El Covid impuso su marca a los primeros 18 meses de gobierno del Frente de Todos. En ese contexto, hubo aciertos y errores, en medio de una oposición que vive con los tapones de punta. Lo que no queda claro es cuál es el rumbo que quiere imprimir a un país en el que la desigualdad hace estragos.

 

Ayer se cumplió un año y medio del gobierno del Frente de Todos. No se puede hablar de la presidencia de Alberto Fernández sin mensurar el impacto de la pandemia, que trastocó todos los planes que se tuvieran al momento de asumir. Le tocó bailar con la más fea a nivel global desde la Segunda Guerra.

Primer dato: 2019 marcó la primera vez en el siglo XXI que el peronismo fue unido a una elección. No lo hacía desde el 99. Desde 2003, con el engendro de los neolemas, y en elecciones siguientes, siempre hubo franquicias peronistas por fuera del tronco del PJ. En la última elección, de la gran coalición que armaron a partir de la jugada de Cristina, quedaron afuera expresiones absolutamente marginales: Lavagna, Urtubey, Barrionuevo, el ahora reaparecido Randazzo, gente que no mueve el amperímetro. Esa amplitud reconstituye al peronismo unificado y es lo que le permite el manejo de esta crisis.

Segundo dato: No volvieron mejores. Simplemente volvieron (yo no hubiera regresado con el Chino Navarro y Sabbatella, entre otros, pero ese control de calidad no es mi asunto). Y para gerenciar el capitalismo argentino en los márgenes de siempre: aceptando convivir con bolsones de pobreza e indigencia anteriores a Macri, e incluso previos a 2001. La dirigencia política argentina no es capaz de plantear programas de trabajo en relación de dependencia, que por un lado disminuyan el peso del asistencialiamo estatal y que por otro acaben con ese limbo aberrante que es el monotributo. Ni siquiera digo que volvamos a tener en el mediano plazo un Estado de bienestar en condiciones más o menos aceptables, sino apenas un estadío previo a partir del cual pensar a la sociedad argentina.

Tercer dato: Enfrente tienen a la peor oposición de la democracia desde 1983. Patética, sin capacidad argumentativa, con voceros que son energúmenos y barrabravas a la hora de debatir, sin otra idea que volver a recomponer el sistema de fuga de capitales con importación a rolete y exportación de productos primarios. La película de siempre.

Cuarto dato: El fenómeno de la derecha extrema con caudal electoral llegó a la Argentina. Lo hizo por dos vías. Una, a través de la radicalización del macrismo a través de Patricia Bullrich. Dos, con el fenómeno bochornoso de los libertarios, que directamente son fascistas de mercado. Es una derecha tecnocrática, y con más llegada que la derecha ultraconservadora estilo VOX, que aquí representa Gómez Centurión. Todas estas familias políticas pueden confluir en un gran frente que, entre otras cosas, se proponga ir al hueso en materia económica a un nivel como no lo hizo Macri. Si eso es posible, entre otras cosas será por la inacción del Frente de Todos.

Quinto dato: La habilidad de Alberto Fernández para generar errores no forzados es apabullante. La última fue su alusión al origen blanco de la Argentina y la inmigración que nos diferencia del resto de América Latina. Pero también hay episodios como el de Vicentín, que sorprende en gente que se supone tiene la expertise en la materia después de haber atravesado la 125; o el retroactivo a monotributistas, una vergüenza que nunca se debió haber planteado, que ahora se desactiva (ese impuesto, la existencia del monotributo como sistema no la cuestiona nadie en la partidocracia argentina).

Sexto dato: La derecha impone un relato tenebroso en pandemia en cuanto a la cantidad de muertos. Ya hay gente que coquetea abiertamente con que este es el peor gobierno de toda la historia argentina porque el coronavirus supera al terrorismo de Estado. Por supuesto, se permiten hacer chanzas con “aun suponiendo que hubieran sido 30 mil”. Negacionismo reloaded al mango, equiparando un sistema de centros clandestinos de detención con una pandemia.

