Desesperación por barbijos de muy dudosa utilidad, discriminación, xenofobia y sensacionalismo. Una combinación a tono con esta época de nacionalismos exacerbados y neoconservadurismos. Todo reunido por un virus al que se pone al servicio del derechismo ambiente.

La anécdota es real. Un hombre entra en una farmacia y pide treinta mascarillas. Te daré lo que me pidas, le dice a la atónita farmacéutica que le responde que se le han agotado. Llega entonces una mujer desesperada porque no queda ninguna en las farmacias en las que ha preguntado. Da igual que la tasa de mortalidad del virus no llegue al 1%, que sea menos mortífero que la gripe, que haya más curados que nuevos casos en los 40 países afectados o que las mascarillas sean poco efectivas para evitar el contagio. El miedo es el virus más contagioso, al que somos más vulnerables. Para la democracia es letal.

No dejo de ver en esta crisis los mismos síntomas de debilidad social y política que han llevado al regreso del fascismo. Lo aterrador no es el coronavirus sino lo fácil que es llevar a la población al pánico y de ahí a la xenofobia y de ahí a la ultraderecha. No es sólo fácil, es inevitable que este sistema que produce clientes y espectadores precarios, asustados y desinformados a los que se les vende miedo en forma de espectáculo, produzca también a los fanáticos salvadores de la patria que venden las soluciones. El sueño del mercado produce monstruos.

Lo estamos viendo. Mientras los gobiernos tratan de mandar un mensaje de calma, los medios convierten el coronavirus en el apocalipsis zombie para ganar cuota de pantalla. Los propios periodistas se prestan al circo mediático portando mascarillas en sus crónicas televisivas o cargando las tintas en titulares cada vez más sensacionalistas. No es una conspiración, es el mercado, amigo. Todos formamos parte de él y muchos ayudan a engordarlo mientras se adelgazan la democracia, el periodismo y la política impotentes ante las redes y el ruido de la sociedad de consumo que lo consume todo.

Se han desencadenado campañas de racismo, no sólo contra China, contra cualquier sospechoso de estar infectado. “Perdónanos, queremos vivir más”, rezaba un cartel en un restaurante de Hong Kong que vetaba a los clientes chinos. Tengo que excluirte a ti para vivir yo. Es el germen del virus xenófobo que se extiende por el planeta. La compañía aérea turca, Turkish Airlines, se negó a embarcar a dos turistas españoles en Irán, pero no a los pasajeros turcos. La nación es la única cura a todos los males, la vacuna contra todos los virus.

Ahí está todo: racismo, nacionalismo, miedo al otro, cierre de fronteras, fake news. La tormenta perfecta para los neoconservadores. El coronavirus no es la enfermedad, es el síntoma de una sociedad enferma. Deberíamos escuchar lo que nos dice porque es lo mismo que escribió Camus en La Peste a propósito de las epidemias: “El mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia puede ocasionar tantos desastres como la maldad”.

 

Fuente. Carne cruda

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