Según el autor de este artículo, los discursos de Macri y de Cambiemos son eficaces porque se encuentran con una estructura social devastada.
La guerra convencional entre ejércitos de diferentes naciones como lo fueron la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la Segunda (1939-1945) da paso a la guerra de guerrillas cuyo objetivo es atacar por sorpresa, hostigando al ejército con fuerzas irregulares muchas veces conformadas por civiles. Se trata de un enfrentamiento asimétrico y desproporcionado entre un ejército regular y un enemigo que ataca y se dispersa y esconde aprovechando la naturaleza o la ciudad.
La guerrilla de Fidel Castro contra la dictadura de Batista logró tomar el poder en 1959. En nuestro país entre 1970 y 1979 desarrollan su accionar varias organizaciones políticas armadas, la más importante fue Montoneros. Sus objetivos iniciales fueron la desestabilización del gobierno de facto autodenominado Revolución Argentina y el retorno al poder de Juan Domingo Perón.
En 1949 se había firmado el Convenio de Ginebra destinado a limitar la barbarie que se había vivido luego de las dos guerras mundiales. Buscaba (y busca) proteger a los que no participan en las hostilidades (médicos, enfermeros, periodistas) y a los que ya no pueden seguir participando de los combates (heridos, prisioneros de guerra). La cuestión es que la guerra de guerrillas es una guerra sin los enfrentamientos clásicos de toda guerra.
La represión que pone en marcha el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional se torna implacable y se lleva a cabo sin tener en cuenta los derechos de aquellos a quienes enfrentaban, esto quiere decir que por un lado los militares sostienen que libran una guerra; pero, contradictoriamente, desde el punto de vista ideológico y mediático no se les daba a los enemigos estatuto de tales, razón por la cual se los denominaba banda de delincuentes subversivos; es decir, se los trataba como criminales suponiendo que de esa forma no serían pasibles del derecho que postulaba el Convenio de Ginebra.
René Spitz es un psicoanalista norteamericano que busca continuar las investigaciones de Sigmund Freud y demuestra que el crecimiento del niño se asienta en lo que él denomina organizadores: la posibilidad de alimentarse, de reconocer a un otro, de sentarse, pararse y deambular.
Pilar Calveiro relata en Poder y desaparición que cuando la patota –los militares que secuestraban- chupaban a alguien lo primero que hacían era colocarle una capucha. Luego se los trasladaba a los campos de concentración donde debían permanecer en silencio, sentados, durante horas y horas. A la llegada al lugar el prisionero perdía su nombre y se le asignaba un número. Los números reemplazaban nombres y apellidos. Los detenidos debían permanecer tabicados para impedir toda visibilidad. A la noche eran trasladados a las celdas donde dormían esposados y desnudos. La comida podía faltar durante días enteros.
A poco de poder reflexionar sobre el porqué de tanto sadismo caemos en la cuenta que se apuntaba a someter a los detenidos a la oscuridad, el hambre, el silencio y la inmovilidad; es decir, se atacaban los organizadores que Spitz mencionaba como constituyentes de la subjetividad. Nos parece una coincidencia demasiado importante como para atribuirla a la casualidad. Debemos suponer que el entrenamiento que recibían los militares argentinos en la Escuela de las Américas sobre la forma de enfrentar la guerra revolucionaria contaba con el asesoramiento de médicos y psicólogos imbuidos de las investigaciones que Spitz había realizado y publicado por primera vez en 1969 en un texto llamado El primer año de vida.
La cuestión es que el carcelero que impide la visión y la movilidad, que niega la palabra, que de manera caprichosa regatea el alimento, que tortura, se termina constituyendo en un yo externo de la víctima y la moviliza en un sentido regresivo; esto quiere decir que la persona pierde la capacidad de discernimiento acerca de él mismo y ni siquiera puede defenderse de la agresión del Otro y esto que puede resultar abstracto y/o complejo se patentiza cuando escuchamos a ciudadanos que relatan que se han quedado sin trabajo, que no pueden pagar los impuestos; pero que no obstante van a volver a votar por quien los está perjudicando.
La identificación con el agresor –hoy la denominan síndrome de Estocolmo- es un saber acerca de que la vida depende de ese Otro que así como castiga alimenta, así como tortura puede otorgar el don de la libertad. Como en el comienzo de la vida, el Otro del amor se halla muy próximo del Otro que da de comer, que pone un nombre, que habla y enseña a caminar. El niño como más tarde la víctima se hayan completamente en manos de ese Otro, de allí que lo acepte sin posibilidad de ofrecer defensa alguna, lo cual implica no sólo la sumisión; sino, inclusive la abolición como persona.
Hace unos días circula por las redes sociales un texto de Claudia Masin que fuera publicado por NAC & POP en el que sostiene que “el discurso de Macri es el discurso del psicópata”. Allí la autora sostiene que “el presidente ejerce una violencia arrasadora con una sonrisa, con buenas maneras y palabras tranquilizadoras, lo cual adormece, hipnotiza y nuevamente confunde, -‘es por tu bien’ dice mientras lastima y destruye”.
Llegados a este punto resultaría sencillo culpabilizar al presidente como responsable de la victimización de una parte importante de la sociedad. Resulta un poco más complejo entender que si esto es posible es porque su discurso y el de Cambiemos se encuentra con una estructura social devastada porque el terrorismo de Estado no sólo afectó a los detenidos desaparecidos; sino que su influencia se diseminó por toda la sociedad impactando –inclusive- en la manera de enfermar de sus actores.
La angustia provocada por el dispositivo concentracionario ha provocado pánico. Tal vez podamos encontrar aquí una explicación acerca de porqué en el imaginario colectivo de Buenos Aires parece que todos tienen o creen tener ataques de pánico y la vivencia de las personas es que: ¡se van a morir súbitamente o que van a desaparecer!
¿Cómo no intentar aferrarnos al Rybotril y a los globos amarillos?
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