El país parece partidos en dos cachos irreconciliables ya sea que se hable de paro general, represión a los maestros, casos de corrupción. Quizá la composición social explique en parte el por qué del voto y las polarizaciones. Composición social que excede largamente la idea de lucha de clases.

El que escribe, años ha, se rió un poco de La Grieta, o bastante. Gastó la idea, la impugnó. También escribió desde su lado de La Grieta para que –desde ese lado- los Buenos “entendieran” alguna razones de los Malos, para que no los caricaturizaran ni –simplemente- los putearan- Quiso el gil explicar que estaba lejos de la verdad la idea de que todos y cada uno de los caceroleros eran viejas monstruosas de la avenida Alvear. Guiaba al que escribe una actitud que en los 80 se llamaba mesiánica: creerse dueño de la verdad revelada y transmitirla a otros pero lo hizo con las mejores intenciones, de modo de abrir el discurso de los Buenos y de ganar buenas voluntades que se sumaran al lado Bueno de La Grieta, tierra feraz en la que no sólo brota el choripán aromático sino la superioridad ética y moral (esto último enoja mucho a los Malos).

El que escribe, hoy, está asustado.

Porque La Grieta se recontra consolidó en los últimos tiempos con el gobierno de Mauricio y –de veras- es difícil imaginar cómo puede salir adelante cultural y políticamente un país con semejante partición al medio. Los extremosos de un lado y del otro tienen una solución fácil para el dilema: acabar con los del otro lado o negarles la existencia. Al que escribe no le parece bonito.

Estas líneas nacen al calor de esa preocupación y de un posteo que (el que escribe) mandó hoy en Facebook, por el clima de las redes sociales, más el recuerdo de unas líneas escritas hace ya (joder) seis años y monedas.

La idea, decía el post, es meterse en la croqueta del Otro-que-no-nos-cae-bien en la Era Macrista. Meterse en la cabeza para no limitarse a putearlo y asegurar entonces el tenerlo de adversario para siempre. Entre otras cosas, porque del lado Bueno de La Grieta –deduce uno en las redes sociales- están cayendo, gracias a Mauricio, cantidad de buenos que no fueron kirchneristas (a decir verdad al que escribe se le antoja que es bastante limitado hablar hoy de kirchnerismo como espacio vigente y de Pureza Total) y que incluso fueron fieramente antiká: buenas gentes de izquierda, votantes de la Margarita, votiblanquistas, independientes, narcisistas, candorosos y otros. Pero hacer esta enumeración de seudo identidades políticas va en sentido exactamente contrario a lo que pretenden estas líneas, que sí intentan hacer mala praxis con la antropología, con la convicción de que las identidades políticas en Argentina venían, como mínimo, vagarosas, hasta la irrupción del kirchnerismo, y/o que esas identidades acaso importan menos que una mirada cultural sobre la política.

Imágenes de la represión – Foto: ES Fotografía 

Carnicería La Argentina

A donde pretende ir el que escribe –y no consigue arrancar- es que tiene que haber muchos modos de entender La Grieta y el estar trozados al medio, por fiero matarife. Modos que ayuden a elaborar una mejor interpretación de lo que nos parte, modos de entender mejor para abarcar más sociedad… desde el lado de los Buenos. El modo en el que a menudo se recuesta el que escribe –al menos en esta nota- es esto de la práctica ilegal de la antropología. Impugna de una la idea de fascistas versus avanzados,  la categoría (cuando es ramplona) de la lucha de clases, la figuración de que en el gobierno anterior todo-todito se hizo bien, la de la pura manipulación mediática (hasta ahí) que convierte a 40 millones de argentinos en Walking Deads…. Y, sin embargo,  temiendo desde hace mucho que si nos toca un 2001 todos salgamos a la plaza convertidos en Walking Deads, en menos de lo que fuimos en el 2001, más despolitizados aun, más ignorantes, más embrutecidos, pura rabia, sin proyecto, derechito a no sabemos dónde.

La categoría antropológica a usar –hay otras, se aceptan otras- es la Argentina Cuentapropista.

