Una dirigencia que no logra salir de la tibieza y que empieza a fracturarse. Decisiones que se postergan y palabras vacías. La CGT da muestras de cansancio y todo hace preanunciar necesarios cambios.
No es un pronóstico ni una adivinanza. Si todavía queda algún dirigente, dentro de la CGT, con cierta dosis de representatividad, no tendrá otro remedio, más tarde o más temprano, que replantearse su pertenencia a ese cuerpo o pelear por conducirlo y darle otro rumbo.
Tras algunas marchas y un paro, el triunvirato conductor sólo ha demostrado ser eficaz a la hora de conducir al movimiento obrero a un callejón sin salida, y ha terminado por dejar a los trabajadores librados a su propia suerte.
No se ha nacionalizado un solo conflicto. Sólo la huelga docente logró penetrar en algunas capas de la sociedad, pero la CGT la vio pasar. Hubo muy pocas acciones solidarias para apoyar la las medidas de los maestros.
La marcha del 22 de agosto fue patética. Convocaron a los trabajadores, a miles, para anunciarles que harían un plenario que discutiría un paro. Si intentaban extorsionar al gobierno, y mostrar capacidad de movilización, lo único que pudieron exhibir fue una debilidad pasmosa.
Difícilmente Mauricio Macri y su ministro de Trabajo, Jorge Triaca, se hayan puesto nerviosos con la marcha. Y no por la cantidad de gente, que fue mucha, sino porque el contenido fue de tibio tirando a frío.
Las escaramuzas que se vieron cerca del palco antes de empezar el acto, si bien fue entre los propios camioneros, prenuncian una pelea que hacia adentro existe. Hay dirigentes sindicales muy presionados por sus bases. Sin embargo, los dirigentes se mueven con la presteza de un elefante, con poca capacidad de reacción y mucha lentitud frente a los hechos provocados por el Poder Ejecutivo, que no deja de avanzar sobre las conquistas obreras.
La tan mentada unidad del movimiento obrero, que vive enarbolando el sindicalismo peronista, no es más que una unión de dirigentes burocratizados, con muchos años en el mismo sillón y con poco contacto con sus representados. Esa distancia entre dirigentes y dirigidos es la principal contradicción que deberá resolver el movimiento obrero.
O construye, desde abajo, una nueva alternativa de dirección o sucumbirá ante la inacción de sus dirigentes y la rapidez del gobierno para avanzar y liquidar derechos. En ese marco, como dijo Juan Domingo Perón, será con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes. Los que quieran salvar su cabeza, entonces, deberán poner las barbas en remojo y encabezar la resistencia al ajuste. Para ello, muy probablemente deberán enfrentarse a ese elefante que les puso la pata encima y no los deja mover.
Hay cosas que, cuando se rompen, pueden ser más útiles que cuando estaban sanas.