Algunos sectores creen que la única posibilidad de transformación es aportar a las experiencias de los gobiernos progresistas, pero olvidan que si no se producen modificaciones en las relaciones de fuerza social, se caerá en cierta esterilidad con respecto a producir cambios de importancia.
En notas anteriores publicadas también en Socompa, quien escribe venía desarrollando no sólo la importancia teórica de definir al sujeto social, sino principalmente el estatus que la definición misma le otorga a las prácticas militantes. La ausencia hoy de una clase obrera concentrada y con capacidad de centralizar a diferentes expresiones populares no deja de interrogar a todos aquellos que desde varias décadas atrás vienen sosteniendo la necesidad del cambio social.
Mientras algunos sostienen que, caída la centralidad obrera, no queda otra que irse a casa, están los que no se dan por vencidos e intentan encontrar alguna veta por donde llevar adelante una práctica transformadora. Obviamente, muchos caen en un estéril voluntarismo. Por esta misma razón resulta imprescindible indagar de forma sistemática en la realidad social para hallar nuevos focos que permitan la acumulación política.
Muy lejos de intentar dar una definición acabada, lo que sigue pretende ser una simple aproximación que aporte a un debate necesario que pueda dar por sentada las bases de una práctica transformadora.
Mientras hoy muchos creen que la única forma es aportando a las experiencias de los gobiernos progresistas, se olvidan que si no se producen modificaciones en las relaciones de fuerza social, se caerá en cierta esterilidad con respecto a producir cambios de importancia. No se trata de soslayar o rechazar esas experiencias, sino de verlas al interior de un marco adecuado.
La irrupción en Latinoamérica de diferentes gobiernos de tinte progresista desde principios de este siglo no deja de ser el resultado de la resistencia de los sectores populares a los ajustes neoliberales de los años 90. La llegada al gobierno en 2003 de Néstor Kirchner hubiese sido imposible sin las grandes luchas sociales que desencadenaron la gran revuelta de diciembre de 2001. Algo similar se dio a lo largo de todo el continente.
Por eso hablar de “Democracia” como un absoluto – como una entidad que, si bien debe ser mejorada, pero obviando todas las circunstancias que la hacen posible – es caer en una abstracción que sólo sirve para la supervivencia de los políticos profesionales.
Lo primero que debe medirse es el bienestar del pueblo y no las formas. En tal sentido hoy existe una cierta orfandad que debiera ser revertida. Porque si se pretendiera profundizar la democracia, a saber, el protagonismo y la participación de los sectores populares, lo que hoy existe institucionalmente resulta ser un gran impedimento, principalmente el Poder Judicial.
Desde lo pequeño
En 1986 se publicaba Micropolítica- Cartografías del deseo, escrito por Félix Guattari y Suely Rolnik. Lo que planteaba ese libro, es probable que no tuviera, en ese momento, la actualidad que iría a adquirir con el paso de los años. Eran tiempos en que, si bien ya se avizoraban distintos signos sobre la realidad social futura, aún se consideraba, desde los círculos militantes, que el cambio social tenía lugar principalmente en la escena macropolítica.
No son pocos los que considerando lo innovador de los planteos esquizoanalíticos, llevaron adelante ciertas prácticas al interior de institutos de menores, cárceles y hospicios. La mayoría de ellos, consideraban a esas acciones como un cierto trabajo de base que tendría efectos en la escena política general, aunque pusieran mucho entusiasmo en esas prácticas moleculares.
La Micropolítica interpela y pone su acento en la particularidad, el sindicato, la junta de vecinos, el centro de estudiantes o diversas organizaciones institucionales en las que la ideología capitalista siempre es hegemónica.
En la Argentina existe un cierto sello distintivo en lo que hace al traslado de lo social hacia lo político, en cómo se concibe el salto hacia las superestructuras. Esto complica de alguna manera al activismo micropolítico. Veámoslo con algún detenimiento.
En los años 70 era una constante de los diversos grupos de las izquierdas revolucionarias, tanto socialistas como peronistas, buscar el modo en cómo determinadas luchas sociales -que por entonces eran prolíficas-, podían ser transformadas en una lucha política efectiva. De algún modo esto se llevaba adelante forzando la realidad sin alcanzar a producir los efectos deseados. Esto no dejó de ser una particularidad que prosiguió durante las décadas posteriores, principalmente durante los 90 en la resistencia social al menemismo.
