Parece muy lejano el viejo modelo sartreano del intelectual comprometido y que basa sus ideas y sus prácticas en un aparato crítico y en conflicto con los factores de poder, fueran cuales fueran. Hoy asistimos a un simulacro en el que se finge pensar ante cámaras y micrófonos y se ganan aplausos de los que manejan el poder.
En el año 2000 y convocados por Horacio Embón coincidieron en un estudio de televisión Cristina y David Viñas. Se hablaba de la situación en aquel momento, vísperas del desastre de 2001. Viñas planteó su escepticismo respecto del futuro mientras que ella se mostró optimista de poder salir de aquella situación. La réplica fue “Tengo problemas con su optimismo”, a lo que CFK respondió que, siendo política y no intelectual, ella estaba obligada a ser optimista pues creía que la política podía mejorar la vida de la gente. La mirada de Viñas mezcló la sorpresa y la incredulidad.
El diálogo entre ambos, que nunca fue ríspido pese a las disidencias y las personalidades, muestra una clara división del trabajo. La función del intelectual, desde la óptica de Viñas que sigue a Sartre en esto, es la crítica, entendido esto como una sospecha permanente en relación a los poderes establecidos. Justamente su ideología, su modus operandi, sus estrategias, las discursivas sobre todo, fueron su obsesión. Puede leerse esto en las páginas Literatura argentina y realidad política entre otros de sus libros, pero también en el hecho más privado que fue parte de su rutina diaria: sentarse en un bar, generalmente La Paz, con La Nación sobre la mesa, cuyos artículos subrayaba con una bic azul haciendo anotaciones a un costado. Desde su perspectiva, para un intelectual la realidad es un mapa a desentrañar, una tarea al borde de lo infinito. Con lo cual sus relaciones con el poder acostumbran ser complicadas y, cuando se dan, suelen terminar en decepción. Tal como le pasó al grupo Contorno, que integraba Viñas, con Frondizi.
Hay otra forma de ser intelectual, por ejemplo, Horacio González quien se piensa como parte de un proyecto general (en este caso el kirchnerismo), al cual suma desde su lugar.
El episodio Sarlo y sus debajo de la mesa trajo otra vez a la superficie la cuestión del rol del intelectual. Lo que tienen en común Viñas y González es la idea de que poseen un aparato crítico –conformado por sus lecturas, los debates en los que participaron, sus tomas de posición- que los habilita a interpretar aquello que está pasando. Con Sarlo, la cosa es diferente, pues se mueve, por propia elección, en un mundo en el que el lugar de los intelectuales ha sido ocupado por los periodistas. Hoy Feinmann, Leuco y Jonathan Viale opinan sobre todo, pero desprovistos de más mínimo aparato crítico. Opinan los que les parece o les que les pagan por opinar. Ese afán universalista recorre también los editoriales de Sylvestre y de Víctor Hugo. La opinión ocupa el lugar de la crítica. Vale la pena recordar que en La República Platón ubica a la opinión en el escalón más bajo del conocimiento. Y Roland Barthes retomaba el concepto griego de la doxa, como una forma de discurso a la que hay que combatir. Para él la idea de un intelectual dedicado a la opinión como forma exclusiva de discurso sería una contradicción en los términos.
Dentro de este grupo de periodistas-opinadores hay dos que dicen vivir en un rancho aparte: Majul y Lanata, que aspiraron en algún momento a ocupar el modelo antiguo de intelectual. El viajero de la cornisa con su editorial y su museo del periodismo que llevaba por título de Walsh a Lanata, con lo cual pretendía apropiarse de toda tradición previa a él. El artista del Maipo incursionó en la literatura, no le fue bien y pasó a los libros de historia y de allí a la tele. Construyeron sus antecedentes y los desmintieron en la práctica
Esas son las aguas en las que nada Beatriz Sarlo. Tiene un aparato crítico sólido (basta con leer sus trabajos sobre Borges, Arlt o Sarmiento) pero de pronto, con lo que fue su libro más exitoso hasta hoy, Escenas de la vida posmoderna descubre lo que podríamos llamar, Sylvestre mediante, la realidad en toda su inmediatez. El texto habla de cosas conocidas por todos, pero hasta entonces no por ella que se dedicaba solo a la literatura y eventualmente al cine. Los shoppings, la tele, los video juegos. Luego habría un libro sobre la farándula, además de recopilaciones de artículos contra el kirchnerismo y sobre todo contra Cristina. Es la misma época en que se imagina como la sucesora de Victoria Ocampo. No es un dato menor.
La oposición del grupo Sur al peronismo fue sobre todo estética. Baste con leer el cuento La fiesta del monstruo, escrito a cuatro manos por Borges y Bioy. Un rechazo que tenía que ver más que nada con modos y modales. La frase borgeana lo resume a la perfección “no son ni buenos ni malos, son incorregibles”. Pertenecen a otro universo, usan otros códigos, no hay interacción posible con ellos. No se critica, se desprecia. A Sarlo le pasa algo parecido, sus críticas al kirchnerismo apuntan a formas de expresión, a giros lingüísticos, a estilos. De todos modos, no se debe minimizar el asunto. Lo estético no es menos que lo político. Son dos lecturas posibles y están entrelazados entre sí. Cabe aclarar que cuando Sarlo cuestionó a Macri lo hizo centrándose en sus dificultades para articular un discurso. La política te la debo.
La cuestión es qué pasa cuando se asume el lugar de lo estético en un espacio que abomina de él. O bien se elige el camino de Borges que hablaba de Stevenson aunque le preguntaran por Maradona (o sea la primacía absoluta de lo estético) o se aceptan las reglas de juego. Que es lo que termina haciendo Sarlo que les resuelve a los medios el dilema de qué hacer con los intelectuales. Le ofrecen espacios condicionados a su coincidencia con la línea editorial del medio. Algo como lo que vienen haciendo Sebreli y Kovadloff, a quienes Sarlo, que viene de otro palo, se parece cada vez más.
Un podría preguntarse si hoy Viñas y su concepción del intelectual tendrían lugar en los medios. Por de pronto, Horacio González quien, desde otras ideas es de la familia viñesca, aparece cada tanto con una columna y de tele y radio poquito y nada. También sería bueno indagar qué piensan los medios de los intelectuales. Lo que se comprueba es que van desde la admiración al desprecio, algo, hay que reconocerlo, que pasa en otros lugares, incluso aquellos poblados de intelectuales, como las universidades.
O los invitan y los escuchan en silencio casi religioso –con lo cual su discurso se torna inocuo- o los tratan como seres que viven de la ostentación, el prestigio y el egocentrismo, como trató de demostrar Federico Andahazi en esas mesas masturbatorias que regentea Majul en las noches de LN+. Arrancó intentando hablar de cómo copta el kirchnerismo a sus intelectuales para seguir casi inmediatamente después de la enunciación del tema a referirse largamente a sí mismo, por lo cual debió ser interrumpido por sus compañeros de naufragio. Pero el gesto despectivo ya estaba instalado.
Lo cierto es que el espacio de los intelectuales se ha ido acortando hasta llevar a preguntarse si siguen haciendo falta en estos tiempos. Por ahora la mayoría no logra pasar de dadores de prestigio a ideas que no les pertenecen del todo. Algo así como sabios de alquiler. Una aclaración necesaria. Hay mucha gente que labura, que piensa, que aporta miradas que cambian la percepción de algunos fenómenos. Pero no están casi nunca en los medios.