De repente, Mendoza se puso de pie y planteó cuestiones sobre las que se suele simplificar en exceso. El rechazo a las modificaciones a la ley 7722 se produce en un contexto en el que la política está reemplazando al management lo que obliga a replantear las estrategias de la lucha contra el extractivismo que no pueden pasar por la igualación acrítica.

Mendoza es protagonista de un momento increíble de la política argentina. Ayer jueves, una nueva movilización de 40 mil personas volvió a poner en jaque a las lógicas extractivistas y a los enjuagues entre empresarios y funcionarios. Que la comunidad haga retroceder al cortoplacismo que deteriora la tierra y el agua es una gran noticia. Que eso se dé a quince días de asumido el gobierno de Alberto Fernández tiene una enorme cantidad de resonancias que se escapan al maniqueísmo y al bipartidismo.

Con demasiado dolor aprendimos que no eran lo mismo. Durante los cuatro años que duró el último experimento neoliberal en la Argentina, muchos mantuvimos cierto resquemor a esa consigna que enarboló cierta izquierda en 2015 por haber habilitado socialmente el castigo al kirchnerismo a través del voto a las familias patricias. Se nos dijo hasta el hartazgo que el llamado al voto en blanco por parte del Frente de Izquierda no explicaba el triunfo de Mauricio Macri en el ballotage sobre Daniel Scioli, cosa que es aritméticamente intachable: los votos en blanco solo supusieron la mitad de la diferencia entre los dos candidatos. Pero la habilitación social y política al antiperonismo estaba sembrada por izquierda. El “sonlomismismo” se convirtió en un mecanismo del pensamiento electoral, una reducción antipolítica que abrió la puerta al peor gobierno del 83 a esta parte. O, al menos, que invalidó la opción menos mala para obturar la llegada de los CEOs al gobierno.

El sonlomismismo es más que una simplificación. Es un reflejo egoísta y torpe que permite a su portador desentenderse del conflicto, pateándolo bien lejos. Alejandro Dolina decía que para un analfabeto todos los libros son iguales. Y, con otra elegancia, Pierre Bourdieu decía que, a la izquierda del Partido Socialista, donde un estudiante universitario comprometido percibe quince divisiones con sus respectivas fundamentaciones, un elector promedio sólo percibe “la izquierda”. Quizás en esa sentencia del finadito Bourdieu haya alguna explicación del asunto: centenares de militantes e intelectuales que son capaces de debatir durante horas las diferencias en “la caracterización de la etapa” son incapaces de distinguir entre el gobierno ejercido por el CEO de una multinacional y el ejercido por un político.

Al igual que un perro salchicha, el sonlomismismo tiene patas cortas. Ya en febrero de 2016 quedó claro que el macrismo era mucho peor en todas las áreas. ¿En salud? ¿En educación? ¿En trabajo? ¿En agricultura familiar, empresas recuperadas, cultura, pymes, niñez, adolescencia? En cada área, a los errores, titubeos, manejos despóticos de poder y de dinero que se le criticaban (bien que con acierto) al kirchnerismo, el macrismo ejecutó siempre la peor de las opciones para un sistema democrático. Porque siempre se puede empeorar y el macrismo lo demostró. Tan cortas son esas patas que esa coalición de izquierda que enarboló la consigna de marras tuvo en 2019 su peor performance electoral desde su debut en 2011. Probablemente haya más de una explicación para eso, pero la polarización que se vivió en las últimas elecciones dejó sentado que para el grueso de la población no eran lo mismo. Y sin embargo, el sonlomismismo, como El Chavo o Los Simpson, siempre está volviendo.

No es lo mismo el verano en Mendoza

En esta ocasión, el mecanismo simplificador reapareció ante el conflicto por la megamineria y las aguas en Mendoza. Sin pertenecer necesariamente a los partidos que integran el Frente de Izquierda, muchas organizaciones ambientalistas y muchos intelectuales cayeron una vez más en el maniqueísmo sonlomismista. “No hay grieta cuando de negocios se trata”, decía una nota de una de las lumbreras del movimiento.

Es justo decir que algo de razón lleva el planteo. No hay dudas de que el secretario de Minería convocado por el presidente va a hacer lobby en favor de las multinacionales mineras. Apareció también el comentario del propio Alberto Fernández celebrando la incorporación de esa provincia a la megaminería horas antes de que se sancionara la maldita modificación a la ley 7722. Tampoco pasa desapercibida la presencia en el gabinete de Felipe Solá, responsable de las mil y una trapisondas que lograron meter el glifosato por la ventana allá por los años noventa. Y que Cristina tuvo durante su gobierno una alianza estrecha con Monsanto. El sonlomismismo repite esas cuestiones como si no las supiéramos. Es muy de sonlomismista creer que te está revelando algo porque sos bobo o porque no leíste bien. Lo sabemos, amigues. Y, es más, sabemos que en esta ocasión, el kirchnerofernandismo va a estar más condicionado que en la etapa anterior a hacer caja, porque ahora hay deuda externa y antes no. Adivinen quien invitó al FMI a cenar. Lo que también sabemos es que ahora hay mejores condiciones para hacer política. Que el escenario que se abre cuando gobiernan políticos, y sobre todo políticos peronistas, es el de la política. Y, a la inversa, el escenario que plantean los CEOs es el del management. Que nos deja afuera.

