Es el periodista que más y mejor ha investigado la trama entre el accionar de la policía, la política y el mundo del espionaje. En esta entrevista habla de las veleidades de milico de Sergio Berni, de las debilidades de Vidal ante la Bonaerense y del caso de la desaparición de Facundo Astudillo Castro.

El gatillo fácil es el único crimen que cometen los uniformados sin fines de lucro, -dice Ricardo Ragendorfer como para enmarcar el caso Facundo Astudillo Castro. Hay diversos tipos de móviles que incluyen darle una lección a un pibe que se niega a robar para ellos como el caso de Luciano Arruga, y a veces intenciones de hacer limpieza social, como el caso del escuadrón de la muerte de Don Torcuato. En cualquier caso, del universo de crímenes que cometen las fuerzas de seguridad, centrarse en los casos de gatillo fácil es ponerle un sesgo muy grande, es enfocar al menor de los delitos.

Pese a que reniega del rótulo “policiales” para el periodismo que ejerce, “Patán” Ragendorfer es el más emblemático de los periodistas de investigación de crímenes de la Argentina.  Aunque en estos tiempos sus investigaciones (que se publican básicamente en Tiempo Argentino y Contraeditorial) están mas centradas en el escándalo de las escuchas macristas, su enorme conocimiento de las internas de la maquinaria policial lo convierten en un hombre de consulta ante la desaparición de Facundo.

-Vos solés decir que cada nuevo gobierno provincial tiene que negociar con la Bonaerense. ¡vos creés que el caso de Facundo fue un gesto de la fuerza para marcar la cancha de esa discusión con Kicilloff?

-Es cierto que cada gobierno tiene que negociar y que son fuerzas que se autofinancian y autogobiernan, que hacen lo quieren y pueden favorecer a determinadas autoridades civiles o hacerlas mierda, porque no tienen problemas ideológicos, lo que tienen son negocios. Esa es su ideología. Y tienen la univoca capacidad de aumentar o disminuir la sensación de inseguridad a través de recursos que van desde bromas iniciáticas a desastres. No en vano, la ex gobernadora María Eugenia Vidal se fue a vivir a una base militar. La mina había empezado con ellos con el pie izquierdo porque, como no tenía planes hacia la bonaerense, dejó intacta la estructura que había dejado Scioli.  Eso contrarió a determinado sector del comisariato que tenía grandes expectativas con el cambio de gobierno y al ver que Hugo Matzkin se quedaba se enojaron. Y eso derivó en una guerra que salpicó a las autoridades civiles. Por ejemplo, con el asalto violento en la casa del intendente de La Plata, Julio Garro, el asalto violento a la casa del Jefe de Gabinete Federico Salvay o el secuestro express del fiscal general adjunto de Lomas de Zamora, Sebastián Scalera,

-¿Eso lo lees como parte de una interna de la Bonaerense? Porque Vidal negoció todo, no se les paró de manos.

-Vidal negoció todo después de estos episodios y así logró que se quedaran quietos. Pero eso también es un gran problema porque son una organización criminal. Son una mafia, pero a diferencia de países en los que hay una gran tradición mafiosa y donde las mafias son autárquicas, ésta es la policía. No digo que en Italia o México no haya policías corruptos, pero un policía corrupto es alguien a quien compró la mafia. Acá la mafia es la policía. Acá la policía compra delincuentes, es al revés. En ese sentido, las reformas son siempre por un lado espasmódicas y casi siempre impulsadas por urgencias urgentísimas, por lo que las reformas siempre se reducen a echar un par de decenas de comisarios. Salvo la que hizo León Arslanian: el tipo se aviva de que el corazón de esa corporación ilegal es la recaudación que recaudan de abajo hacia arriba. De las comisarias hacia la cúpula. Descuarticemos esa estructura piramidal, dijo, convirtámoslos en departamentales autónomas, volemos al jefe y ya está. Fue quizás el intento más serio y más honesto de remediar este flagelo. Pero el tipo no calculó que la Bonaerense es como el agua: toma la forma del envase que la contiene. Y lo que hasta Arslanian era una empresa perfectamente aceitada deviene en una cantidad de hordas autónomas que se disputaban entre si el gerenciamiento del delito en la provincia.

