El peronismo es esa mezcla que parece eterna donde conviven John William Cooke y López Rega. Eso que une lo irreconciliable bajo una identidad que se define de afuera. Para decirlo de otro modo, mientras haya antiperonismo habrá peronismo. Así de tozuda es la historia. (Cuadros de Daniel Santoro).
Siempre envidié a la gente con fe. La idea de un Dios que todo lo ve es un paraguas formidable para cubrir todas las angustias de la vida, incluida la muerte.
Hay otras formas de fe. Algunos lo llaman fanatismo, pero yo elijo llamarlo fe. Un líder y el amor incondicional de su pueblo. El problema es que el amor (aún el amor por el dogma) es difícil de manejar. No acepta segundas partes ni herederos. La muerte, real o simbólica, suele destruirlo todo.
Lo contó el periodista Jorge Sigal, cuando describía su orfandad sin el PCUS, después de la caída del Muro. Algún día debería contar también cómo pasó de esa situación de confort (el partido lo decide todo, como Dios), a manejarle los medios a Macri. Tal vez una adolescencia tardía, la furia contra el abandono. No lo sé, no soy analista.
Hasta 2008 fui un amable gorila gauche. No entendía al peronismo. Si Kant resucitara, seguramente el peronismo sería su cosa-en-sí. Lo incognoscible.
Sí entendí el “entrismo” setentista (la clase obrera estaba allí para los cuadros de izquierda de las FAR, por ejemplo) y a tantos dirigentes súbitamente peronizados con ansias de poder. Porque el peronismo asegura poder en Argentina.
¿Qué me molestaba? La idea del Movimiento (que excluye al que no pertenece), tener bajo la misma carpa a John William Cooke y a tipos como Ivanisevich, Julio Yessi, López Rega, el CdeO.
Sin embargo, era imposible ser indiferente a Perón. Hablaba y seducía, inevitablemente. No toleraba quedarme ahí, escuchando a ese viejo pícaro, sonriendo. Pero lo hacía, cada vez.
Perón fue muchas cosas, y muchas veces al mismo tiempo. Fogoneó a las “formaciones especiales” y después los echó de la plaza. A los 16, 17 años, viviendo un tiempo dificilísimo y violento, esas cosas son incomprensibles. Hablar hoy es fácil. No se pueden explicar la historia sin considerar (sin estar-en) la coyuntura histórica.
No creo que exista nada, excepto el peronismo; que a esta altura es un concepto, si quieren un grito de guerra, o un sentimiento, como se dice en el discurso berreta del fútbol.
El menemismo pasó tristemente, como creo que pasará el kirchnerismo, cuando muera Cristina, que espero tenga larga vida. El peronismo es lo que perdura.
Porque es líquido. Toma la forma de su continente: puede ser largo y finito si está en un tubo de ensayo, es chato y ancho si está en un plato de sopa. Fue una cosa en los 90 con Menem y Cavallo y otra en los 12 años K, cuando fue Keynes, consumo, producción, industria.
Yo no les creía a los Kirchner. Me convenció el conflicto con el campo, tan manipulado por los medios. Era, nomás, una discusión sobre renta extraordinaria. Primero me tragué el discurso de los dueños de la tierra. Lo entendí poco después.
Lo que me llevó a arrimarme y votar por los Kirchner (desde 2011 en adelante) fueron, como dijo el socialista Jorge Rivas, sus enemigos. Mirándolos bien, no es tan difícil.
Este peronismo que hace campaña hoy, sin responder agresiones ni provocaciones, me sorprende de nuevo. Parece un partido escandinavo, suizo, inglés. Es insólito. No durará, creo, aunque la situación es tan grave que no creo que haya tiempo real para jugar a las internas. Eso llegará después.
¿Por qué dura tanto el peronismo? ¿Por qué renace con fuerza cada vez que lo dan por muerto? Gracias a una fuerza descomunal y absolutamente homogénea, porque solo contiene odio, no ideas. El antiperonismo.
El antiperonismo, insólita paradoja, resultó ser el oxígeno del peronismo. Es su alimento. Lo motiva. Le da poder.
Por eso me reí en silencio cuando muchos colegas y funcionarios hablaban del “rumbo correcto” en 2017, cuando el gobierno ganó las elecciones. Pensaban en 2023, porque lo de 2019 “era un trámite”. Reelección asegurada para la tríada Macri-Vidal-Larreta.
Y, no. Esto no es Suiza. Además, la clase dominante argentina no se conforma con mucho. Quiere todo. Tiene socios afuera que los alientan, los alinean y los ordenan. Y le dan plata, porque esa deuda siempre es más barata que las antiguas invasiones, o los golpes militares.
El antiperonismo (como todo anti, pero más hoy) es brutal, infantil. Es Pichetto, hablando como si el peronismo fuese un partido marxista leninista en una situación pre revolucionaria. Hay que ser muy bruto para decir esas cosas. O darle todo lo mismo, que creo que es el caso.
El establishment, el Círculo Rojo, o como los quieran llamar, deberían venerar a Perón, que les creó una clase obrera nacionalista, no marxista.
Pero estos tipos quieren todo, no un 50 / 50 “y dejá que los tipos vivan y consuman, que igual ganás una torta de guita”. Quieren todo, todo, todo, y eso quedó claro desde 2015. Un país para 15, 20 millones, con toda la furia. Sobra la mitad. En eso estaban.
El odio es la contracara de la fe. Su lado oculto. Odiar al peronismo es fácil, y ahí, en el mismo paquete, entra un nacionalista de derecha como Moreno, la propia CFK (que no nacionalizó mil empresas como Chávez ni amagó con hacerlo pero es una mujer, y eso también es imperdonable), Kiciloff, Alberto Fernández y Juan Grabois, que ni siquiera es peronista, pero igual.
El fenómeno político argentino más antiguo y perdurable en estado salvaje es el antiperonismo, que resurgió con una fuerza inaudita en estos tiempos, sin pudores, con furia animal y un discurso que, si la situación no fuese tan grave, daría para la carcajada.
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