¿No está claro, caramba, una vez más, que no son lo mismo? Veamos los hechos. El silencio de Alberto respecto del tema desde el viernes pasado y la tibia “preocupación” del ministro de ambiente Juan Cabandié fueron parte del escenario que obligó al gobernador Suárez a suspender la medida. Qué duda cabe, ese silencio y esa preocupación estuvieron condicionados por las enormes movilizaciones de los mendocinos. Al igual que la decisión del gobernador. Y, qué duda cabe, esa suspensión no es suficiente, vamos por la derogación de esa reforma a la Ley que cuidaba a Mendoza del uso de cianuro en la minería. Con las movilizaciones, que es lo que tenemos, y con las acciones de todes les legisladores y funcionaries que acompañen. Con la política, bah.

Entraron en escena los halcones oficialistas prominería, vaya que sií Pero también aparecieron los movimientos sociales, Norita Cortiñas (cuando no, amor eterno), centenares de legisladores provinciales y nacionales advirtiendo que no se comerían el caramelo con cianuro. Hagamos el ejercicio contrafáctico de imaginar esta misma situación un año atrás. ¿Me lo imagino yo solo a Macri bancando con fuerza la modificación de la Ley, a Patricia Bullrich mandando gases a diestra y siniestra, a los trolls de Peña acusando a los asambleístas de ñoquis garpados por el kirchnerismo? ¿Me imagino yo solo a Clarín y La Nación con operaciones y manipulaciones a favor de la reforma extractivista? ¿A Bergman disfrazado de potus?

Haga política, mate un prejuicio

Hubo y hay, entre los asambleistas mendocinos y sus partidarios de todo el país, un sector (solo un sector) que volvió a la carga con el mensaje antipolítico. El sonlomismismo reloaded.

Recién en junio de este año, la Corte Suprema de Justicia declaró constitucional la Ley de Glaciares. El recorrido de esa Ley es un gran ejemplo de las infinitas complejidades y matices que tiene lo que se suele llamar La Política.

La primera versión de esa ley fue impulsada en 2008 por Martha Maffei, aprobada por unanimidad pero luego vetada por Cristina Kirchner, probablemente por negociaciones con la Barrick Gold con intermediación del entonces gobernador de San Juan, José Luis Gioja.  En 2010, el diputado Miguel Bonasso, por entonces integrante del oficialismo, insistió con una ley muy parecida que iba camino de estrellarse nuevamente hasta que el entonces senador Daniel Filmus la reformuló y logró promulgarla. Muchas voces dicen en off que Filmus se ganó con eso una interdicción fuerte dentro del kirchnerismo. Dicen también, que la entonces secretaria de Ambiente Romina Picolotti voló por el aire por cuestiones vinculadas a esa Ley, aunque parece que no sólo por eso. Pero esa ley salió. Y salió desde los riñones del kirchnerismo.  Filmus nunca sacó las patas de la fuente. Y, pese a las presiones de la Barrick (que mantuvieron la Ley desactivada hasta junio de este año) el inventario de glaciares se hizo con científicos del CONICET y, cuando entre en vigencia (una vigencia que también va a requerir grandes movilizaciones) será la principal herramienta que tengamos quienes queremos poner límites a la minería.

Cuando fue el veto de Cristina a la Ley de Glaciares, el entonces titular (oficialista) del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) Enrique Martínez, lo calificó como “veto Barrick”.  Socompa se comunicó en estos días con Martínez para precisar ese dato. Y su testimonio sale sin cortes porque no tiene desperdicio: “Lo que dije entonces y sostengo todavía es que hay que precisar dos cosas: primero que hay más de una tecnología para separar los metales, no caigamos en el pensamiento único tecnológico. Lo que sucede es que las empresas han generalizado la tecnología más económica para ellos aunque tenga el efecto negativo desde el punto de vista ambiental que conocemos. Simplemente, hay que bloquear los caminos tecnológicos que impliquen contaminación ambiental, como sucede en el debate equivalente que se da en la producción agropecuaria, y las tecnologías alternativas van a aparecer. Quizás con más costo para las empresas, pero con menor costo para la población. Segundo, la tesis que venimos sosteniendo desde hace tiempo es que hay que redimensionar la minería en la Argentina definiendo la escala de producción a partir de los bienes finales que se quieren obtener. Es decir, no convertirse en un proveedor de concentrado de cobre o plomo (o incluso oro y plata) a escala gigante para exportar sino producir concentrado de cobre para luego producir refinado de cobre a escala del consumo interno como mínimo. Y, con la prudencia y timidez necesarias desde el punto de vista tecnológico, avanzar hacia la exportación. La Argentina exporta concentrado de cobre e importa alambre de cobre. Es una típica situación de país subdesarrollado que hay que eliminar”.