-Es lo que dicen que pasó en Colombia con el descabezamiento de los jefes narcos;, se formaron muchos kioscos que disputaban entre si

-Es el mismo proceso, lo que pasa que en ese caso que decís vos, aparece simultáneamente el crecimiento astronómico y geométrico de los carteles mexicanos. Lo que determinó la caída de los carteles de Cali y de Medellín no era la producción sino la distribución de la cocaína. Producir, se producía igual, pero no había quien la distribuyera. Y ahí aparecen los mexicanos, que no producen sino que llevan.

-Volvamos al tema Facundo. Todo indica que es un nuevo caso de gatillo fácil aunque no todos los casos de gatillo fácil tienen la misma intencionalidad.

-Todo indica que hay mano de la policía, es cierto. Y hay que ver si la investigación determina por qué lo hicieron. En la época de Carlos Ruckauf gobernador hubo un informe sobre la muerte de sesenta menores en manos de la policía que hizo renunciar al jefe policial Ramón Orestes Verón, cuyo legajo chorrea sangre, y puso en evidencia la existencia de grupitos parapoliciales que, excusados en presuntas agencias barriales de seguridad, mataban pibes además de mandarlos a robar a vecinos que no abonaban sus servicios. Pero ese no es el único móvil: hay casos como el de Luciano Arruga y hay también desbordes producidos por la impunidad de tener la capacidad no escrita de perpetrar ejecuciones extrajudiciales. Hasta mediados de la década del sesenta casi no había casos de gatillo fácil, eran muy pocos. Es una cosa que surge de la dictadura militar y se prolonga en la democracia. Desde 1983 hasta 2015 había un promedio de 120 casos por año, un promedio amesetado. Desde diciembre de 2015 hasta diciembre de 2019, es decir, durante la época del macrismo, sube de 120 a 370. Se triplica. Claro está, en un contexto de un gobierno que alentaba esas prácticas, matabas un pibe y te recibía el Presidente.

-Es decir, si se los alienta desde el gobierno, se agravan.

-Y al revés: con no alentarlos, es un montón lo que se gana aunque no deja de haber casos. Está en estos meses el caso de Facundo, hubo otro caso muy sonado en Tucumán, el caso de Luis Espinoza… no tengo datos de los hechos ocurridos en los últimos seis meses pero son muchísimos, Por ahora no se ha hecho gran cosa porque no se sabe qué hacer. Pero está claro que la impunidad que tienen los uniformados para delinquir no se agota en el gatillo fácil. Y que es en esa otra enorme actividad delictiva donde el poder político debería meter mano. 

-Algo para lo cual hoy no parece que haya correlación de fuerzas.

-Exactamente. Y más cuando, todavía, el asesinato de pibes por parte de la policía (ya sea por caso de gatillo fácil o por imposición de tormentos en comisaria) es un reflejo psico-cultural de los canas.

-Hubo varios casos de abusos policiales en la represión de quienes violaban la cuarentena (hubo videos de saltos de rana y verdugueos)  y esos agentes fueron sancionados y, aparentemente, esos casos dejaron de aparecer. Sin duda hubo otros, pero esas demostraciones de fuerza que asomaban parecería que se cortaron.

-Es así, estamos afortunadamente bajo en poder ejecutivo nacional y provincial que no alientan ese tipo de cosas. Eso ya es bastante. En ese sentido, Sergio Berni es un tipo pintoresco y hasta ridículo, pero no es un asesino. Es un tipo rarisimo. El texto del comunicado en que dice que tiene el coronavirus es desopilante. “¡No nos doblegará el enemigo!” (risas) Es un demente total ¡Se disfraza! Pero bueno, lo que pretendo de un ministro de Seguridad no es que controle la seguridad ni termine con la corrupción policial, sino que no sea un asesino, Con eso basta. Que no aliente las ejecuciones extrajudiciales. Lo que pasa es que el tipo tiene un problema: es milico. Bah, ni siquiera es miico, es lo que en la jerga llaman “amantes de la gabardina”, gente que, no siendo milico, se creen milicos, porque es un médico asimilado al ejército. Pero tiene un problema que no se da cuenta y parece que Axel tampoco: la cana odia a los milicos. Desde la época de la dictadura, la bonaerense no la pasó bien porque no les habilitaban los botines de guerra, los televisores que les choreaban a los desaparecidos. A Berni los canas lo ven con cierta sorna. Hasta que se enojen.  El tipo da discursos cuarteleros pensando que a ellos les gusta y a ellos eso no les gusta. Porque el tema de los comisarios, otra vez, es menos ideológico que financiero.

