Rozitchner Jr., el “filósofo” preferido de Macri, intentó en el programa de “¡Pará, pará!” un esbozo de comparación entre el gobierno de Arturo Frondizi y el de Cambiemos. Otro Rozitchner, el filósofo de veras, vuelve del pasado para contestarle.

En la entrevista sincericida del optimista Alejandro Rozitchner con su tocayo Fantino (que se perdió de retrucarle: “Pará, pará, pará, ¿vos me estás queriendo decir que este gobierno va contra los intereses de los que menos tienen?”), el licenciado en Filosofía no sólo puso a Don Gato y su pandilla como lo mejor que vio en su vida al frente del país. También dijo, al pasar, que el único antecedente a la altura del mejor equipo del último medio siglo es, precisamente, Frondizi. Uno podría plantear ciertas similitudes como la represión latente (el Plan Conintes), el pésimo manejo de la economía (el brote inflacionario del 59), la entrega al gran capital concentrado (los contratos petroleros), el liberalismo económico con metáforas climáticas (el capitán ingeniero y su “Hay que pasar el invierno”), que se acaban cuando se ve que el exageradamente ponderado Frondizi tenía un nivel intelectual incomparable al de Macri y que el nieto de Frigerio ni siquiera es una sombra del Tapir. Ergo, el peor costado del experimento desarrollista entronca con esta derecha que algunos pintaban de moderna. Y con resabios de tragedia y farsa: tragedia, en la toma del frigorífico Lisandro de la Torre; farsa, en la intervención del PJ. Más los estertores finales del gran acontecimiento mundial de esos años: la Revolución cubana.

Arturo Frondizi, el tan mentado.

Algún día convendría hacer un parangón pormenorizado entre el gobierno de la UCRI y el de Cambiemos. Rozitchner Jr. lo esbozó ante Fantino, y no es la primera vez que los revolucionarios de la alegría se referencian en los desarrollistas y su comedia de enredos de casi cuatro años.
Me quiero detener en el número doble que la revista Contorno le dedicó al análisis del primer año de Frondizi, en abril de 1959. “Análisis del frondizismo” es el título de ese ejemplar, con tres notas extensas. La primera ocupa quince páginas, y se llama “Un paso adelante, dos atrás”.
El texto es muy largo y complejo, un análisis demoledor de las inconsistencias de Frondizi. Apenas transcribiré un párrafo:
“Aquí cabe señalar una vez más la pobreza cultural de la ideología empresaria. El éxito dentro del terreno de lo que bien conoce, los recovecos del trueque, las fluctuaciones monetarias, la astucia práctica que decanta la experiencia dirigida a un mayor acrecentamiento de la propia riqueza, todo este emprimo crea en el político-empresario el espejismo de una riqueza y un dominio en el orden de su concepción del mundo. Cree ser un creador cultural cuando lleva hasta el extremo de la astucia económica los valores de utilidad que le son propios. La complicación utilitaria surge ante sus ojos de mercader como si fuese una creación espiritual.

León Rozitchner, parece responder desde el pasado.

Liberales de saber periodístico y reflexión radial, habituados a ver en lo cultural un proceso incomprensible, creen haberlo alcanzado cuando la complejidad de lo que manejan penetra en ese terreno de obscuridad incontrolable que para ellos adquiere la forma de futuro. Allí, en el futuro obscuro, dentro del cual ya no tienen nada que poner, ponen entonces la superación cultural de lo económico, la humanización del hombre. Allí se han de producir los cambios que nosotros queremos: no hay más que sentarse a esperar, mientras ellos hacen lo que deben, y el tiempo devora en la pasividad nuestras vidas que también ellos consumen”.
Casi que podría haber sido escrito ayer para referirse al gobierno de los CEOs y sus voceros. Sobre el final, destaco esta oración: “Nosotros quisiéramos infundir el optimismo, y sobre esa angustia que la mirada ajena reprime una vez más, mostrar que sólo nosotros podemos hacerla vivir, si vive cotidianamente en nuestros actos”. No es ciertamente el optimismo de paz, amor y buenas ondas que propala el funcionario público Alejandro Rozitchner. El texto completo, que juzgo descomunal, lo escribió a los 34 años León Rozitchner, décadas antes de ser víctima de un parricidio intelectual.