El haber logrado sancionar una reforma cuestionada por una gran parte del país le hizo sentir a la Alianza Cambiemos que es la dueña de la democracia y de la verdad. No pesaron las movilizaciones, las protestas y los cacerolazos. Lo que importa es el poder.

La victoria parlamentaria que significó la sanción de la reforma previsional fue una oportunidad bien aprovechada por el macrismo. Una costumbre, el éxito da derechos y sostiene sus razones. Y, sobre todo, crea espacio para el propio discurso al mismo tiempo que se los retacea a los demás. El presidente, aliado con preguntas que parecían guionadas (una pregunta fue sobre si sabían qué dirigente de la oposición estaba detrás de los incidentes), dio la sensación de que el escenario era todo suyo y que no estaba dispuesto a compartirlo en términos políticos.

Macri habla, Crónica editorializa con la timba.

Pese a las permanentes apelaciones al diálogo, la conferencia de prensa presidencial fue una oda al monólogo, lleno, eso sí, de los típicos mantras de Cambiemos: reducir la pobreza, bajar la inflación, entusiasmo, verdad. Si no hay necesidad de dialogar, entonces se dice lo de siempre que es tan vacío como nunca. Lo que se exhibe es esa voluntad inexorable de seguir adelante, que es tan férrea que permite convertir a los “errores” en pequeñeces sobre las cuales no vale la pena detenerse.

Y esta reforma –viejo truco neoliberal– se presenta como  inevitable, como el único camino posible. No hay otra.  Este planteo tiene sus ventajas, descalifica toda crítica por equivocada por definición, cuando no mal intencionada. Por el otro, convierte al diálogo en un gesto inútil, ¿para qué hablar si la verdad ya está fijada de antemano?

La conferencia de prensa fue una muestra de ese autoritarismo con buenos modales y un tanto canchero (desde el tono, las apelaciones personales, el llamar a los periodistas por su nombre, la falta de corbata) que ha sido la marca de Cambiemos que, sin embargo, deja espacios a expresiones más barrabravas como las de Carrió, diciendo que se había frenado un golpe o su par Fernando Iglesias que habló de la oposición como “el club del helicóptero trosko-kirchnerista-reciclador”.

Macri es menos intenso,  pero no por eso menos duro. Va más al hueso del asunto y los despliegues retóricos no lo entusiasman. Por eso es claro respecto de los jueces: avala a los que, como Bonadio y Torres, coinciden con sus ideas y cuestiona a la jueza de la ciudad que no estuvo de acuerdo con su voluntad. El accionar de las fuerzas de seguridad es impecable, y solo habla de los policías heridos, sin que se le ocurra siquiera referirse a los civiles afectados por balas de goma y gases. El mundo es tan simple, ¿para qué complicarlo?

Claque para el balbuceo presidencial.

La autoridad se ejerce y sus destinatarios deben recibir esto como una bendición, la del orden. Hay algo casi de discurso de entrecasa en esto. Por un lado, el presidente habla de lo que hace por nosotros, del permanente desvelo por que estemos bien. Por el otro, dice que el mundo lo autoriza (la autoridad mayor) porque está por el buen camino. Como el Papa que habla por boca de dios.

Macri tiene claro de que no concita pasiones, de que no será amado. No le importa, basta con que le tengan miedo, que lo obedezcan.

Para eso alcanza con palabras firmes y carros hidrantes.

Por eso casi que es un ejercicio ocioso demostrar las falacias lógicas de esa conferencia de prensa, que fueron casi todas. No es eso lo que importa. Ya la licitación de la razón y el poder ha sido adjudicada a los poderosos de siempre.

Entre tantos desastres que trae esta reforma –y el principal es, por supuesto,  la indefensión en que deja a los jubilados- es la oportunidad perdida de resquebrajar ese blindaje autoritario  que no sólo se ejerce sino que disfruta de exhibirse y justificarse.