SIDE, AFI, Stiuso y Majdalani

En los último tiempos, Ragendorfer escribe mucho sobre el uso criminal que hizo el macrismo de la estructura de la Agencia federal de Investigaciones (AFI). No es la primera vez que el mundo de los espías asoma en su agenda: Cuando escribió el libro Los Doblados, abordó la temática de la inteligencia militar en la década del setenta, con el tristemente célebre batallón  601. Y su libro más vendido, La Bonaerense, también denotaba un fluido manejo de la interna de la fuerza.

-¿Sobreviven tus fuentes de la SIDE en la AFI? El trabajo de Los Doblados te sigue garpando en las investigaciones que estás haciendo ahora?

-Algunas fuentes me sirvieron pero la verdad es que pasaron muchos años. Yo tenía en la época de La Bonaerense fuentes para averiguar cualquier tipo de cosas. Pero cuando escribí ese libro, los comisarios que están ahora estaban entrando en la Vucetich. Y el quilombo de la AFI, también, son nuevas generaciones.

Hablemos del quilombo de la AFI: el hecho de que toda la información resida en los celulares parece un festín para el periodismo.

-Es un festín para el periodismo. Y para la literatura. Son personajes muy pintorescos, todos. Fijate que las fuentes a las que accedí como las bases informativas que trazaron alimentaron el expediente provienen de los mismos actores, en el sentido de que todo arranca cuando un narco que habían conchabado para ponerle una bomba a un funcionario del Ministerio de Seguridad, Jose Vila, es detenido por sus actividades delictivas y prende el ventilador. A partir de ese momento comienza a caer sobre esta historia un aluvión informacional que proviene de los teléfonos de los implicados, de acusaciones entre ellos; es un caso muy loco, en sus declaraciones indagatorias y en la declaración ante la Comisión Bicameral se tiran también misiles entre ellos. Se trata de un servicio secreto, cuando una gavilla de mecheras tiene códigos corporativos más sílidos y medidas de  seguridad internas mucho más serias. Pero lo más interesante es que esto apunta directamente hacia Macri. No sé lo que puede llegar a pasar porque la justicia acá es de cuarta, pero las pruebas son absolutas y lapidarias y demuestran, en pocas palabras, que hubo una organización criminal enquistada en el Estado cuyo pináculo era el Presidente.

-Hablábamos recién de los sobrevivientes de la SIDE en la AFI: ¿Creés que sirvió ese reemplazo? ¿Era eso lo que habia que hacer?

-Los organismos de inteligencia, además de ser -como se dice- la cloaca de la democracia, son para todos los gobiernos un cuchillo de doble filo. Y para el kirchnerismo lo fueron también. Lo de Nisman fue, pienso yo, el comienzo de la Lawfare en Argentina. Habia previamente ciertas cosas que eran raras, como el asesinato del “Lauchon” Viale, que era amigo de Stiuso, acribillado durante un operativo antidroga de la Bonaerense. Por otra parte, en ese momento la SIDE no le avisó al Poder Ejecutivo de entonces del proyecto rupturista de Massa. Esos fueron un poco los detonantes de la ruptura de Stiuso, que era la SIDE, con el kirchnerismo, Cristina se da cuenta de que la SIDE es ingobernable y decide intervenir cuando ya era demasiado tarde. Ahí es que asumen Oscar Parrilli y Juan Martín Mena, un abogado muy piola, pero con dos contras:  fue una medida de emergencia, en los últimos meses de la gestión y con toda la corporación de la casa en contra boicoteándolos. No sirvió para nada. Sirvió para alertar públicamente acerca del verdadero rol que tenía en ese momento la SIDE en el avance de la Lawfare. Pero no logró de ningún modo reformar nada, no hubo tiempo y tuvieron todo en contra.

¡Vaya, soy periodista!

-Yo te empecé a leer a mediados de los 80 en la revista Cerdos&Peces, pero para entonces ya tenías toda una carrera como periodista. Contame como llegaste a eso.

