Un viaje desde la crítica económica-política hacia la lucha comunicacional-simbólica, que plantea desafíos teóricos y prácticos en la política del siglo XXI.
La caída de los meta-relatos en la década de los 60, gracias al postmodernismo y el Eurocomunismo, nos llevaron a una época, que aún hoy perdura y no parece declinar, donde la materialidad de la Historia y la realidad se volvieron secundarias, tanto en los proyectos políticos como en sus modelos económicos. Esto dio lugar a un nuevo enfoque antaño secundario sobre el que se sostuvieron modelos electoralistas, liderazgos y tendencias sociales: hablamos de lo que se conoce hoy en día como el Discurso, o la batalla de lo Simbólico.
Lo discursivo, es decir, el relato constructivista que explica realidades, tomó la posta no sólo en los diversos movimientos institucionales y políticos que se fueron sucediendo en las últimas décadas, sino también en el mundo intelectual y académico, teniendo un papel fundamental ciertas vertientes del periodismo y sus más recientes ramificaciones virtuales (post-verdad es una deriva de esta corriente).
De esta manera, especialmente después de la caída de la URSS y el Muro de Berlín a principios de los 90, los pensamientos progresistas, de izquierdas y el populismo 2.0 en el sur de Europa y Sudamérica, se volcaron hacia una re-articulación de sus mecanismos de lucha y conceptualización de la crisis capitalista. Si antaño estos movimientos y proyectos ideológicos, con sus distintas lecturas e intensidades, se enfocaban en las teorías marxistas del materialismo dialéctico (teoría del valor, relaciones sociales de producción, ganancia, explotación, lucha de clases antagónicas…), desde ese entonces y en la actualidad dedican la mayor parte de su tiempo a una lucha institucional discursiva, es decir, a conquistar un relato de la realidad que convenza y persuada a las mayorías de sus respectivos programas.
Este viaje de la crítica económica-política hacia la lucha comunicacional-simbólica nos llevó a numerosos escenarios novedosos que no hemos tardado mucho en descubrir. Además de las conocidas fragmentaciones, los ciclos gubernamentales interrumpidos o la más reciente “histerización de la política”, el más relevante ha sido el de su dificultad para resolver su traslación en una apuesta emancipatoria real, más allá de la cultura y la imagen heterogéneas que dícese vehiculizar.
Sin entrar de lleno en los numerosos debates y relecturas que tuvieron en su época los diferentes referentes de esta Izquierda occidental, podemos sintetizar el “corte” que se produce primero del Idealismo con el Materialismo y de éste con lo Simbólico como un barco que parte de un puerto con Ideas, cruza el océano con Mercancías y desembarca al otro lado del charco con Subjetividades.
Esta trascendencia de lo considerado como Abstracción en la filosofía hacia el constructivismo social de lo Político, sin embargo, no implicó abandonar completamente la inmanencia de la realidad material de las personas. Foucault, Negri, o cualquier pensador considerado “post-marxista”, no afirmaban que las relaciones sociales de producción y distribución no eran importantes; lo que sí añadían, y aquí su aporte, era que el Poder vivía en los modos de ser de las personas, lo que ellos denominaban de distintas maneras bio-política.
Una vez trazada esta nueva línea del Poder del Capital, lo que algunos llaman “Semio-Capitalismo”, comienza a producirse una suerte de re-ajuste de la articulación política anti-capitalista. Postcolonialistas, post-obreristas, populistas y demás corrientes empiezan, de diferentes maneras y grados, a reescribir la teoría del cambio revolucionario hace 200 años formulada por Marx.
A este proceso los politólogos lo suelen denominar el auge de las luchas de las Identidades, donde lo Hetero-Blanco-Occidental-Cristiano y Patriarcal se pone en tela de juicio desde visiones racializadas, feministas, orientalistas, subalternas.
Más allá de la diferencia en los contenidos con sus predecesores, las lecturas de las Identidades se distinguen por articular sus conceptos desde una “experiencia situada”, es decir, desde lo concreto de cada contexto. El Cuerpo y el Territorio, así, se vuelven puntos nodales de estas teorías, que no son consideradas corpus teóricos per se si no pragmáticas conceptualizadas.
El problema que encuentran muchos en estos posicionamientos no es tanto si sus énfasis en lo discursivo acaba desembocando en una política puramente simbólica, si no en su dificultad para poder dotar de marcos de sentido unificadores comunes sin “pisotear” la diferencia. Así, pensadores como Habermas o Laclau ensayaron en sus libros escenarios donde la inter-subjetividad comunicativa podría llevar a cambiar ese resultado, que como estamos viendo distan mucho de ser ideales.
Los movimientos del 15M español, Occuppy Wall Street o el Feminismo más recientemente son, entre otros, los que en la praxis llevaron este interés más lejos. A través de un énfasis más profundo sobre la metodología, sobre todo el organizativo, se llegó a la conclusión, aún en veremos, de que sea la democracia deliberativa el mecanismo; a fin de cuentas, se trata de realizar una articulación práctica-teórica que no parte de una misma base ni material ni abstracta si no que modula, a diferencia de la columna vertebral capital-trabajo marxista, a partir de la diferencia. Un viaje al revés del pensamiento occidental moderno.
Lo que tenemos entre manos, pues, no es simplemente una cuestión de retórica. Se trata, más bien, de un problema teórico y práctico, algo que sólo la phronesis, es decir, el conocimiento intermedio entre ambos, puede resolver. Estamos, así, ante un conflicto nuevo que el Postmodernismo y la Deconstrucción esquivaron, por no ser teorías de lo Político si no teorías sociales, filosóficas.
Trasladar estas visiones constructivistas al terreno de lo Político, en mayúsculas, es la tarea que nos queda por delante a todos aquellos que queremos y participamos de la caída de esta máquina creadora no solo de realidades materiales, sino también de valores, afectos y modos de ser.
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