Decía el post (copiamos para hacerlo más rápido, Socompa también tiene horarios de cierre) que hace poco la consultora Analía del Franco publicó una encuesta sobre el apoyo al paro docente en provincia con un resultado más bien desalentador: el 46% lo apoyaba; un poco más no lo apoyaba. Decía el post largo que los docentes y otros gremialistas, a la hora de decidir estrategias, deben tomar en cuenta esos datos (tomar en cuenta, no decidir). La partición en mitades se verificaba en otro trabajo de campo de Analogías a la hora de estudiar las simpatías o antipatías del paro general de las centrales gremiales. Más cruento aun, una docente amiga comentó en el post que es cierta esa leyenda urbana según la cual muchos docentes votaron Cambiemos (“según cálculos de la CTERA, el 67%”).

El post iba dirigido, muy tangencialmente, a quienes en las redes sociales corren por izquierda a los sindicatos para que apuren medidas de fuerza. Uno está de ese lado pero trata de ver al conjunto y “entender”, aun siendo muy crítico con muchas conducciones gremiales, la prudencia que tienen para decidir medidas de fuerza dada la pésima imagen pública que tienen, es decir a la hora de evaluar la propia legitimidad. Claro que hay burócratas y cómplices. Pero no es tan fácil hacer política en una sociedad que superpone varios fenómenos: Grieta, partición, fragmentación, complejidad, antiperonismo.

Veamos el paro docente, vuelto a convocar hoy por la espantosa represión del Aula Itinerante o Carpa Blanca (preanunciada por Daniel Cecchini en Socompa). ¿Por qué todo argentino se llena la boca con la palabra “educación” pero la mitad no apoya el paro docente? ¿Pura hipocresía? Ponele, es la respuesta fácil. O porque –se sabe- hay muchos/equis cantidad de papis y mamis cuya demanda fácil y urgida es tener al pibe en la escuela, orden, poder ir al laburo, ya bastante problemas tengo y a mí no me ayuda nadie. Hay equis cantidad de padres de privadas que acaso se caguen en lo que suceda en la estatal. Hay (muchas, pero muchas) madres solas jefas de familia que se bancan como pueden.

Antropología del país cuentapropista. Sociólogos y antropólogos y quien quiera nos harían un buen favor si estudiaran cómo influyen en la cultura política de un país las enormes franjas de comerciantes y/o cuentapropistas (una antropología de la soledad) para pensar desde esa cultura el ideal de solidaridad, o el encierro (hace mucho, bondadosamente, lo llamamos “repliegue a la vida privada”), o el interés en el otro… y su voto y su exposición solitaria a los medios, Se pueden añadir profesionales de todo tipo, técnicos, plomeros, changarines.

Bienvenidos a Kioscolandia (no cargamos SUBE)

Cultura política. No es lo mismo el laburante de la UOM en una fábrica en la que se celebran asambleas o se acaba de designar una nueva comisión interna que el tipo que labura solo, dueño o empleado, en un local de fotocopiadoras. Los segundos son legión. Los segundos mascullan a solas sus vidas de mierda y sus penurias económicas. Imaginate ser fletero con necesidades básicas mal satisfechas en medio de los piquetes. Los segundos apenas si conocen su mundito pequeño, al otro lo muestra la tele.

Sólo en la ciudad de Buenos Aires existen (datos oficiales opinables) 27.800 comercios; el 39% es comercio minorista. Las estadísticas de actividad económica suelen centrarse en las ventas de shoppings y supermercados, dejan un mundo de subjetividades afuera. En Buenos Aires hay (datos opinables de una consultora privada) 1.400 locales solo en shoppings, 5448 kioscos (pintan más), 1800 restaurantes, 1740 bares. Más ferreterías, perfumerías, casas de ropa, zapaterías, locales con Internet, más un largo etc. Sus (centenares de miles) de laburantes, precarizados, culturalmente están lejos de pertenecer al mundo mítico del trabajador industrial sindicalizado. Para la izquierda asalariado es igual a trabajador, “clase obrera”, lucha de clases. Verso.