-Empecé a hacer periodismo en México, durante la dictadura viví ahí. En el año 78 necesitaba laburar porque se me había vencido una beca de estudiante que tenía y me dijeron que lo fuera a ver a Carlos Ulanosky. Yo estaba buscando laburo de cualquier cosa, confieso, y acudí a ese lugar, que era la edición mexicana de la revista española Interviú. Era una edición local que dirigía un periodista mexicano que se llamaba Pedro Álvarez del Villar. Carlos era una especie de Jefe de Redacción. Yo nunca había hecho periodismo ni teníí la perspectiva de trabajar de periodista. Pero a la semana publiqué mi primera nota y dije “¡vaya, soy periodista!”.

-¿Te acordás de qué se trataba la primera nota?

-Si, era una nota sobre la contaminación sonora en la ciudad de México, para lo cual conseguí, no me acuerdo como, que el Instituto Alemán de la Sordera me prestara un decibelimetro, que hoy en día tienen el tamaño de un celular, pero en aquella época era un aparato bastante grande y fui con eso a medir la intensidad del ruido en ciertos puntos neurálgicos, en horas pico y en horas no pico, etc, etc. Y así armé mi nota.

-Ya desde la primera nota hiciste investigación, no fue un refrito.

-No refrité nada. Y la segunda, ahí sí, empecé a hacer una investigación más minuciosa. En ese momento estaba muy en boga la Cienciologia, que es esa secta inventada por un escritor fracasado de ciencia ficción que se llamaba Ron Hubbard que tuvo algo de fama porque Tom Cruise forma parte de ella, etcetera. Carlos me dice “Mirá hace mucho que quiero hacer una nota sobre eso y no sé cómo entrarle”. Y yo le digo “Y, entrando”. Los tipos daban cursos para cooptar nuevos adherentes y yo me anoté en uno de esos cursos. Y fue muy divertido porque durante dos o tres semanas yo iba a esos cursos y a una cuadra, en un Volkswagen con un teleobjetivo, un fotógrafo de la revista me fotografiaba entrando y saliendo, fue todo una aventura, esa fue mi segunda nota.

-Esa anécdota permite comprobar aquello de que los gringos le ponen nombre a cosas que ya estaba inventadas. Eso que hiciste Hunter Thompson lo llamó Periodismo Gonzo.

-¡Jajaja, exactamente!! Bueno, en Buenos Aires, cuando volví en el 83 en ese momento publicaba en una revista erótica que se llamaba Piel Suave. Y hacia criticas de cine. Al poco tiempo empecé a trabajar tanto en El Porteño como en Cerdos&Peces, ambas revistas eran del mismo propietario, de Gabriel Levinas. Y yo me sentía muy cómodo en ambos sitios  En El Porteño (estamos hablando del 84 y 85) había gente que  tenía ciertas ambiciones tanto periodísticas como políticas y en la Cerdos, la ambición más humilde era ser como Rimbaud. (risas) Y es ahí donde empiezo a hacer notas policiales. Hasta ese momento escribía sobre cualquier cosa. De ahí pego el salto a Diario Sur, donde sucede una cosa muy graciosa, porque me convocan para ser Jefe de Policiales. Y también lo convocan a Enrique Symns para esa sección. Y antes de que salga el diario nos hacen una entrevista en El Porteño sobre la inminente experiencia en el diario. En la volanta decia “De Cerdos & Peces a la sección policial de un diario” y el título era “Simplemente Sangre”, con una fotografía mía y de Enrique sentados en sillas de director de cine con sendas ginebras en la mano. Y en esa entrevista mandamos fruta, dijimos que, como estábamos de acuerdo con ciertos delitos, no sería extraño que incurriéramos alguna vez en alguna apología. En nuestra inmensa ingenuidad pensábamos que nos iban a aplaudir de pie por esas cuatro o cinco páginas de publicidad para el diario. Lejos de eso, nos querían echar antes de que saliera el diario (risas). Al final, a Enrique lo pasaron a otra sección, y a mí me conservaron en Policiales pero en vez de ser jefe era el único jefe era González Gatrland que era el abogado que leía afanosamente mis notas para no caer en juicio. Después vino Juan Carlos Novoa como Jefe de Policiales. Cacho, que se podría decir que fue el único maestro de periodismo que tuve, ya que periodismo no estudié.

-¿Qué te aportó Cacho?

