Así como se cree en curas milagrosas también se apuesta a  que estamos por el buen camino. Un psicoanalista se pregunta por este fenómeno, que afecta a la vida personal y a la política,  en que se aúnan la desconfianza, el temor al futuro y la necesidad de creer aunque  el precio a pagar termine siendo uno mismo.

Atiendo a dos personas con enfermedades físicas graves, de esas que matan o incapacitan. Ambas cayeron en manos de un médico “alternativo” que, a la vez que les proponía tratamientos “naturales” con dietas para purificarse, los alentaba a abandonar los tratamientos y controles médicos necesarios para las enfermedades que padecían y aún padecen. Ambas personas me refirieron la misma escena: durante la primera consulta en la sala de espera otra “paciente” del doctor les cuenta la cura milagrosa que le ha hecho a ella y a otras personas. Sospecho que esa “paciente” está puesta adrede para recibir al que va por primera vez. Un detalle no menor es que este médico atiende a unos 700 km de Buenos Aires. O sea, que para atenderse con él hay que disponer de tiempo y dinero. Claramente se trata de un canalla. Ambas personas pagaron con el agravamiento de sus enfermedades y/o la no detección a tiempo de dicho agravamiento.

Lo que me llevó a preguntarme cómo es que estas personas, una de ellas un excelente profesional de la salud, llegaron a creerle hasta tal punto de suspender controles y/o tratamientos. Lo que pude notar, en transferencia, es la escisión psíquica entre la desconfianza y la dificultad para creer por un lado y la creencia ingenua por el otro. Y lo que apareció como divisoria de aguas fue la angustia ante la incertidumbre. Allí donde aparece la angustia se produce el intento de huida y allí donde aparece una creencia semblanteada de certidumbre se produce el aferramiento.

No somos pocos los que nos preguntamos cómo puede ser que haya gente que aún le crea al gobierno y a los principales medios de comunicación. Creo que la estrategia de marketing y el poder de fuego mediático arma un semblante de certidumbre, sostenido en la apariencia de tranquilidad y mesura, y un tipo de discurso que apunta a darle consistencia al Otro del Otro: “gestionamos” en vez de “gobernamos”, “los países serios”, “insertarse en el mundo”, la presencia de empresarios y financistas en el contexto de la cultura multinacional en la que vivimos. Eso le hace creer al desprevenido que el mundo existe, que es uno, que tiene una lógica y que ellos son sus representantes, los gestores eficientes. Y gran parte de la población quiere creer esto. Quieren creer que el mundo funciona y que para estar bien hay que “hacer las cosas bien”. Esta lógica ingenua, sostenida por el poder de fuego mediático, es muy poderosa. No creo que sea todopoderosa, pero llama a dormir un dulce sueño de despertar amargo. En ese punto creo que se muestra la escisión entre la creencia ingenua hacia quienes gobiernan ahora y la incapacidad para creerle algo a los que gobernaron antes. Esa escisión que parece ser la contrapartida de la confusa ambigüedad entre las políticas de Estado y lo policial (corrupción). Esa escisión se sostiene del sadismo (odio al kirchnerismo, al inmigrante, a quien sea) que está destinado a volverse sobre la persona propia cuando la inexistencia del Otro del Otro se haga indisimulable (por ej., cuando el FMI no preste más dinero) y el odiante ya no pueda renegar que es y ha sido el odiado.

 

¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?