En un sentido parecido se expresó el presidente del Partido Justicialista mendocino, Guillermo Carmona quien propuso “una YPF para la minería”, es decir, la provincialización de la actividad que convierta a Mendoza en “un modelo de producción minera que abarque desde la exploración hasta la industrialización del mineral”. ¿Estatización de la minería? Bueno, a Evo Morales no le fue tan mal con ese modelo. A propósito, los sonlomismistas ambientales solían acusar a Evo de extractivista (con bastante razón, huelga decirlo) pero se quedaron sin adjetivos para el golpe que lo derrocó. ¿Cómo se llama la extranjerización del extractivismo? ¿también es lo mismo?

Suele asociarse al neoliberalismo con la ausencia de Estado, lo cual es una falacia. El neoliberlismo quiere un Estado que intervenga poco y nada en favor de los que menos tienen pero que genere leyes de blanqueo de capitales y que meta a la Gendarmería a asesinar mapuches por los montes. La única garantía que tenemos los que no tenemos poder es que el Estado juegue más a favor nuestro que a favor de ellos. Y para eso necesitamos la política. Lo dice mucho mejor el filósofo Eduardo Rinesi. El barbado ex rector de la Universidad de General Sarmiento dice que, en los años de la transición democrática con el Estado terrorista de trasfondo, el Estado se nos presentaba “en general como del lado de las cosas malas de la vida, porque constituía una probada amenaza a nuestra autonomía y nuestra libertad”. Cuando el eje de nuestras preocupaciones se ha desplazado a la ampliación y generalización de los derechos, sigue Rinesi, el Estado se nos representa más bien como una condición y como un garante de esos derechos que queremos ver expandidos y universalizados. “Por supuesto, -dice- no se trata de abrazar esta idea sin precauciones, ni de desplazarnos de un antiestatalismo ingenuo a un estatalismo simétricamente candoroso, como si Marx y toda una larga tradición no nos hubieran enseñado todo lo que tenemos que saber sobre las formas de dominación y explotación del hombre por el hombre que los Estados sirven para garantizar y para reproducir. Lo que sí hemos aprendido en la Argentina, y dolorosamente, es que fuera del Estado o más allá de él lo que solemos encontrar no es la libertad ni la autonomía finalmente realizadas, sino las formas más tremendas de la pobreza, la marginación y la falta de derechos. Hay derechos porque hay Estado, y ése es un tema sobre el que hoy nuestras ciencias sociales tienen que ayudarnos a pensar”.

Con las botas sucias

El sonlomismismo es un artefacto que bloquea el debate y el matiz. Si dos cosas son iguales no pueden, por definición, ser distintas. No puede ser mejor una que otra. Y esa es la engañifa. El neoliberalismo es siempre peor para un estado democrático. Bolsonaro ¿no es peor que Lula? Los errores de Lula y el PT ¿cómo se resuelven o mejoran? ¿Desde el gobierno que cometía esos errores o desde el militarismo fascistoide que encubre el cambio de management por política?

Los sonlomismistas tienen otro truco: la resistencia al dualismo. No hay por qué entrar en ese debate, dicen, no hay por qué elegir entre Guatemala y Guatepeor. El truco sirve para tranquilizar la conciencia, nomás. Porque los sistemas electorales contemplan el ballotage. Y ahí se termina la resistencia. Un escenario es siempre mejor que el otro. Y no tomar partido por ninguno de los dos suele concederle, ya lo vimos, la ventaja al más poderoso.

Exceso de personalismo, manejos despóticos, aliados indeseables, corruptelas aquí y allá. Hay un listado previsible de excusas y razones que las almas bienpensantes ponen sobre la mesa para no comprometerse en la gestión de lo público en favor de quienes lo necesitan. O en contra de quienes se quedan con lo que otros necesitan, que no es lo mismo pero es igual.

En la lucha contra la reforma de la Ley 7722 en Mendoza cobró un valiente protagonismo Laura Chazarreta, referente local de Ni Una Menos, integrante del colectivo feminista La Colectiva, quien sostiene maravillosamente que “el feminismo es por naturaleza antiextractivista”. Afortunadamente para todos, ni Laura ni el colectivo que integra tuvieron miedo de mancharse los zapatitos, no repitieron el listado previsible de excusas y razones y se zambulleron en el Frente de Todos mendocino porque, entendían, la lucha primera era contra el radicalismo cambiemita que gobierna desde hace años la provincia. Así apareció en la legislatura. Consultada sobre la posición del bloque peronista en la fatídica votación del viernes pasado, en la que ella mantuvo su posición en disidencia, Laura dio una muestra de apreciación de matices. De política, bah: “El proyecto del oficialismo provincial era muy dedil pero tenía mayoría en ambas cámaras y se movieron muy rápido, no hubo tiempo de debatir entre nosotros y mucho menos con la población. Una parte del Frente de Todos entendió que tenía que obstaculizar colocando controles, porque si no, iba a ser tierra de nadie. El problema es que todo ese posicionamiento político generó una contradicción entre lo que pasaba dentro de la Legislatura, las comisiones y la calle. La calle no quería cambiar nada. La posición de la calle era no tocar la 7722”.

Y en eso estamos. Seguiremos informando.

 

 

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