Hace treinta y dos años el país se debatía en la incertidumbre por el primer levantamiento carapintada. En esos momentos, un militar y un periodista mantuvieron una reunión cumbre para develar un misterio. (Foto de portada: Alejandro Amdan).

La historia me la contó el malogrado Horacio Margalejo a fines de los ochenta y databa de poco tiempo atrás. Eran los tiempos de Alejandro Romay en Canal 9 y el momento de mayor gloria de Nuevediario, donde José de Zer ya había impuesto una manera de hacer móviles que poco tenía de periodismo pero que era un verdadero éxito como show. Todo un estilo que, quizás, había alcanzado su clímax en sus jadeantes subidas al Uritorco para encontrar extraterrestres al grito de “¡Seguime Chango!”, dirigido a un camarógrafo que corría detrás tratando de mantenerlo en foco. Un estilo que, viendo la tele de hoy, es ingenua impronta de la falsedad cotidiana de eso que se quiere llamar periodismo.

De Zer no se tomaba en serio, pero jamás se reía. Era su expresión y su manera de presentar “la noticia” lo que hacía que para muchos esa ficción fuera realidad. Igual que cuando se arrodillaba micrófono en mano al borde de un pozo cercano a la estación del Ferrocarril Provincial, en La Plata, y lo sumergía todo el largo de su brazo para tratar de captar lo que el pozo decía. Porque la noticia era ésa: “Hay un pozo que habla”.

La “noticia” empezó cuando un parapsicólogo platense aseguró que había escuchado voces provenientes de un pozo de cemento que estaba en 7 y 98, por entonces una zona muy poco poblada de las afueras de la capital provincial. También dijo que había tomado dos fotografías, y les mostró a José De Zer y a su inseparable Chango dos imágenes borrosas que, aseguraba, pertenecían a un enanito verde metido en el fondo del pozo. Casi seguro un extraterrestre capaz de hablar en cristiano.

Durante toda una noche, De Zer y el Chango montaron guardia junto al pozo, no porque esperaran ver al o los enanitos sino porque sabían que, bien producida, la “nota” causaría furor entre los seguidores de Nuevediario. La escena cumbre la obtuvieron cuando José, en un rapto de inspiración, metió  su brazo, micrófono en mano, por la boca del pozo para capturar unas palabras que nunca se escucharon.

Pero en abril de 1987 –cuando ocurrió la historia que me contó Margalejo– los shows periodísticos se interrumpieron bruscamente en Nuevediario. La rebelión carapintada había puesto al país en vilo y José De Zer dejó de lado a los pozos parlantes y a los extraterrestres para montar guardia frente a Campo de Mayo, esperando la llegada del militar que debía sofocar la rebelión, el general Ernesto Alais, que venía viniendo pero nunca llegaba. Hasta que llegó y se plantó en las cercanías, sin hacer nada ni hablar con los periodistas que querían preguntarle qué iba a hacer ahora que había llegado.

En esa espera inútil estaban decenas periodistas cuando un jeep conducido por un teniente se acercó al lugar donde montaban guardia y preguntó por José De Zer.

– Soy yo – dijo José, como si hiciera falta.

– Venga, por favor, el general quiere hablar con usted – le dijo el teniente.

Al rato, Alais y De Zer caminaban solos por una loma, ante la lejana y envidiosa mirada del resto de los periodistas. ¿Qué planes le estaría revelando? Una hora más tarde, José volvió sonriendo y todos lo rodearon para que les contara qué le había dicho Alais.

– ¿Qué te dijo, qué te dijo? ¿Están negociando? ¿Va a atacar? –lo acosaron.

De Zer, con una sonrisa en los labios y la mirada brillante, mantuvo un silencio teatral que parecía interminable. Cuando logró que todos se callaran, les respondió:

– Quería que le contara lo del pozo que habla.

Cualquier parecido con la realidad del periodismo de hoy y sus efectos no es pura coincidencia.

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