Séptimo dato: Las diferencias casi nulas que ofrece el kirchnerismo en materia de seguridad respecto del macrismo. Sergio Berni es repugnante. Envalentonó a su tropa al comienzo de esta crisis con un discurso militarista que fue la canilla libre para cosas como el caso Facundo. Por si fuera poco, toleró un cuartelazo policial como si nada, que incluyó patrulleros en la puerta de la residencia presidencial. Y por encima de él, hay un gobernador que lo ha sostenido. Una palabra sirve para graficar esta política: Guernica.

Octavo dato: Este gobierno convive con un sistema de medios que juega a la desestabilización de una manera cuyo antecedente es la campaña de acoso y derribo contra Arturo Illia. Los dos grandes diarios y un portal que es el Breitbart argentino operan en consonancia. El canal de noticias del diario del bloque agro-exportador se convirtió en un albañal. Uno de sus comunicadores se despidió deseando “una Argentina sin kirchneristas”. Una ex periodista de chimentos ocupa el prime-time de una señal de noticias después de haber promocionado el dióxido de cloro. Un periodista con programa nocturno en la AM más escuchada, columnista dominical del diario de los Mitre, definió al kirchnerismo como “fuerza de ocupación”. Hay un economista ultraliberal que está a punto de aparecer al mismo tiempo en dos canales en vivo y en directo, tal es su presencia en continuado. Se confunde a Sinopharm con Sinovac. Dicen que AstraZeneca y Covishield son dos vacunas distintas. Juegan sin pudor por Pfizer. Dicen que La Cámpora y el Instituto Patria son un poder paralelo. Si Alberto Fernández tanto gusta de citar a Raúl Alfonsín, que le vayan pasando el video de RA en el Mercado Central cuando cargó contra Clarín, así tiene para practicar, porque los argumentos se los regalan todos los días, a toda hora.

Foto: Franco Fafasuli- Infobae

Noveno dato: La pandemia nos agarró en un virtual default, gracias a la genialidad del mejor equipo de los últimos cincuenta años y la calidad educativa del Cardenal Newman en la formación de los hombres del mañana. Luminarias que encima entregaron el gobierno sin ministerio de Salud, a cien días de una crisis humanitaria. Ergo, el margen de maniobra es escaso. La situación de emergencia llevó a cosas urgentes y necesarias como el IFE y el REPRO, más la emisión monetaria, que alimentó la espiral de la inflación. Inflación que creen que pueden frenar con Paula Español recorriendo una góndola de Coto (y con tuit de sobreaviso, como hizo el mismísimo vocero presidencial, que después lo borró).

Décimo dato: El punto anterior no quita que hubo manejos muy flojos de la cuestión sanitaria. Tardaron doce días en cerrar las fronteras desde la aparición del primer caso y otros cinco hasta imponer el confinamiento. González García había dicho que el virus no iba a llegar al país. No se les cayó una idea respecto de enormes focazos de contagios como las villas (ahí está lo que se vivió en la Villa 31 y en la Villa Azul) o “barrios populares”, ese eufemismo repugnante que ahora usan por igual con Larreta. Abrieron los bancos para enviar a jubilados a hacer filas larguísimas en plena cuarentena. Y cometieron la indignidad de las vacunas por izquierda, que, aunque haya sido pocas dosis, representan un bochorno indisimulable: tuvieron que echar a un ministro.

Undécimo dato: Alberto Fernández puede tener todas las mejores intenciones del mundo. Pero se maneja en modo prueba-ensayo, a puro tanteo. Si la cosa más o menos prende, avanza, y si no, recula en chancletas. Vicentín fue sintomático. Al discurso le falta praxis. O quizás sea una cuestión de cambiar de discurso. Porque el Estado idílico de sana convivencia entre capital y trabajo (el fifty-fity del que hablaba el General) es absolutamente imposible, ya no por la pandemia, sino de antes, con la mitad del país en la pobreza, con informalidad laboral, con asistencialismo que no integra al mercado laboral, con brecha creciente entre ricos y pobres. Si no se transforma esa realidad, si ni siquiera se intenta modificarla (ejemplo a ojos de todos: la Hidrovía), la opción a este simple gerenciamiento del estado de las cosas es la profundización del modelo con el que se acepta convivir.