-Nuestro primer encuentro fue bastante ríspido porque en una nota se me ocurrió escribir la siguiente imagen: sobre los disparos que efectuaba un protagonista de esa nota puse “vació los inquilinos de su cargador” y Cacho medio que me tomó el pelo por esa frase y yo le dije “Te espero en la esquina”. El tipo me dice “Bueno, vamos”. Cuando salimos a la calle, pasamos por un bar y Cacho me dice “Antes de llegar a la esquina ¿no te tomarías una copita, pibe?”. De ahí fuimos a otro bar y del otro bar terminamos comiendo puchero en El Globo. Ahí pela una copia de mi nota y la empieza a acribillar con correcciones y me dice “esto que te estoy diciendo no es mi opinión” y me empieza a hablar de Walsh, de Capote y me da una clase genial y termina diciendo “Esto es lo que quiere el viejo boludo”. Yo pensé que hablaba de alguna autoridad del diario, “¿Quién es el viejo boludo?, pregunto “Yo”, me dice. Desde luego aprendí muchas cosas, entre otras, que los diarios se hacen en los bares. Cacho venía del palo de Osvaldo Ardizzone, que le había transmitido ese principio de que los diarios se hacían en los bares, algo que nosotros respetamos con una ortodoxia absoluta. Fundamentalmente, me enseño que más allá de la noticia en sí, hay que captar la respiración de un crimen, tratar de captar los pequeños detalles y la estructura de chiste que siempre subyace en toda tragedia humana.  A partir de los datos, llegar a la información y a partir de la información llegar a la historia. El laburo de la escritura consiste en administrar esos datos para construir una historia. Y en ese sentido, más allá de esa técnica, toda nota, al fin y al cabo, no es solo fruto de una investigación periodística sino fruto de una aventura. En consecuencia, toda nota no es sino el informe de una aventura.

-Muchas veces te escuché decir que llamar Policiales a este género es injusto.

-El término “policiales” ya suena feo. Seria má¿s atinado llamarlo “delincuenciales”, en todo caso, porque uno escribe sobre delincuentes. Policiales en serio empecé a hacer cuando escribí La Bonaerense, porque escribí sobre delincuentes con uniforme. Esos fueron policiales. Pero fijate que hay toda una discusión inconsciente sobre el nombre que se le da a los géneros periodísticos, porque lo que acá conocemos como Policiales en México se llama “La Página Roja” o en España se llama “Sucesos” que al menos tiene el mérito de no querer decir absolutamente nada.

-Qué es lo que te interesa de este género? ¿La oportunidad de narrar?

-Probablemente. Aunque una cosa va llevando a la otra, siempre. Investigar la criminalidad en las fuerzas de seguridad para La Bonaerense me llevó a la década del setenta, a Los Doblados. Entonces empecé a laburar sobre Terrorismo de Estado, cosa que se vio favorecida por el hecho de que en el curso de esa inquietud Eduardo Luis Duhalde me empleó en el Archivo Nacional de la Memoria en una unidad de investigaciones sobre Terrorismo de Estado. En ese sentido, una de las cosas que mas me apasiona de ese palo es explorar la figura del represor. La mayoría de lo que se sabe, lo único que sabe es su nombre, donde prestaron servicios y las aberraciones que cometieron. La mayoría de los datos que hay sobre ellos se deprenden de datos judiciales o de testimonios de sobrevivientes de centros clandestinos de detención. A mí me atrae la idea de explorar esas figuras, las vidas de esos represores, creo que soy la persona que más represores entrevistó. Hay toda una discusión sobre si es licito o no darle micrófono a estas personas. Yo pienso que sí, que es absolutamente lícito y las pocas entrevistas que escuché a represores terminan articulando una discusión entre el represor y su entrevistador en el que éste le entra discutir diciendo cosas como que no es muy ético torturar a la gente. Yo no encaro así esas entrevistas. Hablo de cualquier cosa con ellos. Los crímenes que cometieron ya son sabidos, entablar una discusión política con ellos es como hablar de astronomía con quien cree que la luna es de queso gruyere. Y, por otra parte, hasta cuando hablan del clima los tipos demuestran quienes son. Entonces me parece mucho más válido, periodísticamente hablando, que hablen del clima y demuestren quien son que cuando se defienden de las acusaciones por los hechos que cometieron.