En esta columna, la autora de “Periodismo sobre desastres” analiza la medida del gobierno porteño que, a partir del lunes, obligará a los adultos mayores de 70 años a solicitar un “permiso de circulación” para poder salir a la calle. (Ilustración de portada: Martín Kovensky)
Me llevará varios párrafos analizar la casi prisión domiciliaria con tobillera telefónica (147) impuesta por el jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, para personas mayores de 70 años, y convalidada por el presidente Alberto Fernández. Varios párrafos y un gran esfuerzo para dominar la rabia; pero invito a leerlos y a expresarse en todos los lugares posibles. En primer lugar quisiera saber el fundamento científico, ya que decir que el promedio de edad de muertes por COVID-19 es de 71 años es irrelevante en función de esta prohibición. Necesitaría saber: 1) porcentaje de mayores de 70 que requirieron terapia intensiva; y 2) cómo se contagiaron esas personas. Esto último es fundamental: sólo si se me demuestra que la inmensa mayoría se contagió haciendo compras o sacando al perro haré el intento de creer en la buena fe del jefe de Gobierno, aunque no en su lucidez; pero ni aun así avalaré su medida represiva y discriminatoria. Y si se prueba que alguien se contagió sacando al perro, que por favor se publique un artículo en Science o The Lancet.
Eugenio Semino, defensor del Pueblo para la Tercera Edad, recordó que “cada vez que los adultos mayores rompieron la cuarentena masivamente fue por razones que impuso el Estado: tuvieron que salir a hacer horas y horas de cola en los bancos para cobrar jubilaciones atrasadas durante 15 días, salir a pagar los servicios en unos pocos locales habilitados, y en estos días luchando con la vacunación, que viene demorada y los obliga a ir de farmacia en farmacia”. Quienes tenemos más de 60 apreciamos muchísimo la vida y la cuidamos más que nunca.
La imposición de llamar al 147 para pedir autorización para comprar provisiones, ir al cajero o sacar al perro –lo que exigiría un permiso diario– es totalmente inviable. En la CABA viven 366.700 mayores de 70 años; 223.900 están al frente de sus hogares en pareja o con otros familiares, hermanxs o hijxs. Y 142.800 viven solxs, o sea que se las arreglan sin ayuda de nadie. Imaginemos como mínimo a 50.000 personas llamando cada día al 147 –donde además se atienden otras contingencias–, en comunicaciones que nunca durarán menos de 5 minutos, ya que quien llame deberá explicar a una persona desconocida para qué necesita el permiso, y quien atienda deberá “disuadirlo” (sic Larreta), en un tira y afloje totalmente absurdo. Ejemplos: “Necesito comprar algo de carne, pero según los precios elegiré qué corte llevo”. “Mi perra tiene que hacer pis y caca”. “Quiero comprarme un vino pero no sé cuáles estarán de oferta en el chino”. “La lavandina me dejó las manos a la miseria; tengo que ver qué crema me conviene llevar”.
Cuestiones que no puede resolver un/a voluntario/a. Una persona desconocida. A quien… ¿estaríamos confiándole nuestra mascota adorada, quizá viejita, quizás enferma, quizá carísima? ¿Le daríamos nuestro dinero para hacer compras? No la tarjeta de débito, porque se exige el DNI; entonces habrá que pedir autorización para ir al cajero… Parece el cuento de la buena pipa. ¿Y si tenemos que “tarjetear”…?: “Solicito permiso para comprar alimentos porque la cuarentena me dejó sin guita y tengo que pagar con tarjeta”. ¿Habrá que dar la dirección de los comercios? ¿El botón de la cuadra chequeará que efectivamente vaya a ese local y no a otro? ¿Y si en el primero no encuentra lo que necesitaba…?
Imaginemos que se acepta la ayuda forastera, y que el/la voluntario/a no robará. Le comprará un kilo de mandarinas y medio de zanahorias al verdulero al que fui esta mañana, que llevaba el barbijo como collar. Traerá la picada del carnicero al que fui hoy, quien ni siquiera lo tenía en el cuello.
El aumento de la expectativa de vida vino de la mano de muchísimas opciones, desde diferentes disciplinas, para que esos “nuevos” años sean también placenteros y activos. Implican actividades físicas, intelectuales, recreativas, sociales… como las que tiene la inmensa mayoría de las personas, de cualquier edad. Pero sobre todo, apuntan a la independencia, al autovalimiento. “Las personas con más de 70 son un segmento de la población porteña con altos niveles educativos: poco más de 100.000 tiene estudios superiores, como universitario completo y posgrados incompleto o completo. Otros 36.000 cuentan con estudios universitarios incompletos y 80.000 con el secundario completo” (Clarín). La excusa de “proteger” a lxs mayores es humillante: ¿imaginan a Norma Aleandro pidiendo permiso? ¿A Juan Sasturain? ¿A Mauricio Wainrot? ¿A Norita Cortiñas? ¿A Juan Falú? ¿A Sara Facio? El cana de rondín, ¿me pedirá mi DNI? “No salgo a hacer compras con DNI”. “¿Qué edad tiene usted?” “68” (reprimiendo las ganas de decirle “Y a vos, ¿qué carajo te importa?”, para que no me invente una causa por resistencia a la autoridad). “Ah, disculpe, creí que era mayor de 70”. O bien (en realidad mal, todo mal, muy mal): “¿Cómo sé que no me está mintiendo? Vaya a su casa y busque su DNI”. Por otra parte, la Policía no tiene potestad para pedir a nadie el DNI porque sí. Vale la pena reiterarlo: ¿inventarán causas de resistencia a la autoridad por no mostrar el DNI o por negarse a volver a casa por no tener permiso?
También es discriminatoria: ¿más adelante prohibirán la circulación de personas obesas y con sobrepeso acentuado, por ser un factor de riesgo? ¿Pedirán certificado médico para impedírselo a las personas hipertensas, a las diabéticas, a las cardíacas, a las asmáticas, a las que tienen diagnóstico de EPOC, a las trasplantadas…? ¿Quién lo firmará? Quizá Josef Mengele.
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