberales, por derecha- intentan explicar qué es lo que pasa, cómo y por qué, pero el sentimiento generalizado es que ninguno todavía ha dado en el clavo, o dicho más hegelianamente: no se ha “captado el espíritu de este siglo.”
Se ha escrito muchísimo en estos meses sobre Jair Bolsonaro, Trump, Salvini, el resurgimiento del cristo-fascismo en Centroamérica, la crisis de los partidos tradicionales, el auge de los nacionalismos… Para algunos, todos son más o menos elementos nuevos en viejas fórmulas; para otros, antiguas ideas en modernos formatos. Para la gran mayoría, crisis de la democracia y sus instituciones tal como las conocíamos.
Pero también, y aquí es donde nos paramos, de la teoría y los marcos conceptuales que intentan explicarla, desmenuzarla y, a ser posible, predecirla.
Respuestas emergentes a la crisis
Una lectura más o menos transversal y rigurosa de lo que se escribe hoy en diarios y revistas especializadas permite divisar cinco grandes tendencias políticas sobre la “cosa pública”. Sin ánimo de academizar demasiado, resumimos de la siguiente manera este ranking de interpretaciones:
- Los que esperan que resucite el “antiguo régimen” bipartidista, es decir, aquél mundo político nacido post Guerra Fría donde socialdemocracia y liberales se repartían el pastel de las instituciones proto neo-liberales. Aquí entrarían todos esos duopolios estatales como el SPD y CDU en Alemania, el PSOE y PP en España, el PJ y (lo que queda de) la UCR, etc…
- Aquéllos que apuestan por un localismo identitario para contrarrestar las dos décadas de globalización extrema que llevamos encima, recuperando soberanía, tradiciones, autoestima… Son los casos de la Liga Norte en Italia, el Independentismo catalán, cierto Trumpismo, cierto Bolsonarismo, etc…
- Los que para salir de la crisis democrática aconsejan apretar aún más el acelerador del liberalismo ultra post moderno, Uberizando todas las formas productivas y de vida sin mirar atrás: el PRO, Ciudadanos, Piñera, etc…
- Las vertientes autonomistas, nucleadas alrededor de movimientos sociales alternativos, con mucha presencia de jóvenes y autores de renombre, que bregan por democratizar radicalmente la Política, en mayúsculas, alejándose de las instituciones y el Poder que ya ven completamente enfermas y capitalistas. Situacionistas, deleuzianos, lectores de Federici, Bifo, Angela Davis…
- Y los que se conocen en Europa como los movimientos “del cambio” o “los comunes”, más ligados al eco-feminismo, la tecnología como herramienta democratizadora y el municipalismo. Barcelona en Comú, Ahora Madrid, Syriza, Occupy Wall Street, Movimiento 132…
Como se puede ver, todos los enfoques cuentan con uno o dos expresiones políticas en muchos lugares del hemisferio occidental. Todos, también, tienen sus grises e intermedios: no es lo mismo Bolsonaro que el Independentismo Catalán de ERC, Syriza que Carmena, Félix Guattari y la CUP, la coalición de Merkel y la alianza PRO-UCR… A grandes rasgos, sin embargo, son estas las respuestas mayoritarias a la mencionada crisis de la democracia y sus instituciones.
Algunas ya gobiernan o son hegemónicas en sus respectivos contextos; otras, se fusionan o están en plena transición a volverse protagonistas. En todos los casos, no son ni minoritarias ni residuales, aunque a algunos medios (y ciertas élites intelectuales) muchas veces les disguste tratarlas o informar sobre ellas.
¿Jugamos?
Es difícil encontrar en estas esferas de lo político del acabóse momentos jocosos, pero si nos tomamos una pequeña dosis de libertad creativa, encontraremos sin dificultad que las dinámicas entre todas esas respuestas a la crisis poseen alguna vinculación dialéctica más o menos profunda.
Volviendo a la síntesis no académica, y poniéndonos numéricos (estamos “jugando” con la teoría), vemos en general que:
- 1 (PD italiano) culpa a 2 (5 Stelle) de la crisis por quebrar el pacto social y post-verdadear ilusionando con quimeras que fragmentan a la sociedad, polarizándola;
- 2 (Bolsonaro) culpa a 1 (Lula) por la corrupción y por ser la casta, anquilosados siempre en el poder y beneficiando solamente a los suyos a través de coimas, sobres, cuadernos…;
- 3 (Macron) ve en 1 (Hollande) a la casta y en 2 (Le Pen) al neo-fascismo, y afirma que son poco eficientes y muy peligrosos, respectivamente, en términos económicos y de Mercado;
- 4 (Autonomistas) ve a todos como partícipes o potenciadores de una ideología que ya es integral en todos sus niveles; Y
- 5 (Ahora Madrid) juega a destronar a 1 (PSOE), compitiendo con 2 (VOX) y 3 (Ciudadanos), teniendo una relación ambiguamente amistosa con 4 (Anticapitalistas).
