A lo largo de la historia argentina, las identidades políticas y culturales se han definido en relación a una edad de oro –mítica o real- perdidas que funcionaban como base para imaginar un futuro. La ideología del grupo dominante piensa al pasado como una pesadilla para postularse como la única alternativa de futuro.
Desde el macrismo dicen que el pasado no vuelve. Claro que no. También dicen “no vuelven más” y eso ya tiene otro sentido. La irreversibilidad del tiempo puede no aplicarse a las personas, pero eso sí, aunque vuelven, lo hacen con el tiempo transcurrido sobre sus espaldas. ¿Quién lo dice? los que más lo dicen son los comunicadores de la agrupación política que hoy nos gobierna. ¿En qué contexto? lo dicen mientras se identifican fuertemente con algunos elementos de la cultura y la economía del presente que se están convirtiendo en cotidianos, tratando de construir un imaginario en el cual la sociedad se está actualizando rápidamente y sólo el macrismo y su personal dispone de un sistema operativo compatible con esa modernización “in progress”. Arrojan una duda sobre una presunta asincronía ¿Cómo van a convivir Mercado libre, el bitcoin, Uber y Rappi, con gente que aún cree en la eficacia de los sindicatos, el taxista con “central telefónica” fija y embolante cola en el supermercado?
Posicionándose en un presente adverso y difícil, pero “único posible” y en un futuro que será fruto de este esfuerzo, le propone al resto hacer un duelo de tiempos mejores. Pero, además, nos reprocha haber disfrutado el pasado y en algunos caso hasta nos responsabiliza por que es allí, en ese disfrute, donde se construyó el desastre que hoy vivimos.
Complementariamente trataron de construir(se) una imagen de gente sin pasado, sin evocaciones. En su imaginario, los 70 años de peronismo funcionan como “todo el pasado” en el que ellos nunca aparecen. La alianza con Pichetto o la presencia de Bullrich no parece alterar la percepción que muchos de sus seguidores tienen de ellos como recién llegados a la política. El rol de comparsa que tomó el radicalismo tampoco cambia la ecuación.
Como quien edita el devenir, proponen/imponen hacer un duelo. No el de una persona, sino el de una era. Dicen que los cambios que se iniciaron no tienen vuelta atrás y que las instituciones del pasado han quedado “evolutivamente” atrás.
Pero ¿cómo se hace duelo de una época?
De eso vamos a hablar ahora. De algunos duelos socialmente construidos en la Argentina.
En la historia de la cultura y la política argentinas ha habido varias expresiones que se han construido sobre la elaboración del duelo respecto de lo que consideraban sus “épocas doradas”, con la evocación de un tiempo ido, perfecto e irrepetible, que no volverá jamás.
Ya el Martín Fierro en 1870 añoraba tiempos en los que el gauchaje vivía mucho mejor, en que vivía libre en la pampa, antes de la leva que lo llevó a la frontera. Al volver de allí, ya nada quedaba de lo que era y sólo puede apelar al lamento por aquella etapa gloriosa en que tenía su rancho, su china, sus hijos y la paisanada tomaba el trabajo como una fiesta.
Con la llegada de los inmigrantes y las primeras décadas del siglo XX, nacen dos nuevas letanías evocativas de cosa que no volverán; la de los inmigrantes evocan su tierra natal y los criollos las épocas anteriores a la llegada de la gringada o aquellas épocas en que la ciudad era un ámbito más tranquilo y amable para vivir. Ambas están muy presentes en la prolífica letrística tanguera. Desde la década de 1920 se encuentran tangos que miran con melancolía “los tiempos idos” como mejores que ese presente, actitud que se exacerba a medida que avanzan los años del siglo.
Para seguir con las tradiciones culturales con alta impronta musical o literaria, el folklore argentino también tuvo una vertiente evocativa muy intensa representando el lamento del migrante que recuerda con pasión melancólica la tierra natal, un tópico que aún hoy está presente en el género.
El peronismo (que podríamos ubicar como la siguiente gran tradición cultural popular argentina) va a generar un nuevo modo de relacionarse con su era más gloriosa. Los duelos que el peronismo construyó son los de sus personas, no los de sus eras. Primero Evita y luego el líder. Durante el periodo del exilio de Perón, la perspectiva de su regreso congelaba el duelo respecto de los buenos años, porque parecía posible revivir aquello cuando Perón regresara. Tras su muerte -en un duelo mejor saldado en lo personal que en lo político por el movimiento- sobrevendría la tragedia que se llevó puesto al gobierno peronista, al peronismo y al país todo. El duelo de la sociedad estallaría en muchos pedazos fragmentados y socialmente no estuvo asociado a un regreso a ninguna etapa específica, sino a “la democracia”, una democracia sin referencias específicas en el calendario.
