Una mirada sobre una realidad sangrienta que interpela y exige la construcción y ejecución de respuestas. Preguntas ante las que el viejo Lenin tiene algo que decir.
Argentina, Chile, Bolivia, Haití, Colombia, Brasil, Ecuador, elecciones uruguayas. Pleamares y bajamares, olas de río y ríos profundos o no.
América Latina se ha convertido, nuevamente, como en los 70, en un campo de batalla. Diferente, por supuesto.
No se lo puede apreciar si se lo mira desde lo local y tampoco si se lo plantea desde las diferentes expresiones del campo popular.
Ahí – aquí – hay de todo, podría decirse, con características que van desde el aparato argentino cuya única ideología es el poder, como es el peronismo, pasando por una resistencia boliviana, las invisibles muertes en Haití, el despertar colombiano a la vida después de haberse despejado – en parte – el fantasma de las FARC, el hartazgo del pueblo chileno dispuesto a romper todo el armado pinochetista pero todavía sin dirección.
En cambio, la derecha, el capitalismo financiero internacional, el neoliberalismo – en fin, el capitalismo en su etapa metastática – puede vestirse con diferentes ropajes pero debajo siempre está lo mismo: extracción, circulación de dinero, explotación, exclusión, creación de márgenes, eliminación de lo que no le sirve: los excluidos, el medio ambiente.
Resulta difícil pensar, en la diversidad de los avances y resistencias de lo que podría llamarse campo popular, en una estrategia única. Ni siquiera en un objetivo único. La localidad de las nacionalidades manda y esa es una victoria vieja pero vigente del capitalismo.
Las estrategias de la derecha son más sencillas y generalizadas: democracias controladas, el trípode político-mediático-judicial, e incluso la vuelta a las viejas intervenciones militares, como en Bolivia.
No es una crítica, son posibilidades diferentes: la derecha – llamémosla así, sin ningún rigor – tiene dinero, tiempo, recursos y paciencia. El campo popular siempre tiene urgencias: porque es urgente la muerte por hambre, la pérdida de dignidad, la reducción anómica, la imposibilidad de identificarse siquiera en un trabajo.
Vuelvo: América Latina se ha transformado en un campo de batalla. Eso es sangriento y también esperanzador.
Pero si de esperanzas se habla hay que tratar de tener algunas cosas en claro.
La primera de ellas es que, en el tablero donde se juega esa batalla – América Latina -, las cosas están establecidas de tal manera que no hay salidas nacionales posibles, salvo a corto plazo, en lo coyuntural, como, por ejemplo: la victoria del Frente de Todos en la Argentina, pero insostenibles en el tiempo sin una estrategia regional.
Antes de seguir, una aclaración: aquí se escribe de lo que se ve, no de imposibles lógicos. Por eso voy a traer, en el medio de todo esto, un párrafo de Lenin en su texto La bancarrota de la Segunda Internacional. Decía el Pelado:
“A un marxista no le cabe duda de que la revolución es imposible sin una situación revolucionaria; además, no toda situación revolucionaria desemboca en una revolución. ¿Cuáles son, en términos generales, los síntomas distintivos de una situación revolucionaria? Seguramente no incurrimos en error si señalamos estos tres síntomas principales: 1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; tal o cual crisis de las ‘alturas’, una crisis en la política de la clase dominante que abre una grieta por la que irrumpe el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no suele bastar que ‘los de abajo no quieran”, sino que hace falta, además, que “los de arriba no puedan’ seguir viviendo como hasta entonces. 2) Una agravación, fuera de lo común, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, que en tiempos de ‘paz’ se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos “de arriba”, a una acción histórica independiente”.
¿A qué apunto con esto?
A que, queridos chichipíos, las condiciones objetivas para la REVOLUCIÓN quizás estén mínimamente dadas. Las subjetivas no. Y entonces tratemos de atenernos a la realidad, que es sangrienta, esquiva, difícil de aprehender, pero que debe ser pensada y actuada.
Sigo: No son los movimientos nacionales y populares por sí mismos y aisladamente los que pueden encontrar una respuesta. Tampoco (el texto de Lenin, traído al presente por su vigencia, es claro) hay nada construido para aprovechar las condiciones objetivas a nivel regional – que son diferentes en cada país – sin una organización capaz de conducirlas.
Hoy, quizás, haya dos cosas que se pueden – y es necesario hacer – mientras se construye una posibilidad cierta que no sea derrotada, aquí y allá, en un juego que ella pretende eterno, por la derecha.
La primera es articular todo proyecto del campo popular – esté o no en el gobierno – en América Latina.
La segunda es tomar conciencia – aún con las limitaciones del progresismo democrático burgués – que sin unidad latinoamericana no hay soberanía posible.
Digo, antes de que me digan:
Es la lucha de clases, estúpido.
Claro que sí. Pero la lucha de clases se da en campos de batallas, en realidades y no en extrapolaciones de textos ni en deseos identitarios.
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