La ausencia de organizaciones políticas de izquierda con un gran anclaje de masas, en gran medida debido a la existencia del peronismo y otro tanto a raíz de sectarismo o dogmatismo, hizo a lo largo de los años que muchos activistas de formación marxista se dedicaran a llevar adelante trabajos de base por cuenta propia al margen de los partidos, pero con la intención clara de convertir esos núcleos organizativos en plataformas políticas. Es así que, a lo largo de las últimas décadas, en cualquier asamblea multisectorial es posible encontrar a dirigentes sociales de pequeños grupos de base, hablando como si fueran referentes nacionales. Esto se hizo bastante elocuente con el surgimiento del movimiento piquetero, en el que casi todos intentaron engordar su quinta propia sin la mínima preocupación por establecer las bases de un solo movimiento unificado.
Pareciera que el salto a lo político fuera algo así como una obsesión del activismo de nuestro país. Esta característica conspira contra el desarrollo de la micropolítica como tal. Posiblemente los que llevan adelante militancia de base autónoma no dejan de pensar en lo macropolítico, pero que, debido a sus posibilidades materiales, siempre quedan recluidos en un activismo que no excede lo local.
En un encuentro de organizaciones sociales realizado a principios de 2005 en el Olga Vázquez de La Plata, en el que estuvo presente quien escribe, tres activistas españolas contaban su experiencia en la recuperación de espacios tanto públicos como privados abandonados y de cómo gestionarlos en una nueva perspectiva. El grupo al que pertenecían constató que un viejo leprosario ubicado en un pequeño bosque cercano a Barcelona estaba abandonado, y a partir de ahí concentraron su tarea en recuperar el lugar, para luego de ser adecuado, poner ahí en marcha tanto un emprendimiento textil como un refugio habitacional para mujeres solas con hijos. A su vez contaban otras experiencias similares en Europa, como la de un viejo castillo en Italia que fue recuperado por los okupas y en el que pusieron en marcha un hotel autogestionado.
Lo interesante de esas experiencias es que no son demasiado conocidas y eso principalmente porque quienes las llevan adelante prefieren no exponerlas demasiado para impedir que las desbaraten. En la Argentina ese modus operandi no es el más común. Cuando irrumpieron las fabricas recuperadas allá por el 2001, algunas como Zanón o Brukman eran presentadas por algunos grupos de izquierda casi como la plataforma de la revolución socialista. No está mal intentar que los trabajos de base puedan aspirar a ser parte de una alternativa política, el problema es cuando se fuerza ese movimiento, rompiendo la unidad de base y abortando o desgastando lo alcanzado hasta ese punto.
La política como culto al individuo
No son pocos los que creen que los diferentes cambios revolucionarios son el resultado de la acción de grupos minoritarios. Las derechas utilizan ese tipo de argumento para desprestigiar y socavar cualquier intento transformador, mientras que ciertas izquierdas al igual que los progresismos también vanaglorian el culto de las personalidades. Esas ideas provienen principalmente del iluminismo jacobino de las burguesías radicales. La suposición de que todo cambio social tiene más que ver con la voluntad de algunos pocos que con las necesidades concretas de las grandes mayorías, no sólo económicas, sino también subjetivas.
Lo señalado podría ser desarrollado con suma exhaustividad si no fuera porque esos debates pueden rastrearse tanto en documentos como también por el testimonio de viejos activistas de un tiempo en el que la transformación de la sociedad estaba al orden del día. Si hoy las condiciones sociales son sumamente diferentes para llevar adelante una práctica política, hay determinadas matrices conceptuales que permanecen. En tal sentido se podría decir que el sustituismo elitista hoy es el patrón ideológico dominante, en desmedro de la participación activa. Dirán que “a la gente no les interesa nada. Vean cómo votan”, prescindiendo así de la tarea ardua de incorporar y foguear voluntades, del otrora conocido “trabajo de hormiga”.
Si se pretende transformar la realidad, esto no es posible sin la existencia de una fuerza social mayoritaria en la que primen trazos críticos y por sobre todo autonomía. Pedir el voto para resolver los grandes problemas sociales, no tiene ningún sentido transformador si a las grandes masas se las mantiene sumisas y sin ningún poder de decisión en lo que hace a la cotidianeidad, relegando sus deseos y su voluntad a votar cada dos años. Mucho más cuando hoy, más que proyectos lo que se votan son candidatos a los cuales la mayoría conoce por los medios de comunicación. De igual manera que en la vida corriente, en la política también reina el Individuo. Tanto el bueno que viene a “hacer cosas para la gente”, como el que viene a hacer negocios.
¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?
¨