Los números sirven para simplificar, pero sabemos que aquí las cosas siempre tienen sus grises –son contextuales. Por poner un ejemplo: 4 (autonomistas) y 5 (Ada Colau) dialogan más en ciertos países del sur de Europa que en Sudamérica, donde 5 (movimientos municipalistas) es minoritario y, en todo caso, es 2 (Lula) el potencial aliado circunstancial de los movimientos sociales (MST). Y así con otros lares y ejemplos.
Más allá de todas estas diferencias relacionales entre los distintos agentes, las dinámicas per se nos dicen mucho más que las vinculaciones, siempre políticamente coyunturales.
La lengua de las mariposas
Recapitulemos. Tenemos un impasse político, hay crisis de legitimidad. Los partidos tradicionales se difuminan. Surgen movimientos nuevos-viejos. Ninguno (aún) se lleva el premio de la hegemonía del sentido común. La teoría zigzaguea.
Y aquí es donde comienza uno de los problemas de interpretación que tenemos muchos de las y los periodistas y politólogos que intentamos explicar(nos) hacia dónde van los tiros.
Una vez procesadas todas esas descripciones del estado de la cuestión (neo fascismos, populismos, etc…) los analistas empezamos a dar piruetas conceptuales que muchas veces acaban en repeticiones, teorías conspirativas, prescripciones o directamente opiniones infundadas.
Aquellos quienes disfrutamos del análisis de la realidad, nos preguntamos con asidua curiosidad:
¿Qué conexión tienen las victorias de Bolsonaro y Trump? Y el auge de la extrema-derecha: ¿cómo se propaga por el este y norte de Europa? En el este: ¿Cómo arriba Putin a la juventud rusa para ser tan popular entre los millenials? Y en nuestro sur: ¿Cómo convenció a una gran parte del electorado el PRO de Macri? Y en el Mediterráneo: ¿Cómo hicieron los Comunes en Madrid y Barcelona para ganarle al PP-PSOE? Y en la UE ¿Cómo creció el Independentismo catalán y escocés en el último lustro?
Y las respuestas pululan, al igual que el desánimo, el sentido de ubicación, el cansancio.
Educados la gran mayoría en el siglo de los meta-relatos -los grandes discursos que explicaban el mundo-, nos enfrentamos en la actualidad tanto ciudadanos como “intelectuales” a la complejidad de unas tendencias sociales que, a veces sin reconocerlo del todo, son herederas del empiojado postmodernismo.
Y es aquí donde muchos tenemos dificultades para no perder la paciencia.
Usted está aquí
Hay un mundo allí fuera, y quizás es allí donde circula el juego.
En los grupos de Whatsapp, en el Facebook Ads, en los storytelling de Instagram, en las transmisiones por Periscope, en el trolleo de Twitter, en el posicionamiento del buscador de Google… Estas herramientas quizás no son simplemente mecanismos de persuasión modernas, sino verdaderas reformulaciones del sentir político.
La propaganda, tal como la conocíamos, no representa a estos enunciados, porque lo que sucede allí, especialmente entre los jóvenes y cada vez más pensionistas, no es un pasatiempo ni una fuente de información: es un modo de vida. En las casi 6 horas de consumo diario online que tenemos, la amistad, las relaciones amorosas, la concepción de grupo-pertenencia, el sentimiento de identidad, la segunda familia, el erotismo, la exploración, el desarrollo personal, lo laboral, en fin, la ideología, pueden desarrollarse destronando pareceres, afinidades, valores.
Dentro de esas reformaciones de la subjetividad, los teóricos (incluidos algunos de los más renombrados y famosos) solemos movernos mal. Generalizamos, infravaloramos, pero sobre todo, categorizamos con etiquetas que quizás no pillan muy bien el verdadero “espíritu de este siglo”.
No es únicamente una cuestión de deconstruir las postverdades de ciertos discursos periodísticos o partidistas; ni de tener una segunda juventud a través de las redes sociales. Se trata de percatarnos del error de querer calzar algunas cosas a la fuerza, sólo para acabar un artículo o una nota, o simplemente para no quedarnos afuera. Es posible, y sabemos que esto no suele admitirse en público, que aún no se haya desarrollado un verdadero marco conceptual idóneo para encarar estas transformaciones sociales actuales.
Admitámoslo. Ni la liquidez de Bauman, ni la teoría comunicativa de Habermas, ni los análisis de Castells o Chomsky satisfacen hoy nuestras necesidades intelectuales. Quizás un recambio generacional en la élite cultural es una posibilidad, aunque la edad a veces no tiene mucho que ver con estas cosas (la escuela de Frankfurt tenía una edad cuando supo leer en profundidad la cultura occidental de su época).
O quizás, comenzar a escuchar y a mirar en esos espacios donde nunca nos imaginamos que pudiese emerger el nuevo ethos, con todas sus vicisitudes y ambigüedades, ese lugar difícil y a veces cerrado donde muchos de nosotros nos quedamos boqueando como un pez, lanzando delicadas burbujas de aire.