La Grieta implica un relativismo absoluto que no tiene ni requiere demostración. Terminar con ella, su relatividad y el simulacro es poner en marcha una hegemonía política en la que ya no se pueda dudar.
Al bajar por autopista a la zona de Retiro viniendo desde dirección Norte, es posible ver a los costados el crecimiento hacia arriba de los precarios edificios de la Villa 31. A lo lejos se visibilizan las imponentes torres de Puerto Madero y el contraste entre las imágenes se torna casi pornográfico, mucho más, cuando bajando de la autopista se presentifica el acaudalado barrio de la Recoleta. No se trata de que los habitantes de la villa vivan un poco mejor, sino de ese marcado contraste que creció en las últimas décadas al margen de cualquier Grieta que los grandes medios nos pretenden vender.
Después se dirá que “los que trabajan mantienen a los vagos”, los que viven en las grandes torres o mansiones a los que habitan los precarios asentamientos urbanos. Una perversa falacia que causa indignación.
Con la supuesta derrota del comunismo allá por el inicio de los 90 y el literario fin de la historia del que hablara Francis Fukuyama por ese entonces, las grandes desigualdades no tardaron en crecer sin control al igual que un tejido canceroso. Se le podrá poner algún límite, gestar alguna distribución un poco más equitativa, pero nada podrá cambiar esa metástasis que recorre el planeta, pues la base de ella sigue incólume.
Hoy la acumulación de capital se realiza por cualquier modo posible que genere pingues ganancias. No se trata ya -solamente- de la plusvalía que los burgueses les extraen a los obreros como describiera Karl Marx en El Capital. Hoy es preponderante la acumulación por despojo que describe muy bien el marxista británico David Harvey, la usura presente en las impagables deudas públicas que contraen los estados así como también las denominadas economías sumergidas (narcotráfico, trata de esclavas), lavado de activos y diversas delincuencias económicas.
Los que fugan capitales a sofisticados paraísos fiscales no son por cierto los “pibes chorros” de la villa, ni los soldaditos del narco. Tampoco los comisarios, jueces o políticos corruptos. Los que fugan dinero son los más poderosos capitalistas del planeta que no van a dejar para otros los negocios más redituables, aunque se llenen la boca hablando de honestidad o transparencia. Esos capitalistas ya no son esos empresarios que pusieron en marcha la gran industria.
Hoy da la sensación de que el sistema global en el que descuellan principalmente las democracias liberales, está confeccionado para que no exista gobierno que a esos amos del capital pueda impedirles esa acumulación frenética y despiadada. Podrá haber progresistas o populistas con intenciones redistributivas que, tendrán como tarea imposible tocar intereses concentrados ya que colisionaran contra el muro judicial o mediático.
En esa diferencia de matices entre las derechas más recalcitrantes, y los progresismos populistas se tiende la famosa Grieta que no deja de ser lo que Jean Baudrillard llamara “simulacro”. Si se pretendiera cambiar las relaciones de fuerza a favor de los sectores populares indudablemente se necesitaría un determinado grado de organización y movilización que hoy no existe. Cuando una sociedad está en un proceso de cambio eso se percibe, no es necesario que alguien lo diga. Si una fuerza política o un gobierno pretenden cambiar la sociedad debe decir “cómo” e invitar a participar.
Algunos objetarán que a eso lo impide la pandemia, aunque antes fuera igual. El territorio que hoy ocupa la política se encuentra impregnado de una credibilidad fallida. Resulta difícil poner sobre la mesa debates que puedan generar acuerdos. La conocida posverdad lejos de ser algo que pueda desecharse como una mentira más, es constitutiva de las actuales democracias liberales, haciendo que cualquier posición se convierta en relativa. En ese malentendido se sostiene la famosa Grieta. No se trata de señalar que los medios mienten cuando lo que dicen es parte de posiciones políticas bien definidas.
El discurso de la actual oposición o de las derechas, podrá catalogarse de mentira. Sin dudas este no es un gobierno marxista o totalitario como ellos dicen pero debatir eso, sería girar en redondo sin fin. No tiene sentido. Lo único que cambia eso es la acción y la percepción de cambios a favor de los sectores populares sin que nadie pueda ponerlo en dudas. El discurso mediático no es exterior, es parte de la política.
La Grieta implica un relativismo absoluto en el que sólo vale lo que los egos piensan sin poder demostrarlo. Terminar con ella, su relatividad y el simulacro es poner en marcha una hegemonía política en la que ya no se pueda dudar, por la sencilla razón de que la vida lo demuestra, ya que el vivir bien trasciende y trastoca a la manipulación mediática, la torna superflua.
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