Ahondar la grieta hasta lo indecible es parte de la estrategia oficial, una división que no se queda en la política, sino que plantea estas elecciones como una pelea entre morales e inmorales. Un odio que afecta las relaciones entre las personas y la calidad de la vida democrática.
Episodio 1: Clarín relata la historia del motociclista accidentado a quién se le preguntó por el estado de la pizza que llevaba y no por su salud. El tono es distante, un relato despojado de los hechos. Pero el periodista que escribió la nota elige los dos últimos párrafos para hablar de la nueva reglamentación en la ciudad que exige que quienes hacen delivery lleven casco y denunciar que más del 60 por ciento no la cumple. Una manera roñosa de echarle la culpa al hombre accidentado quien, por otra parte, sí llevaba casco.
Episodio 2: En otras circunstancias, las vacaciones de Pablo Echarri y Nancy Duplaá en Mallorca solo serían un tema para la revista Caras. Sin embargo, causaron revuelo en las redes sociales que les dieron con un caño y Amalia Granata salió a pegarles. La misma Amalia Granata que había declarado exultante que dado que no se había sancionado la ley de IVE “se iban a seguir muriendo en la clandestinidad”
Episodio 3: Un periodista se queja de que el Pepo siga en el hospital en “una cama cómoda” y no en la comisaria que es donde la justicia dictaminó que debía estar. Aunque no había recibido el alta médica.
Episodio 4: La Nación tituló una nota sobre trabajo infantil como “¿Qué es mejor que los chicos trabajen o que roben o se droguen?”. Después el diario cambió ese título.
Pequeñas y no tan pequeñas roñas, explosiones de resentimiento un poco indiscriminado que ven en el otro una suma de todos los males del mundo, exigencias de un castigo (en realidad de venganza) que sea interminable, desprecios por las clases sociales a las que no se pertenece en una suerte de mirada etnográfica pero brutal sobre gente a la que se considera parte de otra especie.
Esto es habitual en el intercambio político, en especial en estos días de campaña donde un ex presidente del Senado mantiene una fake news en su twitter, aun sabiendo de su falsedad, y un ex ministro menta a un femicida para atacar a su adversaria. Algo a lo que todo el mundo está ya acostumbrado y que produce indignación de un lado o del otro de la línea demarcatoria según quién sea el autor del exabrupto.
Lo que desalienta es verificar que ese encono se traslada (o nace de ellos) a espacios no políticos, a veces con mayor virulencia. Gente que justifica violaciones por la vestimenta y los lugares que frecuentaba la víctima, celebraciones extrovertidas y entusiastas de algunas muertes, exigencias de pena de muerte y reivindicación (con auspicio del Estado) de la justicia por mano propia, postular a la pobreza como una especie de castigo bíblico. Lo que lleva a preguntarse hasta qué punto eso que se dio en llamar la grieta es puramente político. O si se agota en la pelea el mundo contra los k. O para decirlo mejor, si quienes diseñaron la grieta –y muchas veces viven de ella- no la plantean como un dilema moral, un ellos o nosotros, algo que campea la propaganda electoral de Juntos por el Cambio: Nosotros o el caos, no volver al pasado que no solo es una suma de errores sino el lugar donde se ejerció una especie de decadencia deliberada y ensañada contra el país. Que gane cualquiera que no sean ellos es una hecatombe a corto plazo. O, como planteó abiertamente Andahazi. “esta no es una elección, se elige seguir en democracia o perderla”.
Esto en otros tiempos se llamaba terrorismo ideológico. Generar miedo a pensar (algo que teorizaron Alejandro Rozitchner primero y Marcos Peña después). Y si no se piensa se reacciona con lo más visceral. Y a lo visceral se lo inyecta de odio. Desde las redes y desde los medios.
Eduardo Feinmann no es nadie en el mundo del periodismo pero sus tuits resentidos siempre, malintencionados, destructivos son cada tanto noticia para La Nación. Se podría hablar de la suma de adjetivos despectivos que reserva Jorge Fernández Díaz para los que no piensan como él. O las declaraciones delirantes de Elisa Carrió, que siempre encuentra alguien nuevo a quien acusar frente a periodistas que jamás repreguntan. Y siguen las firmas.
Lo que el diseño de la grieta está fomentando son comportamientos tribales donde las tribus conviven mal entre sí y donde las leyes son un estorbo, como se trata de demostrar con el gatillo fácil o dice explícitamente la serie de empresarios que reclaman a viva voz la desaparición de la protección legal a los trabajadores.
Todo esto va configurando (y el fenómeno no es solo argentino, aunque es lo que tenemos a mano) una erosión permanente de la democracia a la que se pretende reemplazar por un republicanismo de mano dura bajo el cual los otros solo pueden existir si actúan de acuerdo a lo establecido por el reglamento.
Da la sensación de que esas heridas y cortes llegaron para quedarse por largo tiempo. A modo de hipótesis podría decirse que el capitalismo –que hoy parece, en sus distintas formulaciones y avatares, la única opción posible- no logra resolver el odio de base, que en el mejor de los casos lo atempera, aunque siempre provisoriamente, entre otras cosas, porque la grieta es el modelo de disputa política y social vigente. Además alentada fervorosamente por los poderes políticos y mediáticos.
Para decirlo de otra manera, para el capitalismo neoliberal el odio es uno de sus insumos favoritos y sobre eso se basa la campaña del macrismo, de allí que se busque profundizar la grieta en la política, pero sobre todo fuera de ella. No habría una disputa entre distintos proyectos políticos y económicos sino entre dos modos de vida completamente opuestos.
Y a veces el odio es más fuerte, entre otras cosas, porque no se cuestiona. Y muchas veces le da sentido a vidas que no lo pueden encontrar en otras partes.
¿Querés recibir las novedades semanales de Socompa?