El rock, otra de las grandes vetas culturales del siglo XX nacional, no se caracterizaría por una mirada retrospectiva y su asunto fundamental está en el presente. A lo sumo, alguna mirada hacia adelante, no exenta de lecturas de la ciencia ficción que le invitan a presagiar un futuro apocalíptico o aberrante.
Sin dudas, en el hiato de 1983 se instaura un nuevo tiempo en la vida de la política argentina y en su forma de pensarse respecto del pasado. Se construyó una mirada aterrada sobre el reciente pasado y la certeza en muchos sectores de la sociedad de su “no regreso”. Semana santa 87 y la represión a la revuelta de Seineldín en 91 terminaron de consolidar esa percepción y sólo quedaba hacer duelo por las vidas perdidas y eso quedaba en las manos de los organismos de derechos humanos.
El menemismo como identidad política o como impronta cultural era todo presente y futuro, “se quedaron en el 45” era el latiguillo con el que fustigaban a los peronistas “ortodoxos”. El satélite a Japón y las privatizaciones en épocas del fin de la historia eran los modos de decir que sólo cabía mirar hacia adelante y que si el peronismo -asociado con los valores tradicionales constitutivos de la sociedad argentina- había podido darse ese formato hipermegamodernizado, esa operación estaba al alcance de cualquiera.
El kirchnerismo, con una estrategia comunicacional plana, sin mayores artificios, va a venir a representar, sin proponérselo, una imagen de “restauración” de algunos pasados que luego le funcionará como lastre comunicacional y político. Para empezar, se inscribió en un linaje: desde investirse como hijos de las Madres de la Plaza, el gran fasto de los festejos del bicentenario, los próceres en los billetes, los feriados “de soberanía” (Malvinas, Vuelta de obligado) el peronismo de era clásica y el regreso de ciertos derechos que vendrían a ser “devueltos” (o “restituidos” si lo pensamos al modo jacobino de mayo). Por otro lado, un gran cauce de militancia juvenil en su identificación con el kirchnerismo pudo reconciliarse con (o directamente enamorarse de) un peronismo al que habían conocido solamente con patillas y traje Armani. De alguna manera, la forma en que el kirchnerismo hablaba de sus proyectos de avanzada, contenía algo de “reparación”, algo de homenaje a un pasado de los grandes éxitos argentinos (aunque estemos hablando de desarrollar proyectos como ARSAT o entregar notebooks a los alumnos, o la TDA), así facilitó al macrismo el intento de minimizar algunos de los picos más altos de ese “futurismo” de distintas maneras: negándolas, asociándolas con el clientelismo, cuestionando detalles menores.
Entonces, para ir buscar indecisos, el macrismo ha elaborado un discurso que consiste en dos operaciones fundamentales sobre el pasado reciente: la primera ha sido negar el “boom de consumo”, diciendo que en realidad no ocurrió, que fue una fantasía. No aluden acá a la clase media, sino a aquellos pobres que venían del infraconsumo; una rémora clasista y racista que, al no poder asumir que los pobres pueden consumir más, elige negar esa posibilidad.
La otra línea argumental nos habla de una fiesta con el consiguiente “las fiestas se pagan” que busca responsabilizar a los consumidores por aquellos buenos años; estamos endeudados por culpa de los que consumieron de más.
Apurando ese duelo, el macrismo no pretende aliviar esas culpas, por el contrario, se ofrece como una posibilidad de redención, ella se activará impidiendo el regreso de Cristina, del kirchnerismo o de aquellas políticas.
En este sentido, ¿el “vamos a volver” no es caer en la trampa?
Las identidades construidas sobre la mera evocación pueden concitar adhesiones, pero exige la tarea permanente de actualizar los logros de los años de oro para mantener sujetas esas adhesiones y sumar nuevas, cuando la biología hace su trabajo de arrimar nuevas generaciones, con nuevos códigos y prácticas y sin la experiencia vivencial.
En estos tiempos en que la política -sobre todo la electoral- se apoya en la solidez de los relatos antes que en el repaso de un linaje o de una trayectoria, es interesante analizar los modos en que las fuerzas políticas operan sobre el pasado propio y ajeno.
¿Será que las nuevas identidades se basarán en apelaciones “todo futuro”? ¿habrá que pensar la comunicación política prescindiendo del pasado que vaya más allá de cuatro años? Aunque cuesta creer que este modo pueda ser adoptado por todas las fuerzas políticas, asistimos a una escena en que las lógicas comunicacionales parecen imponerse sobre los modos de armar entramado político heredados del siglo XX.
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