Ahora el que escribe nutre o engorda estas líneas con otras escritas en el verano del 2011, para una contratapa en Miradas al Sur. “Feliz año, lechones”, era el título, y estaba dedicada a la Argentina media mediática y rezongona. La Argentina del gesto contrito, amargo, acalorado y gritón “que buscan afanosamente los movileros para representar un país de gesto contrito, amargo, acalorado y gritón. Hay una sinergia allí que es a la vez maravilla y espanto: nos retratan irritados y nos irritan, nos capturan puteando y nos convertimos en legión de puteadores. Nos angustian, nos degradan, nos intoxican, nos llenan la cabeza, nos perturban, nos cagan hasta las fiestas”.

Trataba ese texto también de la Argentina Cuentapropista (por supuesto que es forzada la división entre un país de asalariados sindicalmente encuadrados y otra de dueños pequeños y “se necesita vendedora con buena presencia”). Acaso con una dosis menor de ironía y de bronca el que escribe sostiene que hay una Argentina jodida, una Argentina gastronómica, rotisera, parripollera, franquiciera de empanadas. Parte de una cultura ventajera que se prolonga y rebrota entusiasta en decenas de localidades turísticas. Es esa en la que se especula con los precios a lo pavo apenas se larga la temporada; tipos y familias que al poner la rotisería apuestan a salvar el año cagando al prójimo.

(Interruptus: cómo fracasó, como parte de la batalla cultural, el discurso kirchnerista que le decía  a la gente “si a vos te va bien no es solo por tus propios méritos sino porque un cierto proyecto de país te lo permite”. No fracasó porque no fuera cierto. Fracasó porque las genealogías y hegemonías culturales apenas si permiten filtrar la idea)

Esa Argentina cuentapropista y de temporada turística es una Argentina del presente histérico perpetuo, casualmente el tiempo que conjugan los medios, el de la apuesta corta al lucro rapidito y me cago o me exculpo en el otro.

Junto a muchos, pero muchos otros factores, esa Argentina jodida, acicateada por los medios y el discurso individualista de las derechas, explica en parte el voto y el banque al macrismo y La Grieta.

Caramba: el que escribe en este punto siente que fuerza, extrapola y generaliza. Pero ustedes ya entienden  por dónde vamos.

La cosa podría seguir así. Un posteo en Facebook al garete, ustedes lo conocen. “Si bancás la represión a los maestros/ si no bancás el paro, entonces sos la misma mierda”. Si tratás al otro de mierda, difícilmente se convierta en tu amiguito. Cualquier discurso político debería interpelar a estos no-amiguitos y otros muchos de otra manera. Decía el posteo que sí, que hay un dato amargo que todos compartimos y es que creemos que las demandas de orden y represión (creemos que sin sangre) son extendidas. Pero con putear a los presuntamente Malos de arriba a abajo no conseguimos demasiados éxitos.

Subdiscusión.

Circuló hoy en las redes, tras la represión a los docentes (los “sindicalistas docentes”, dice Clarín. O titula “Baradel quiso su carpa”), una carta que Mex Urtizberea escribió en 2007, cuando el asesinato de Carlos Fuentealba. Una carta que una inteligente contacto de Facebook calificaba como bienintencionada pero peligrosa. Cuando amablemente le señalé que pese a lo edulcorada e ingenua la carta abre otros discursos eficaces con los que enfrentar a los de la derecha, la contacto-medio-amiga contestó (traduzco) que no se trata de impugnar la represión a los docentes por ser sacrosantos (“a los maestros no se les pega”, había escrito Mex) porque eso podría legitimar la represión a muchos otros. “Entiendo la utilidad táctica que planteás, pero toda la eficacia discursiva que ganes con esto, se va al tacho cuando fajen pibes con la cara tapada. En algún punto, esas líneas argumentales son parecidas a lo que sucede con las mujeres, la cuestión de cuanto la propia conducta ‘habilita’ o ‘explica’ la acción violenta del otro”.

La que escribió esto es Ileana Arduino, compañera –dijimos- inteligente, abogada con orientación en Derechos Humanos y periodista. Tiene razón Ileana. Pero el que escribe sigue padeciendo de una incomodidad: si solo bancamos los discursos elaborados de los que creemos tenerla clarísima, acaso nos quedamos un poco solos y con menor poder de interlocución.

Lo mismo con el dueño del parripollo, que acaba de aumentar los precios, flor de turro que seguro votó Cambiemos.