Una crónica que recorre las calles y la plaza, escucha conversar a un abuelo con su nieta y reflexiona con tres jubiladas que quisieron marchar mientras desde arriba del palco no baja ninguna decisión urgente para defender sus intereses.

Mirá, te voy a explicar, cuando yo era chico mi abuelo me contaba que un 22 de agosto una mujer que él quería y respetaba muchísimo había renunciado a ser vicepresidenta de este país, pese a que se lo pedía una plaza más grande que ésta todavía. En casa el único peronista que hacía memoria era ese abuelo. Hoy venimos a pedir que nos devuelvan lo mismo que teníamos con  Evita y Perón y nos robaron: el trabajo”, dijo el hombre. El pibe lo miró sorprendido y preguntó: “¿Y entonces ahora lo van a devolver?”. Diálogo entre un abuelo y un pibe de unos diez años, sentados en las sillas de la vereda de un bar sobre Avenida de Mayo compartiendo un helado y mirando la desconcentración tranquila de las columnas.

Entre aquel pibe recibiendo su primera lección de peronismo en los 60 y este nieto que redoblaba la apuesta con una pregunta que no tiene respuesta – y si la tiene, duele mucho – pasaron una enorme cantidad de 22 de agostos que hacen de esta fecha una jornada especial. Pasó Trelew – probablemente este hombre adulto fuera uno de los jóvenes o adolescentes que acompañaron el velatorio fallido de los fusilados – ,y al abuelo y al nieto este 22 de agosto los encuentra juntos en una plaza más triste que otras, quizás más desanimada porque la mayoría de los que estuvieron allí – por derecha o por izquierda – perdieron el domingo 13 y encima se vuelve a reclamar aparición con vida, la de Santiago Maldonado. El locutor repitió el reclamo varias veces antes del discurso central.

¿Por qué fueron juntos? ¿Qué hace que un hombre de 60 largos lleve a su nieto a la plaza, a la marcha, al revoleo de banderas al viento, al duelo de bombos, a las sombrillas bailanteras de las pibas de UPCN, a los morochos haciendo música del reclamo? Será que la historia se aprende, se mama in situ, con el olor al choripán, las escaramuzas que espantan a las buenas conciencias y las agigantan para que te quedes quietito y te diferencies de “la plebe” que toma tetra y come a destajo hamburguesas inmensas y olorosas a cebollas, huevos y ajíes? Será que la historia es algo más que hablar en difícil con números, cifras y citas históricas autóctonas y universales para explicar desde el cómodo lugar de las 2.0 porqué el pueblo, la “gente” sigue saliendo a la calle?

Para mí, debe ser por eso que el viejo llevó al pibe de la mano por Avenida de Mayo, le enseñó las siglas, le explicó los cantitos, y juntos, al final del discurso de Schmid, cantaron la marcha, el pibe subido en esa silla de mimbre de la emblemática London, abierta pese al tumulto de gente y las recomendaciones – nuevamente!- de cerrar porque vienen los camioneros. “Qué vamos a cerrar si se llenan las mesas, es mucha la gente que no viene encolumnada y entra a picar algo mientras espera el cierre”, dice la moza morocha, que con sonrisa amplia rechaza los pedidos de pasar al baño de los compañeros. Abiertos pero no tanto che.

Mientras el abuelo iniciaba al nieto en estos ritos tan argentinos y tan universales, otros ritos no menos frecuentes y condenables tenían lugar cerca del palco. Batalla entre barras. La escena ideal para el oficialismo. El locutor pidió calma, otros sindicatos intervinieron y la cosa no paso a mayores. El 90% de los asistentes no se enteró. Pero fue casi la única imagen transmitida por los medios, así que la plaza de los millones de compatriotas que la vieron por tv fue violenta, tensa, con botellas volando y con enmascarados. Y la decisión de adelantar el acto para evitar más confrontaciones se transformó en “el intento de desmovilizar los sectores que iban a llegar a las 17” según algunos cronistas. En definitiva, parece que a las 17 llegaban los “cucos”. ¿Quiénes?

Cierto. Muchas columnas de las provincias que no alcanzaron a llegar. O quizás estas señoras: “Che, cambiaron el horario o la televisión dijo cualquiera? ¡No llegamos, no llegamos, ya se están yendo!”, se dice en un grupo de mujeres saliendo del subte y tratando de llegar a la plaza para escuchar los discursos. Sin ninguna columna de referencia, eran muchas las personas que llegaban por Diagonal Norte sueltas, con la necesidad de estar. La cronista les pregunta si pertenecían a algún sindicato y le responden molestas: “No, ya somos jubiladas y antes monotributistas. Una miseria. Pero queremos estar con los muchachos, si nada va a cambiar, al menos estamos juntos”. Elena, Concepción, Betty y Clarita atravesaron la marea de camioneros y escucharon el discurso de Schmid que salía por los parlantes anunciando en ese momento el Confederal y el posible paro, luego de enunciar los puntos de la demanda al gobierno. Era cierto, llegaron para el final. Lo que seguía en la tele era una jodita para Tinelli. O un enorme favor para Macri.

La plaza no fue precisamente alegre. No había porqué. El clima post PASO se palpaba en los rostros adustos de  “los sueltos” y la falta de cantitos picantes de la muchachada. Alguno ensayaba la idea de que exhibir los “mostros” era favorable para Macri. La polarización para vender octubre como un ballotage irremediable. Y que la presencia de referentes del kirchnerismo parecía un refuerzo duranbarbista a la imagen televisiva para asustar y polarizar.

Esta cronista – que camino sola de punta a punta la marcha sin necesidad de casco o escudos – prefiere quedarse con la impresión de Elena, Betty y Clarita: “si nada va a cambiar, al menos estamos juntos”. El abuelo y el pibe se pierden en el subte. Otro 22 de agosto acaba de terminar. La batalla en la tele sigue en continuado.