Desde el Principio, en las redes, y desde nuestro lindo lado de la vereda, se hizo buena costumbre compartir las fotos de vacunación. Esas imágenes que vemos todos los días en las redes, convertidas en fenómeno colectivo, trascienden muy largamente el alivio contra el miedo al bicho.
Ibamos hacia el vacunatorio de Munro. Barrio, barrio, que tenés el alma inquieta de un gorrión sentimental.
Le pregunté a mi compañera si –por supuesto- quería la foto recordatoria.
No respondió, sino que preguntó:
– ¿En otros países será así?
No tengo idea de si es así, lo de las fotos, en otros países. Lo dudo mucho y si mi duda tiene sustento (y si no, también) me encanta este modo argento de sacarnos fotos vacunatorias y compartirlas. La pregunta me pareció un precioso disparador para escribir sobre nuestras entrañables fotos al ser vacunados. Y más disparó el deseo de escribir el hecho de volver a ese vacunatorio –donde recibí la primera dosis de la vacuna roja-. El lugar se improvisó en un centro de jubilados que más se parece a una vieja sociedad de fomento, con su barra al fondo de viejo bar, sus muchas mesitas y creo que un escenario. Escenario argento. Más me dieron ganas de escribir por el hecho de volver a sentir la preciosa onda de la muchachada que lleva el operativo en provincia. Más chicas que chicos. Preparadas, contenedoras, amorosas. Lo opuesto al buen personaje un tanto gorila del famoso sketch de Gasalla, la empleada estatal que se desgañitaba gritando “¡Atrás, atrás!”.
A poco de que se publicaron en las redes las primeras fotos de nuestros padres vacunados, u otro mayorcitos, más de uno señaló que esas fotos, además de ser conmovedoras, eran un valioso y muy cálido y humano sistema de comunicación, un abrazo entre nosotros y una campaña natural contra los odiadores y los negadores. Una comunicación venida de abajo, que quizá sea la mejor forma de comunicación posible. Podemos llamarla un modo de comunicación popular.
(¡Eu!, si hay alguien del área de Comunicación, Partuza y Agite del gobierno por ahí, media pila. Agarren todo esto de las redes y listo el posho)
Las fotos en las redes de los vacunados –convertidas en fenómeno colectivo- trascienden largamente el alivio contra el miedo al bicho.
Cada foto es una alegría por el vacunado y una pequeña alegría colectiva. Va foto, va un mimo.
Las fotos suelen sacarse en el lugar (oficial) donde nos ponen la vacuna. El escenario es el mensaje.
Las fotos suelen sacarse junto a quien te vacunó. El/la vacunador/a estatal (y su cariño) es el mensaje.
Las fotos suelen sacarse mostrando el cartoncito. Ese boletín escolar es el mensaje.
Las fotos suelen ser junto al ser querido. El amor es el mensaje (el prospecto de las vacunas debe decir “¡Eficaz contra el odio!”. No el de Pfizer).
La foto de la vacuna lleva en el ADN las otras fotos inexistentes de las vacunas que nuestros viejos y el Estado nos hicieron recibir de pibes. La Sabin oral. La BCG. La antivariólica. La “reacción Mantoux”. “Me pegaste en la vacuna”, decían los pibes cuando una trompada módica iba un poco por abajo del hombro, en el moretoncito ese donde te habían pinchado.
La foto es como los cuadernitos con las vacunas que, tiempo después, les hicimos dar a nuestros pibes.
(Interrumpimos con un comercial: cómo se ampliaron los planes de vacunación con el kirchnerismo)
Las fotos tienen gusto a patio escolar. Sea recreo con pancito o acto por el 9 de julio, cagados de frío. Escuela es-ta-tal, Macri.
Las fotos tienen gusto a mesa de votación en la escuela n°16 “Paula Albarracín de Sarmiento”.
Las fotos tienen sabor a empatía y solidaridad. Las gastamos mocho a “empatía” y “solidaridad”, pobre gente. Pero son lindas palabras y más ahora.
Hay un lindo tipo de nacionalismo en las fotos. Hay riesgos siempre en los nacionalismos, pero este como de barrio es precioso. Mientras nos sacamos y luego mostramos las fotos decimos: yo estoy mejor. ¿Ustedes cómo van? Ojalá el país, Ar-gen-tina se vacune pronto.
La foto es de Vietnam. Al vacunarnos adoptamos una molécula o gen de soldados del Vietcong o de vietnamitas resistentes, nos apropiamos de esa molécula. Es un grado irrisorio de vietnamitez, pero algo es algo. La peleamos, colectivamente.
¿Está saliendo un poco Benedetti o Galeano, esto? Puede ser una reacción adversa (o el chip) de la Sputnik.
Hay fotos con los dedos en v, fotos con puño rojo cerrado, fotos con sonrisas que no se ven bajo el barbijo, o solo se adivinan. Bienvenidas todas las fotos.
La foto es un cartel de una fábrica del conurba sur que dice “Metalúrgica Ragonese. En lucha contra los soretes”.
La foto es reivindicación de lo que hace el Estado; cercanía –como nunca- del Estado.
La foto es Historia. Durante la fiebre amarilla murieron –cifras oficiales- cerca de 14 mil personas, con días de casi seiscientas muertes diarias. Esto es como aquello, pero mucho peor. Vivimos un momento histórico rumbo a no sabemos qué. La foto intenta paliar la pálida, la muerte y la incertidumbre mediante el módico mimo entre nosotros.
La foto es un te quiero, los quiero.
I love you very much.
(¿Esto ya es Arjona?)
La foto hace a un sentimiento de pertenencia. Una pertenencia que está en riesgo. Un sentimiento de pertenecer y querer a una comunidad (A los más peronistas: si quieren, de comunidad organizada. Damas gratis). No somos la mera y desoladora suma enardecida de individualistas sacados que creen hacer patria gritando desde un balcón para luego correr a encerrarse otra vez en su egoísmo y su odio.
La foto es una fiestita, nunca fiesta clandestina.
La foto es un homenaje a tantos muertos anónimos.
La foto es un abrazo al personal de salud y a los vacunadores.
Los textos de las fotos a menudo son conmovedores.
La foto es esperanza, ponete las pilas, vamos que lo damos vuelta, una mamá o un papá que nos dijeron ya va a pasar.
La foto de Macri vacunándose en Miami es la antifoto de todo esto.