De pronto, una frase de Victoria Tolosa Paz se volvió el centro de la discusión política y de la agenda mediática. Aquí una pequeñísima historia que puede explicar por qué semejante pelotudez puede llegar a transformarse en una cuestión nacional.
La espiral política y mediática que se disparó a partir del ya famoso “en el peronismo se garcha” de la precandidata a diputada nacional por el Frente de Todes Victoria Tolosa Paz puso en evidencia – una vez más, pero en este caso de manera flagrante – la banalidad en la que vienen cayendo las campañas políticas y la precariedad de ideas para la agenda de los principales medios de la Argentina.
De pronto “el garche” se transformó en una cuestión central en las discusiones de campaña y en la cobertura “informativa” del periodismo más visto y escuchado, de uno y otro lado de la famosa “grieta”. Lo cual es, como decimos en el barrio, una verdadera garcha.
Sin embargo, es evidente que funciona: los discursos políticos y las agendas mediáticas tienen objetivos propios y, tanto unos como otros, buscan eficacia, que se mide en el impacto que logran sobre la opinión pública.
Para que eso ocurra, del otro lado – opinión pública, imaginario social – deben existir condiciones que hagan posible su recepción.
Hasta aquí el tema en general, porque estas líneas se tratan de una pequeña historia ocurrida hace apenas unos días y que de alguna manera explica por qué se buscó armar tanto bardo con la cuestión del garche.
La historia es la siguiente. Tiempo atrás un querido amigo de mi infancia en Tolosa y también compañero del Colegio Nacional, que hoy dirige una Biblioteca Popular en nuestro barrio natal, me escribió para contarme que con motivo del 150 aniversario de la fundación de Tolosa se publicaría un libro recogiendo textos de vecinos que contaran historias sobre el barrio.
-¿No querés mandar algunas de las que a veces te leo? – me preguntó y me dio una dirección de correo electrónico, la de “Convocatoria Tolosa”, para enviar los textos.
No suelo participar de esas cosas, pero en este caso se trataba del pedido de un amigo muy querido y de mi barrio natal, así que me dije: “un texto es como un vaso de agua, no se le niega a nadie”.
Elegí tres o cuatro, los envié y me olvidé del asunto.
Hace pocos días recibí un correo-respuesta a mi envío. Allí decía: “hemos leído y evaluado cada uno de los textos enviados y agradecemos su participación e interés, para sumarse a este hermoso proyecto”.
Me decían también que, luego de esa lectura y evaluación, habían aceptado uno para incluirlo en el libro, pero que otros dos no serían publicados.
“En ‘La gallina de doña Rosa’ y ‘Una de Comboys’ hemos observado, la utilización de palabras inapropiadas”, me decían.
No voy a reproducir aquí los textos, aunque son cortitos, sino las “sugerencias” que me hicieron para cambiarlos y así publicarlos.
Aquí van, textuales (juro que lo que sigue no es joda):
Por ejemplo, usted cita:
“La bailarina era un encanto, pero bailaba mal y sus alumnos eran un desastre”
Una sugerencia sería:
“La bailarina era un encanto, pero no bailaba tan bien y sus alumnos eran regulares”
También con la fase:
“Adelina – que era hermosa y tartamuda”
Podría ser:
“Adelina – que era hermosa y tenía un problema de tartamudeo”
En la siguiente frase:
“El Flaco Churrasco (que después terminó como periférico facho de la CNU)”.
Debería retirar lo escrito entre paréntesis.
Y finalmente, en “Una de Comboys”, se solicita evitar las malas palabras, como cagarlos y puta:
“Los que les pegan a las minas son maricones y hay que molerlos a trompadas, el que trata de levantarse a la novia de un amigo es un HDP”
Me dio risa y minutos después les contesté que no cambiaría nada y que, además, retiraría también el texto que habían “aceptado”.
Les dije también que “nuestro idioma, tan rico, está para ser utilizado en toda su potencia”.
Iba a hablarles de censura y mandarles una copia del discurso del Negro Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua pero desistí.
No hay que gastar pólvora en chimangos.
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